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Opinión Editorial


Dos familias y una mesa


Publicación:10-11-2021
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Lo que falta no es solamente inmobiliario, específicamente dónde sentarse a comer, sino los llamados actos vacíos: el diálogo y el acuerdo

Hace algunas semanas trascendió la disputa entre dos familias, quienes, a gritos y a golpes, se debatían por una mesa del área de comidas de un centro comercial en el municipio de Apodaca, Nuevo León. El zafarrancho cobró tal intensidad que las familias tuvieron que ser separadas por personal de seguridad. Finalmente, la mesa se quedó vacía y nadie comió. 

“¡Es-que-el-hambre-es-cabrona!” – expresó alguien en las redes sociales. Por otro lado, quizás algún otro podría haber declarado que también es responsabilidad de la misma plaza comercial y del alcalde de aquel municipio, por no disponer –tal como sucedió en el Titanic con los botes de emergencia— del número suficiente de mesitas para la cantidad de flujo de personas que desean degustar algún alimento o simplemente hacer una escala en sus compras para tomar un café. Que ellos son los verdaderos “violentos estructurales”, que de alguna manera orillaron a estas pobres familias a los golpes. Al tiempo que van citando cifras del flujo de personas en lugares públicos y privados a lo largo y ancho del mundo, nutridas referencias al urbanismo actual y a las más recientes disposiciones de las ciudades sustentables, la relación entre diseño arquitectónico y violencia, etc. etc. Y claro, podemos pensar que a cierto nivel tendría algo de razón, siempre y cuando no se tratara de humanos, sino de hormigas o de algún otro animal sin poder de decisión, ya que los humanos siempre podemos decidir: no podemos deshacernos del peso de la responsabilidad de nuestras acciones y decisiones. Solo que ahora, en el contexto políticamente correcto, pareciera que todo está encaminado a despojar al sujeto de su responsabilidad, culpando a alguien más de sus acciones (padres, mercado, gobierno, trabajo, escuela…) Sin darnos cuenta de que dicho contexto de vigilancia y control que se plantea como solución (el estado de emergencia permanente) es al mismo tiempo la condición que hace que estemos aún más vigilados, bajo la bandera de que solo así podremos estar más seguros. O como reza el slogan industrial: “Solo se puede mejorar lo que se puede controlar, lo que se puede medir”.

Lo que faltó ahí no fueron solo más mesas. Al final del día, ¿cuál sería el número suficiente de mesas y sillas para que no surgieran los conflictos entre los humanos? Lo que falta no es solamente inmobiliario, específicamente dónde sentarse a comer, sino los llamados actos vacíos que tienen gran relevancia en las relaciones humanas: el diálogo y el acuerdo, es decir, la actividad política y diplomática que nos funda como comunidad humana. Se imaginan ustedes otro escenario: dos familias llegando al mismo tiempo a la mesa, mientras, no una sino las dos, cede a la otra el espacio: — “Siéntense ustedes”, diría una. —“No, por favor, de ninguna manera, primero ustedes, nosotros esperamos a que terminen”, “Como ven si la compartimos” … Mientras los otros ceden con amabilidad y diplomacia, incluso sin sentirlo amorosamente, sin que sea una acción empática, políticamente correcta con el otro, sino siempre y sencillamente porque son las formas de convivencia humana que nos permiten no destruirnos entre nosotros, fundar una experiencia con los demás. Donde no tenemos que, como hoy se vocifera a los cuatro vientos, ser empáticos, friendly y amorosos para ser y realizar tal o cual cosa, sino conscientes de nuestra condición de seres-hablantes que hacen acuerdos para sostener la convivencia, no la ideal que no existe, sino la real, soportando las tensiones que la misma convivencia genera y requiere, sin romper o escalar en los insultos, los golpes y el drama de las lágrimas, el altruismo y sus sonrisas puestas para el selfie. 

Dos amigos van a cenar, los dos saben que uno no tiene dinero y el otro, el que invitó, es quien finalmente pagará la cuenta. Sin embargo, al pedir la cuenta, aquel que se sabe de antemano que no tiene dinero y no pagará, tendrá que —para salvar lo incomodo del momento—hacer el gesto de que va a sacar la cartera, momento en la que le otro, efectivamente, él ya lo sabe, lo detendrá, diciéndole que él es quien pagará. Los dos sabían de antemano lo que sucedería, pero la amistad también se funda sobre el hecho de que ninguno de los dos siga descaradamente ese guion animalesco (“Yo pago y tu comes”) que afectaría la amistad y el amor que en ella habita, sino que hagan “como que no saben”, dejándolo para otro momento. 

Regresemos al caso de las dos familias del centro comercial. Las dos familias efectivamente tienen hambre y están cansadas de tanto caminar, desean sentarse a comer, incluso, podemos decir, siguiendo el humor negro de los memes, su misma hambre les hace descender, solo por un momento, a un estadio previo de evolución de las formas humanas, como aquellos comerciales del chocolate Snickers, pero ambas familias hacen todo lo posible porque exista ese otro tercer elemento (el lenguaje, la educación, la diplomacia…) que regula las relaciones entre las naciones y entre las personas. No es que les falten las ganas de tomar la vía narcisista del “ojo por ojo y diente por diente”, solo que no desean hacerlo, porque saben que, de hacerlo, se rompería toda posibilidad de diálogo civilizado entre dos personas y grupos, pasando al encono y confrontación del tú o yo, el cual siempre terminará mal. Ya que los humanos no solo comemos comida, sino símbolos e imágenes, gestos y tejido social subjetivo, siendo igual de importantes como el mismísimo oxígeno, permitiéndonos circular e interactuar en sociedad. De no hacerlo, entonces tendrá que intervenir, como en este caso, la fuerza real del símbolo de la macana y la lucha cuerpo a cuerpo con el agente de seguridad y el policía, y subsecuentemente con los jueces y mediadores.   



« Camilo E. Ramírez »