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Opinión Editorial


¿Dónde está el sentido?


Publicación:24-11-2021
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Tanto el sentido como el deseo son experiencias que surgen sorpresivamente, transformando rápidamente los referentes y miradas

“Caminante no hay camino. Se hace camino al andar”

Joan Manuel Serrat

Tanto el sentido como el deseo son experiencias que surgen sorpresivamente, transformando rápidamente los referentes y miradas; las formas de relación. Nada es lo mismo después de un encuentro sorpresivo con el deseo.

Una de las palabras fundamentales del psicoanálisis es la palabra “deseo”. Incluso el mismo puede verse como una cura a través de la propia palabra –y con la propia palabra—para subjetivar, es decir, reconocer, hacer nuestro, “nuestro” deseo; ese que aprendimos a reconocer a partir del Otro, pero que luego, en un giro de singularidad, nos lo apropiamos de manera singular, diferente. En ese sentido, cuando hablamos de deseo en psicoanálisis no estamos hablando de deseo de una cosa o de una persona, en su dimensión más coloquial, más banal, “quiero esto o aquello, y lo quiero ya”, no es deseo de conquista, apropiación o consumo, como lo concibe el mercado; tampoco responde a una necesidad, como la sed o el hambre, ni a un deber ser, estandarizado y moralista, sino a una fuerza que transporta y transforma, no en el sentido de la explotación de algo o de alguien, sino deseo de realización, íntimamente vinculado con nuestros intereses y curiosidades, con nuestros talentos; algo que realiza, que da un profundo sentido a la vida, algo en sí mismo insustituible, que invita a la invención y amplificación de los horizontes de vida

El deseo —decía Jacques Lacan— siempre es algo resistente a cualquier sueño totalitario, a cualquier pedagogía y estandarización. Por ello las dictaduras buscan siempre abolir las artes, la expresión de las diferencias, las singularidades. Es decir, el deseo, si bien requiere en un primer momento para poder surgir, de la dialéctica de reconocimiento del Otro, rápidamente se manifiesta como un imperioso empuje por tener un deseo propio, una vocación, un camino

Como psicoanalista escucho día tras días historias de vida que recibieron un No rotundo, seco y tajante, de parte de sus padres (esos primeros Otros) con efectos, igualmente diferentes y singulares en cada caso. Mientras que a unos ese ¡No! evidentemente les sacudió con tal intensidad, lograron agarrar su efecto para afianzarse aún más en lo que deseaban hacer, inventando soluciones creativas ante la adversidad; otros, convirtieron dicha negativa en una marca en de vida, en un mandato categórico diciéndole siempre “No” a cuanto deseo se les atravesara, explicando toda su infelicidad a partir de dicha experiencia, creyendo que así tenía que ser, después de todo lo había dicho papá y mamá, llevando a cuestas la constante negativa en su vida. Ellos entendieron que la vida consistía en un constante y rotundo “No” a todo lo que les gustara, no a la vida, no al deseo, no al amor, no al goce sexual, no al riesgo, no a la realización, no a la vocación, ni mucho menos a la felicidad, no a los amigos, a la realización al estudiar y al trabajar…creyendo que eso era efectivamente vivir y ser adulto, madurar: cerrarle la puerta en las narices a la vida, al entusiasmo, a la creación y a las risas. Su mente y cuerpo entonces enfermaron, encontraron vías alternas de satisfacción, de escape para tanta felicidad sofocada: encontraron en la queja un reverso maldito de la felicidad (hoy me duele esto, mañana será otra cosa) convirtiendo su vida en una queja o preocupación constantes, que si el clima, que si las dolencias y achaques, que si se acaba el agua, que si el dinero, que si la pandemia, que si la salud, que si la enfermedad, que si la comida, que si el cáncer…todo el entusiasmo y deseo a su paso, lograron no solo camuflarlo sino transformarlo en preocupaciones de gente adulta, madura y responsable; ahora son un saco de dolencias, al igual que el botiquín que cargan en cada traslado…

Existen otras experiencias, igualmente sorpresivas, para desentumir el deseo y la curiosidad, la vida de la vida: las experiencias límite (como la angustia, los accidentes, y la sensación de que el tiempo se acaba) que logran con su potencia aclarar las dudas y vacilaciones, avivar los corazones, afirmar los deseos, formular y sostener el ¡Si! Abriendo la posibilidad de hacer camino, de crear lo aún no conocido, lo aún no escrito…



« Camilo E. Ramírez »