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Opinión Editorial


1922


Publicación:12-01-2022
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¿Cómo surge, o más bien: cómo experimentamos la sensación de “lo nuevo”? ¿En qué consiste la novedad de algo?

¿Cómo surge, o más bien: cómo experimentamos la sensación de “lo nuevo”? ¿En qué consiste la novedad de algo? Si hablamos de algo “nuevo”, tenemos que implicar también su contrario: lo “viejo”. Ambas palabras conllevan una secuencia, una progresión. El paso inevitable del tiempo. Es en la modernidad, sin embargo, cuándo el vértigo del aceleramiento se agudiza y el tiempo se percibe como lineal y no cíclico (como sucedía en la antigüedad y en el ámbito rural, donde la vida solía regirse por el cambió y la sucesión de las estaciones). Ese contraste encierra sus propias contradicciones: poetas, como Octavio Paz, hablaron, por ejemplo, de la “tradición de la ruptura”: oxímoron que intentaba iluminar la obsesión creadora moderna por la novedad y su consiguiente rechazo al pasado y a las tradiciones. Walter Benjamin, que experimentó los horrores de la era moderna, acuñó la noción de “dialéctica en suspenso” para, y aquí para fraseo y seguramente tergiverso, describir la interrupción en la percepción del tiempo y sentir que nuestro presente (lo nuevo) es diferente a todo lo anterior y que, por lo tanto, nos encontramos ante una experiencia “realmente” inusual (¡vana ilusión!).

            Recuerdo ahora los versos finales de una antigua canción de los Rolling Stones (“As Tears Go By”): “Es el atardecer del día / Me siento y veo juagar a los niños / haciendo cosas que yo solía hacer / y ellos piensan que son nuevas…” ¿Cuántas veces hemos experimentado, sin saberlo, esa sensación? Supongo que es necesario sentir, de vez en cuando, que hemos inventado la pólvora o descubierto el mediterráneo. La originalidad es, tal vez, un espejismo que sólo funciona para estimular la creación.  El viejo adagio viene a cuento: “no hay nada nuevo bajo el sol”. He dado todo este rodeo porque, como suele suceder al iniciar el año, los listados de aniversarios y conmemoraciones culturales encabezan por estos días titulares y reportajes. Y, al leerlos, me percato de que la vanguardia rebaza ya su primer centenario. Lo nuevo se vuelve ancestral: ¡vaya paradoja!

            Hace cien años, en 1922, la cultura occidental experimentó esa sensación de irrupción, de quiebre y rechazo al pasado. La gran revolución: el problema del lenguaje: ¿a qué remite? ¿A la realidad? ¿Al mismo lenguaje? El contexto era propicio para este cuestionamiento: el apogeo de las vanguardias, el nacimiento de la cultura de masas (el cine como espectáculo consolidado y como vía de exploración artística, el radio como invento naciente). Todos estos elementos contribuían a la creación de una novísima estructura sentimental, que rechazaba con fuerza el pasado y abrazaba al presente idealizando el futuro. De las imprentas salían libros como Ulises, de James Joyce, Tierra baldía, de T.S. Eliot y, en el ámbito hispanoamericano, el poemario Trilce, del peruano César Vallejo que cambiaría la faz de la poesía escrita en español, y, como prueba de ello, un solo verso: “El traje que vestí mañana…” En los cines se exhibían cintas como Nosferatu, de Friedrich Wilhelm Murnau, y en los talleres se creaban obras como “El gran vidrio” de Marcel Duchamp. Esta “pandemia estética” cruzaba el Atlántico y se propagaba en nuestras tierras, y aquí va otro ejemplo:  en Sao Paulo, Brasil, se llevó a cabo, en marzo de 1922. la Semana de Arte Moderno, detonante de la modernidad cultural en aquel país.

            En un artículo publicado recientemente en Babelia (“1922, el año de la revolución cultural”), Javier Rodríguez Marcos expone que estas obras “cristalizan tras la Primera Guerra Mundial, nacen de crisis personales, expresan la desintegración del plácido ‘mundo de ayer’ y escenifican que la guerra seguía por otros medios, en un particular campo de batalla: el lenguaje”. Aún faltaban dos años para que André Bretón lanzara el Primer manifiesto del surrealismo, pero el inconsciente ya había sido explorado por Freud, dando fin a la idea de la univocidad del ser humano. Esa gran revolución, sin embargo, forma parte de nuestro pasado y, a cien años de distancia, montados en la cuarta ola de la pandemia, resulta imposible no preguntarnos cuál será la revuelta artística que marcará nuestros días.



« Víctor Barrera Enderle »