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Opinión Editorial


Boxeo femenil


Publicación:06-09-2021
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El boxeo está nuevamente de luto.

El boxeo está nuevamente de luto. Durante esta semana que finalizó perdió la vida en el ring la boxeadora mexicana, Jeanette Zacarías Zapata, una joven de apenas 18 años, que había incursionado en el boxeo profesional y que viajó, junto con una delegación de boxeadores mexicanos, a la ciudad de Montreal, donde se enfrentaría con su propio destino.

La joven boxeadora era como muchasmuchachas adolescentes mexicanas apasionadas por la práctica del boxeo y,  especialmente, por la promesa de encontrar una vida mejor con la ayuda de este deporte que algunos piensan no es propiamente un deporte.

La joven soñaba con destacar en esta práctica que por lo general ha sido propia del mundo masculino, pero que de manera reciente se ha democratizado en términos de inclusión de género, y ahora las mujeres también lo gozan y lo sufren, considerando los riesgos que éste conlleva.

Su vida fue muy corta, se inició en el boxeo desde los 15 años, siendo amateur desarrolló algunas de las habilidades y técnicas necesarias para moverse en el ring con destreza durante los asaltos.  Con permiso de los padres, logró incursionar a nivel profesional siendo aún menor de edad, para sus 18 años poseía un modesto palmarés de cuatro derrotas y dos victorias.

Sabía del sufrimiento que conlleva el castigo físico sobre el cuadrilátero, en su penúltima pelea en la ciudad de Reynosa, en contra de la regiomontanaCynthia, La Canelita Lozano, fue noqueada y sufrió una conmoción, por lo que requirió una revisión médica que le prohibió pelear durante los siguientes 90 días.

Transcurrió este período de tiempo y la oportunidad de viajar a Quebec y enfrentarse con una peleadora quebequense la entusiasmó enormemente; conocer aquellas tierras, viajar en avión más allá de las fronteras mexicanas, enfrentarse con un público que actuaría en su contra y soñar que a pesar de ello, ganaría el combate. Además no iba sola, su esposo era a la vez su entrenador, y la acompañaban un grupo de jóvenes boxeadores mexicanos que también añoraban que el destino les sonriera con la victoria.

Los deportistas saben que al igual que los músicos o los actores, hay bolsas de mucho dinero esperándolos, pero sólo unos pocos logran llegar allí.  Aun así, vale la pena arriesgarse, el boxeo se vuelve así su profesión, su leitmotiv de vida.

Todo ello a pesar de los riesgos físicos que implica, los médicos deportivos los han estudiado y las lesiones y daños concomitantes a la práctica profesional de este deporte son abrumadores;el cerebro y el rostro son los más afectados, también pueden ser  el hígado y en el bazo, entre otras áreas sensibles del cuerpo.

¿Qué pudo sostener a Jeanette Zacaríasen su carrera boxística considerando los riesgos que implicaba? Seguramente una ilusión por ser una gran boxeadora, ganar mucho dinero, ser famosa, transitar hacia el cine con algunos papeles como actriz, ser un ícono en el boxeo femenil mexicano. Sueños que no lograron materializarse, algo que no podrá olvidar será el conocer esa ciudad canadiense al norte del continente, Montreal, donde llegaron una semana antes del combate. Se instalaron en un hotel en el viejo Montreal, el casco antiguo, y allí aprovecharon para muy temprano por las mañanas, salir a la plaza central y realizar allí sus entrenamientos a manera de exhibición. Los compañeros y Jeanette, realizabanrounds de sombra, saltaban la cuerda, hacíanmovimientos de elasticidad, utilizaban guanteletas y manoplas  para golpear. Momentos últimos pero inolvidables para la boxeadora mexicana.

Ella estaba confiada en que todo saldría bien pero tenía presente, laautorizaciónmédica por parte de la Comisión reguladora de este deporte en Aguascalientes, de donde era originaria, que le requirió que mostrara una tomografía cerebral reciente, ya que venía de una restricción de 90 días sin permiso para pelear, debido a lo ocurrido en el combate en Reynosa.

¿Qué fue lo que finalmente salió mal? Seguramente una combinación de factores desafortunados: comenzó su carrera pugilista siendo menor de edad; la tecnología diagnóstica médica actual no logró identificar un posible daño previo en el cerebro; se encontraba por encima de su peso natural de acuerdo a su estatura, y esa diferencia en el boxeo cuenta mucho; asimiló una técnica enfocada en absorber el golpeo más que en esquivar y eludir los golpes del rival.

Jack London, el escritor norteamericano, en su cuento sobre el boxeo, denominado Por un pedazo de bistec, anota: No cabía duda de que cada púgil podía soportar un número limitado de combates. Era una ley inflexible del boxeo. Unos podían librar cien encuentros durísimos, otros sólo veinte. Cada cual, según sus dotes físicas, podía subir al ring tantas o cuantas veces.

Esa noche del combate, el equipo entrenó ligeramente por la mañana, con algo de estiramiento, la preparación mental más que la física era la que debían ejercitar durante ese día. Almorzaron profusamente, el poutine quebecoisese había vuelto parte de la dieta, esa mezcla exquisita de papas con queso daban suficiente energía para el ajetreo diario. Se hidrataron abundantemente y se dispusieron a llegar temprano al Stadium IGA de Montreal, donde habría un lleno completo de acuerdo a los criterios de sana distancia y de salubridad establecidos por las autoridades de aquella ciudad.

El autobús llegó temprano por ellos, así tenía que ser, la delegación mexicana de jóvenes boxeadores estaba lista, también ella, la única boxeadora del grupo; al verlos subir en aquel autobús, con sus rostros decididos a dar lo mejor de sí mismos, era imposible no recordar esa frase de London sobre el espíritu de los boxeadores: aquella juventud voluntariosa era algo inseparable de la humanidad.

La contrincante canadiense era más alta y más fuerte, aunasíJeanette peleósin desmerecer en su honor. El inicio fue como  toda pelea, un round de estudio, sin embargo, rápidamente escaló y  sintió como los guantes azules de la quebecoisesacudían su cerebro. Un destello de preocupación pasó por su mente, recordó la conmoción cerebral en Reynosa, las tomografías, por un instante dudóel estar allí sobre el ring esa noche, pero su sino como  pugilista estaba decidido y ella confiaba ciegamente en él.

En el segundo round los golpes eran como mazazos en la cabeza, algo en esa noche la volvía más sensible al dolor de su cerebro sacudido, estrellándose una y otra vez contra las meninges, hasta que el aturdimiento envolvió su conciencia. Al llegar a la esquina trató de escuchar las palabras de aliento de sus entrenadores, no pudo más que responder con una mueca mecánica de asentimiento.

En el tercer round los golpes la indujeron en un estado seminconsciente,  Jack London lo describe claramente cuando su personaje, el boxeador Tom King recibe ese golpe que lo daña:King notó que ese negro velo de inconsciencia tan conocido por los boxeadores se extendía sobre su mente. Durante una fracción casi inapreciable de tiempo, Tom dejó de luchar.

En el cuarto round Jeanette   trató de mantenerse en pie aunque se sintiera casi fuera de sí, como si flotara en el aire y pudiera ver a Marie-Pier Houle, su contrincante,  golpeando duramente su rostro con ganchos y uppers de gran poder. En ese momento se percató que la canadiense no tenía mala voluntad, era solo parte del oficio, como diría London con respecto a su personaje: Cuando estaba en el cuadrilátero, pegaba con intención de hacer daño, de lesionar, de destruir; pero no había animosidad en sus golpes: era una simple cuestión de intereses…

El referee paró el combate y en eso, recordando la pelea del personaje de London: El público parecía haber enloquecido. Todos los espectadores, puestos en pie, lo animaban con sus gritos.En Jeanette cada vez su audición era menor, todo se volvía como un eco lejano, entonces sintió como su cuerpo se estremeció con gran fuerza, sacudiéndola con la fuerza de un tornado interior, intentóasirse con sus brazos de las cuerdas, sus pies no respondía y sus piernas se convirtieron en una cera blanda que se doblega ante su propio peso. Todo dio vueltas en su cabeza y cayó boca arriba, como guerrera náhuatl  en una batalla campal. A partir de ese momento todo se oscureció  y sintió como un profundo sueño la envolvía, escuchando una dulce voz protectora que repetía una y otra vez, un eco suave y acogedor: ¡Sub tuumpraesidiumconfugimus…!¡Sub tuumpraesidiumconfugimus…!¡Sub tuumpraesidiumconfugimus…!




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Arturo Delgado Moya


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