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Opinión Editorial


Del artista como lector


Publicación:24-08-2022
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Vincent viaja por ciudades, pueblos y aldeas, transita por veredas y pastizales, pero el mundo no deja de ser un gran cuadro para él

De cuando en cuando me pregunto: ¿qué contemplamos cuando miramos una obra de arte? La pregunta, por supuesto, se puede expandir a cualquier manifestación artística: cuadros, fotografías, películas, videos, instalaciones, performances, y un largo etcétera. ¿Nos dejamos llevar por la primera impresión (sea buena o mala)? ¿O tratamos de ir un poco más allá y encontrar (o fabricar) algún tipo de significado?  Mi condición de espectador me empuja a tratar de buscar información para ampliar mi interpretación y acrecentar el goce estético. ¿Qué sucede, sin embargo, cuando quien contempla  una obra es también un artista?  

Releo la maravillosa correspondencia de Vincent van Gogh a su hermano Theo (salvada del olvido, como toda la obra del pintor, gracias a la labor arqueológica, editorial y museográfica de Johanna van Gogh-Bonger, viuda de Theo). Hay demasiadas cosas en esas cartas (confesiones, pasiones, bosquejos, amor, desolación,  vida y locura), pero ahora me quedo con las impresiones de Vincent al observar pinturas. Tras visitar varios museos en Ámsterdam en noviembre de 1885, le confesó a su hermano: “La prueba de que ya sé qué quiero poner en mi obra, y qué esfuerzo debo realizar aunque tenga que hundirme, es que tengo una fe absoluta en el arte”.  Esa fe lo lleva a peregrinar por salas y exposiciones: todo lo ve y lo registra. Los cuadros son su escuela de pintura. Esas cartas de ida (no conocemos, por desgracia, las respuestas de Theo: seguramente se perdieron en el permanente deambular del artista holandés) son la bitácora más hermosa e intensa de un profundo y personal viaje por la  vasta geografía de la formación artística. Nos revelan a un creador que no sólo ejecuta una obra, sino que la piensa y la describe. Registra además la búsqueda de materiales, de información y de nuevas formas de expresión. 

Vincent viaja por ciudades, pueblos y  aldeas, transita por veredas y pastizales, pero el mundo no deja de ser un gran cuadro para él. En todas partes observa colores y formas. “He ido esta semana a Ámsterdam, casi no he tenido tiempo de ver otra cosa que el museo” (se refiere al Rijksmuseum), le cuenta a su hermano, y a continuación le describe un hallazgo: un cuadro que no había visto antes. Es una obra del pintor neerlandés Frans Hals:  “Compañía del capitán Reynier Reael” (comenzada en 1633  y, terminada, 4 años más tarde, por Pieter Codde). “Por este cuadro, solamente, vale la pena -sobre todo para un colorista- hacer el viaje a Ámsterdam”. ¿Qué observa el artista en el cuadro? Hay en él un grupo de 20 personas, la mayoría (como miembros del ejército o de una guardia policial) viste de negro y porta armas. En el extremo izquierdo, sin embargo, un hombre sostiene el estandarte de la compañía y viste de gris. Sobre él recae la mirada de Vincent: “el pintor ha llegado a dar la impresión de que la figura entera es toda de un solo y mismo gris. Sin embargo, los zapatos de cuero son de una materia distinta que las medias, las cuales difieren de las calzas, que a su vez difiere del jubón…”

Al describirse a sí mismo como “colorista”, Vincent nos revela su forma de lectura: en el color está buena parte del mensaje. Su mirada va más allá de la primera impresión, aunque nunca se desentiende de ella. Ese cuadro de Hals le revela cada vez más cosas, y él toma nota de cada detalle: “Yo estaba literalmente clavado al suelo”, le confiesa a su hermano y exclama más adelante en la carta: “Ya pueden ir cantando sobre la técnica, con palabras de fariseo, huecas e hipócritas; los verdaderos pintores se dejan guiar por esta conciencia que se llama el sentimiento. Su alma, su espíritu, no están al servicio de su pincel, sino su pincel al servicio de su espíritu”. 

Hay momentos, como éste, en que no sé a quién prefiero: al van Gogh pintor, o al van Gogh espectador de arte y redactor de cartas: ese joven que registra en cada misiva su admiración ante texturas, luces y brillos. Lo que sí sé es que ahora miro (y miraré)  al cuadro de Hals con otros ojos. 



« Víctor Barrera Enderle »