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Lastimosas verdades
Publicación:30-06-2024
TEMA: #Agora
Qué se necesitaría para llegar hasta la cima: ¿otro milagro?, seguramente
En busca de la mano de Jesús
Olga de León G.
Andaba sobre camino empedrado, sufriendo las de Caín, porque sus patitas de cuando en cuando se le quedaban prisioneras entre las ranuras más pequeñas que por mala suerte, estaban a la orden del día por donde la hormiguita iba, y no tenía modo de evitarlo sin salirse de la ruta más corta hasta la montaña más alta del mundo, que era a donde la amiguita del elefantito azul se dirigía ese día, cuando la encontré luchando por salir bien librada del empedrado al que fue a dar.
El párroco de la iglesia a donde ella acudía los domingos, le dio un mapa y le dijo que ese era el camino que debería seguir para llegar a la cima de la montaña más alta del mundo.
Obviamente, la hormiguita no le había dicho a nadie -ni siquiera a su amigo sacerdote- que pretendía llegar hasta la residencia o palacio de su hermano y gran amigo, Jesús. Pero, ella sabía que ya puesta allí (en la cima de la montaña), le sería más sencillo lanzarse sobre alguna nube y ver cómo alcanzar las puertas del cielo.
Entretanto, tuve la suerte y el tiempo de platicar con la hormiguita sobre varios asuntos que a ambas nos apasionaban. Mi amiguita era tan sabia, pero sobre todo tan humana (más que muchos de nosotros) y justa, como muy pocos; aunque definitivamente no muy ducha en matemáticas y cálculo… O, “se le iban las cabras”, a ratos. O se le olvidaba que el mundo es inmensamente grande, en proporción a su minúsculo tamaño, pues: ¿cómo podía creer que, a su paso, llegaría a la montaña más alta del mundo? Y, luego, ¿cómo esperaba saltar a una nube y quedar ante las puertas del cielo?, donde suponía vivía Jesús.
Pues hete aquí que como si adivinara mi pensamiento, giró su pequeña cabeza y me dijo: “…los milagros existen, amiga mía”, y lo repitió una vez más: “Los milagros existen…”. No bien termina su dicho, y de inmediato se desató un ventarrón fuertísimo, cual los que traían consigo los huracanes, tanto que nos levantó en vilo a ambas y nos transportó -aunque de tumbo en tumbo, de vez en vez- más de diez mil kilómetros delante de donde habíamos estado en el empedrado. Y luego, parábamos y enseguida volvía el ventarrón a levantarnos. Volamos juntas, porque la hormiguita oportunamente se había prendido fuertemente al cordel de uno de mis tenis.
Así viajamos, queriendo y sin quererlo; hasta que, por fin, los vientos se apaciguaron y el clima pasó a ser definitivamente frío: ¡estábamos a las faldas de la montaña más alta del mundo!
Qué se necesitaría para llegar hasta la cima: ¿otro milagro?, seguramente. Yo me sentía cansada, por no decir agotada, pero la hormiguita pareciera que le hubieran llegado nuevos bríos ante este siguiente reto: subir por la montaña.
No obstante, con el cansancio, fue necesario detenernos. Dormir, parecía ser la única opción. Y con el sueño vinieron nuevas ideas, y la imaginación no tuvo parangón con las fantasías de ningún otro día.
Así fue: sin saber cómo ni cuánto tiempo pasó, estábamos ya ante las puertas del Cielo; sí, el cielo con mayúsculas, porque era la entrada al reino de Jesús, el amigo de la hormiguita. Muy feliz y contenta, la hormiguita empezó a bailar, dando saltos, giros y piruetas de ballet.
Poco después, se escuchó una voz firme, pero a la vez acogedora, preguntando: ¿Quién ha llamado a esta puerta? Ipso facto, la hormiguita respondió, he sido yo, señor don Pedro (No sé de donde sacó ese nombre mi amiga colorada, pero le atinó), la voz volvió a hablar y le dijo: ¿Dónde estás que no puedo verte?
La hormiguita me guiña un ojo y me dice: estos ricos no saben ver para abajo. Ahora sí, el señor Pedro la escuchó. ¡Ah! Eres tú. Pero si aún no te toca venir. ¿Que buscas? A Jesús, ¡a quién más! Y, ya sé, me dirás que no está o que está en una importante reunión…
Pues dale de mi parte este mensaje: que se deje de rodeos y se venga a vivir entre los mortales. Las injusticias pululan y los abusos a los trabajadores de la enseñanza universitaria les escatiman su tiempo real de antigüedad, porque firmaron a cambio de su base, ¡esas son sus leyes! No respetan la Máxima Carta de la Nación, nuestra Constitución, y someten bajo su yugo las voluntades y derechos de los trabajadores, los de la educación y enseñanza universitaria, amén de los de a pie: todos los empleados que firmaron para poder acceder a, ¿una seguridad?...
El piso estaba muy duro a pesar de que caí sobre mis cobijas, las que cayeron conmigo… Soñar es el recurso de los menos favorecidos de la mano de… ¿Jesús?
Tres besos fallidos
Carlos A. Ponzio de León
Crucé la puerta y no tardó la anfitriona en erguirse detrás del podio. “¿Mesa para uno?” “Seremos dos”, le respondí. Me condujo hasta una luz que dio paso a unas escaleras amplias que descendían en forma de herradura, por ambos lados, hasta un salón bellísimo, cubierto de espejos y tapizadas las paredes por una alfombra color azul marino. Descendí detrás de la anfitriona, mientras a nuestra izquierda, una fila de cuatro personas subía. Sentí una mano en mi hombro. “¡Jaime!”, me dijo una mujer. Tardé unos segundos en reconocerla. Una antigua compañera de escuela que, a sus cuarenta años, se conservaba muy atractiva. “¿Vienes solo?”, me preguntó. “¿Quieres acompañarme?”, le pregunté. “¡Chicos, yo aquí me quedo!”, les dijo y bajó por las escaleras junto a mí.
Nos sentamos en mesa para cuatro. Yo: a la derecha de mi amiga. Antes de que la señorita nos dejará ahí, abandonados a la espera del camarero, ordené una cerveza y un tequila: combinación propia para el aguardo. “¿Quieres que pidamos una botella de vino?”, le pregunté a Sofía. “Comí, pero no he bebido”, dijo asintiendo con la cabeza. Abrí la carta y ordené un Merlot de 2015, tazado en 124 dólares.
“Me quedé pensando desde la última vez que nos vimos, en este asunto de Dios y los conflictos… Me dejaste inquieta: no soporto las peleas entre mis hijos”. “Son adolescentes”, le respondí y continué: “No olvides que Dios, la Fe y la Religión, son tres entidades muy distintas. La Fe y la Religión responden a necesidades humanas. No me refiero a “necesidades” como comer o beber, sino a otras como el asombro, la creatividad y la imaginación.”. “No te entiendo”.
“Situémonos en tiempos prehistóricos, cuando el hombre habitaba las cavernas. Es más, no vayamos tan lejos: simplemente recuerda tu infancia… te encuentras con tus amigos, los vecinos de cuadra, en la calle, atrapados bajo la lluvia, protegidos por el techo de una cochera que no es la tuya. De pronto, un trueno te saca un susto… Naturalmente, aparece Dios, nuestra necesidad de Dios. ¿Cómo?”
“La Naturaleza nos asombra. Un escalofrío recorre nuestro cuerpo cuando escuchamos el trueno, mientras admiramos la lluvia y la tormenta, cuando notamos, por las noches, la constancia de los astros, el ciclo lunar, la vuelta de la tierra al sol. Cuando observamos la regularidad de la procreación. ¿Hay un creador de todo esto, que observamos? Es una pregunta que no podemos evadir. Y finalmente, más tarde, nos volvemos conscientes de nuestra mortalidad y no nos queda de otra más que preguntarnos, ¿cuál es la finalidad de esta vida?, ¿a qué vinimos a este mundo? Solo podemos responder con una palabra: Dios.”
“Te entiendo. ¿Y de ahí a la religión?”. “La religión fue una respuesta a estas preguntas; pero no la única. Sócrates y Platón contestaron con la Filosofía y lo que ellos llamaron Verdad, y que finalmente derivó en la Ciencia. Pero los antiguos griegos también respondieron con las Artes. Los egipcios: con las Artes y la Religión, tan unidas entre ellos.
La mitología egipcia es una simple proyección de la naturaleza humana sobre el mundo de las divinidades. El mundo de Platón es, en cambio, el de las ideas. ¿Recuerdas sus Diálogos?”. Sofía asintió. “Volviendo a los egipcios, ahí ya está presente entre ellos, como en el área entre el Tigris y el Éufrates, el tema de la Eternidad. El más importante de los deseos humanos, después de la Existencia. ¡Qué curioso!, ¿no? El absurdo de la existencia de Sartre y Camus viene a dar el toque precisamente al final de una era; junto con los Teatros del Absurdo y la Crueldad. ¡Ah, el teatro!, la forma de arte tan conservada y que nos viene de los antiguos griegos. La primera separación entre Verdad y Ficción. ¿Irán a unirse, ambas, a final de cuentas?”, le pregunté a Sofía.
La botella fluyó como leche y miel en nuestros estómagos. Ordenamos una coliflor asada, para compartir. Y otra botella más. Hablamos sobre la sequía y el arcoíris. Sobre temas que nos asombraban de niños y para los cuales, ya no tenemos tiempo para detenernos y admirar. Yo me quedé observando a Sofía. Llevaba seis años separada y haciéndose cargo de sus tres hijos.
“¿Me darías un beso?”, le pregunté. Se extrañó y quedó un poco consternada. Se acarició el cabello. “Voy a pedir la cuenta”, le dije. “Te llevo a tu casa”, respondió, “sé que cuando bebes, no manejas”. Le agradecí.
Cuando me dejó frente al acceso a mi casa, abrí la puerta del copiloto del auto. Quise darle un beso en la mejilla y ella quiso dármelo en la boca. Ninguno de los dos besos se consagró. Reímos y posteriormente, nos despedimos… para siempre.
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