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Opinión Editorial


Adicciones


Publicación:29-09-2021
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Prácticamente cualquier objeto, práctica o sustancia, legal o ilegal, puede convertirse en una adicción

Prácticamente cualquier objeto, práctica o sustancia, legal o ilegal, puede convertirse en una adicción. Vivimos en un contexto que promueve el consumo individual como estilo de vida; desde hace ya más de un siglo la sociedad de consumo nos convoca no solo para cubrir necesidades básicas, sino, sobre todo, para ofrecernos —y he ahí el gancho—una experiencia superior vinculada con el estatus, el placer y la satisfacción. La idea para el mercado es que casi cualquier experiencia o sensación pueden ser compradas.

En diversos campos (psicoanálisis, filosofía, artes, publicidad…) es bien conocido que dicho menaje se sostiene de un hilo de suposiciones, que más que ofrecer una satisfacción a corto plazo, reiteran una insatisfacción y aburrimiento permanentes. Lo cual hace que la novedad de lo flamantemente nuevo rápidamente pierda su encanto y sea lapidada por el hartazgo y la angustia, a la espera de una nueva campaña publicitaria. Del aparador a la mano del comprador muchas veces el objeto pierde su encanto. 

En un contexto tal donde se promueve el consumo como estilo de vida, las adicciones serían algo que sucedería no solamente en algunos casos específicos, sino prácticamente una norma, una constante necesaria sin la cual las personas no podrían vivir, hablamos aquí entonces de sociedades adictas. 

Pero ¿Qué es lo que hace que una adicción sea una adicción? El concepto evidentemente está vinculado directamente con el consumo reiterado de sustancias. Quien tiene una adicción muchas veces no puede hacer ni pensar en otra cosa que no sea en su “compañera” la sustancia, su vida se basa en buscar comprar y consumir, reiterando dicho circuito mortífero puede incluso perder su vida, cometer hasta lo imposible y abominable. Sin embargo, la noción de adicción de alguna manera también se ha extendido a otros campos, como el uso prolongado y excesivo de medios electrónicos (televisión, celular, videojuegos, etc.) el exceso de trabajo, el cuidado de sí, etc. Cosa curiosa que esto suceda al mismo tiempo en una sociedad que igualmente es bombardeada de consejos “del deber ser” pro-salud y bienestar, relajación, meditación y demás prácticas.

Sin entrar en detalles sobre la diferenciación entre uso, abuso y dependencia de sustancias, que tiene una metodología muy precisa para poder establecer dónde se encuentra cada persona. Lo que nos interesa ahora es destacar el aspecto paradisíaco que promete el consumo o posesión de un objeto o sustancia, así como las condiciones en las que se puede encontrar una persona, al grado de “engancharse” con dicha práctica. 

Por un lado, el objeto o sustancia es algo que está al alcance de la mano, no es algo que es muy difícil de conseguir y es algo que se introduce o se usa en el cuerpo, por lo tanto, no es un concepto, ni una idea, es decir, no es un asunto muy complejo que alguien tenga que resolver a través de complicados procesos matemáticos, digamos que el consumo de sustancias (drogas, alcohol, comida…) plantea al sujeto algo muy pero muy simple: pruébame, estoy al alcance de la mano. No es casualidad que las primeras dosis de droga, por ejemplo, no sean compradas, sino regaladas por el vendedor a un potencial cliente, en un contexto inocente de, “prueba para que conozcas”. A partir de lo cual se da dicho enganchamiento, precisamente por el deseo de querer repetir una y otra vez dicha experiencia de placer extremo. Podemos decir aquí que puede sucederle tanto a una persona que está muy a gusto con su vida, como aquellos que viven permanentemente en un rechazo de la vida, autodestruyéndose, con el supuesto de que no tienen nada que perder. En estos últimos muchas veces podemos encontrar biografías de rechazo o maltrato, donde en lugar de encontrar a una persona que les reconociera en su vida, que les afirmara un sentido, un movimiento hacia un significado de su existencia, más bien se les plateó y reiteró un contexto destructivo, nocivo (“no eres nadie para mí”) sin mañana, sin escapatoria alguna. Y por ello la droga les permitiría un cierto atajo hacia la tranquilidad, aunque sea momentáneamente. A la espera quizás de encontrar una alternativa, algo diferente. Diferencia que interrumpa el circuito del consumo que viven como si se les impusiera desde afuera, como ajeno a su voluntad, como más fuerte que ellos mismos. En sí, un encuentro, un cambio, un movimiento. 



« Camilo E. Ramírez »