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La línea infinita de la duda

La línea infinita de la duda


Publicación:22-10-2023
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La memoria de un recuerdo lejano como la arena del desierto. En eso se convertiría su amistad con el paso de los años y la llegada de la vejez

Pasado, presente y futuro: hoy

Carlos A. Ponzio de León

A los seis años, Isaac cruzaba la reja que servía de límite a la ciudad, para pasar del otro lado, camino a la escuela primaria. Tardaba diez minutos en avanzar cinco cuadras y media y justo antes de llegar a su destino, encontraba una casa blanca de tejones rojos, con una ventana hundida en forma de triángulo que miraba a la calle por la que Isaac transitaba. Un día encontró a otro niño parado tras la fenestra, observando a los transeúntes. Cuando Isaac lo notó, se detuvo y le dijo "Hola". Igual respondió el otro chico. "¿Tú no vas a la escuela?". "Hasta el próximo año". "¿Puedo venir a jugar cuando terminen las clases?". "Voy a preguntarle a mi mamá", y el más pequeño desapareció. Minutos más tarde regresó a la tela de alambre y gritó: "Dice mi mamá que sí". Isaac sonrió y se despidió mudo, con un adiós en la mano. El más chico respondió igual, agitando la suya de un lado al otro. 

Isaac continuó su camino, cargando en la espalda con su mochila: Una bolsa rectangular de cuero duro en forma de cubo, con libretas de espiral y libros de portadas brillantes. Dentro de un compartimento más pequeño llevaba lápices, sacapuntas y borradores. Llegó a su pupitre: una silla de madera con restirador individual en forma de paleta, que miraba al frente, hacia una pizarra verde, también de madera, que se extendía de una orilla a la otra. 

La maestra vio cómo, uno a uno, los alumnos tomaron su lugar. Ella, de falda roja hasta las rodillas y blusa blanca de olanes, dio los buenos días. Cuando estuvieron listos los niños en sus pupitres, comenzó la clase: mostró a los pupilos cómo escribir las últimas letras del abecedario, marcando con una tiza blanca sobre la superficie verde de aquel invento originario del siglo XIX, (entonces: tabla pintada de negro: gema eterna del aprendizaje y la comunicación que en cuestión de décadas habría de transformarse en pizarra blanca con base metálica y finalmente en superficie para proyectar diapositivas de Power Point y Canva).

Durante toda la mañana, Isaac olvidó a su nuevo amigo... hasta que sonó el timbre de salida. Guardó sus materiales en la mochila y salió agitado del salón, cruzando el patio de recreo y luego la puerta de la escuela. Caminó unos metros y fue a tocar a la puerta de la casa blanca. "Hola". "Pasa". "¿Cómo te llamas?" "Ismael".

El pequeño Ismael traía consigo dos pistolas de plástico que podían llenarse con agua y disparar chorros del líquido traslúcido. Comenzaron a perseguirse el uno al otro.

La amistad crecería grande.

Y ellos también crecerían grandes: como montañas altas que alcanzan las nubes y que en ocasiones encuentran cúmulos negros que desatan tormentas. Aprenderían que cargaban con historias familiares: provenían de linajes que no encontraban la convivencia... Animales heridos en sus propias batallas: no había forma de mediar sin herir a los padres. El respeto. Lo sagrado. El cariño. Sin forma de olvidar los odios alimentados por su propia sangre: dolida y lastimada, hervida en cazuelas donde se cuecen los huesos: morcilla amarga; ira presurizada; lagar de muerte. Eso había significado crecer para ellos.

El grupo de música que habían formado durante la adolescencia finalmente se deshizo. Tenían canciones compuestas juntos: al amor imposible, a la traición de un beso, al poder y a la sagacidad de una cumbre de genios, al incoloro arcoíris, al despecho de la muerte que no nos arrebata. Las notas alzadas de las guitarras eléctricas llegaban como adornos que son pasos gigantes de los bajos y las baterías, paseando por el murmullo de una voz desgarrada, la de la calma que explota al ser quebrantada. El grito y la sombra; el espectáculo incierto... y la memoria.

La memoria de un recuerdo lejano como la arena del desierto. En eso se convertiría su amistad con el paso de los años y la llegada de la vejez... una promesa no cumplida, una paz jamás encontrada. La rueda de los carruajes guiados por los jinetes del odio que fueron salpicando con lodo la acera, ensuciando el rostro de las descendencias. "Porque amor, amar es morir".

Tantos muertos. Tanto llanto. Tanto fuego.

Intestinos envenenados. Parroquias inmaculadas. Vírgenes en espera.

La bola de fuego, libre en el vacío, no deja de girar nunca, hasta que muere.

¿Algo la detendrá? Un milenio de aliento. Dos milenios de aspiración, expiración y golpes que son hachazos, que son túneles de alacranes, que son rocas de enfermedades y hambre. La sombra sin destello: el miedo. Y entonces, viene el grito: "No me dejes". "Hazme eterno".

El robo

Olga de León G.

No vayas, mamá, ya es muy tarde, pasan de las nueve de la noche. ¿A qué hora regresarás?, seguramente cerca de la medianoche, o después... Es que en la mañana no me puedo levantar temprano, y hay cosas que necesitaré para hacerles el desayuno. Pues nos haces otra cosa, lo que sea que hagas estará bien; ¡todo te sale delicioso! Ya no salgas de noche a los supermercados, un día te puede suceder algo; el coche se te descompone o, como no ves muy bien, puedes colisionar con otro auto o con una barda, o un poste, en el mejor de los casos.

Fue esta última opción, la que la convenció de ya no salir de casa; al menos, no esa noche.

La siguiente mañana, comenzó un nuevo día, pero fue como si se repitieran las acciones del anterior. Las horas corrían y ella no avanzaba en casi ninguno de sus proyectos.

Todo fluía demasiado lento y el reloj parecía correr tanto como la luz del sol que juega a las escondidillas con los niños de ese pedazo del globo terráqueo; logrando meterse en los clósets de la recámara y debajo de las camas. El cielo empezó a nublarse y cubrirse de nubes gordas y cada vez más bajas, hasta que reventaron como globos inflados que tenían en su interior pelotitas blancas y minúsculas, heladas... En ese incipiente verano, tuvimos la primera granizada del año. 

El clima mejoró, y por fin, iría al supermercado en hora adecuada, a las 12:30pm. No tardaría, solo iba por tres o cuatro artículos indispensables: leche, lechuga, limones y... Antes, debía cargar gasolina, pidió tanque lleno; pagó poco más de mil pesos: esta había aumentado en solo quince días; a pesar de la promesa federal de que eso no sucedería, ¡en fin!

Uno de los empleados, cuando su compañero levantó la tapa del cofre, exclamó: ¡lo trae muy bien cuidado!, ¡qué limpio! Sí, en todo lo elemental y básico; pero, ¡no lo vea por dentro!

Primero llegó a la estética "Shine" de Lupina y cuando esta, personalmente, abrió la puerta, después del saludo efusivo, le dijo: Extravié tu teléfono Lupina, hace semanas o meses que he querido venir, pero ya no puedo salirme de casa con facilidad, así que necesito tenerlo para sacar cita. Tú no la necesitas, llega cuando quieras, y si estoy desocupada, en ese mismo instante te atiendo, amiga. Gracias, de todas formas, mejor dame tus teléfonos: el fijo y el celular

Le habría gustado que le hicieran un corte en ese mismo instante, que le dieran forma al malhecho por ella misma hacía tres meses, pero no tenía tiempo ni traía efectivo; apenas iba al cajero. No te preocupes amiga, vente después del cajero, o en cuanto te desocupes.

Ese "en cuanto te desocupes", tardó más de dos horas y un océano de ansiedad y angustia, por el tiempo que dejó al esposo en casa, sin darle aún de comer. Él iba dando muestras de mejoría ligera y de mayor control de los problemas de memoria, era muy grato verlo consciente y participativo, aunque su movilidad seguía siendo un problema mayor, igual que sus eventuales dolores...

Entrar a un supermercado, debía estar restringido para ella. Solía perderse, buscando algo y llevando cuanto veía en oferta, lo tuviera o no en casa: por si no volviera a salir a surtir, pronto.

Por fin le puso punto final al recorrido de pasillos y a la búsqueda de productos que estuviesen en oferta o le hicieran falta. Se encaminó hacia "Servicio al cliente", les pidió que le cuidaran su mandado, mientras iba al baño. A punto de salir de allí, recordó que había dejado el celular en el sector de higiénicos, encima de los rollos de 18, para poder echar uno de ellos al carrito. Salió, rápidamente, y en Servicios al cliente, preguntó si alguien hubiese entregado un celular de color azul brillante, marca "X".

No, nadie. Pero, no perdió la esperanza de que pudiera estar aún en donde lo dejó. En ese momento se acercó una empleada que la conocía desde hacía años. "déjeme ir, yo camino más rápido... ¿dónde dice que lo dejó?" La seguí, llegué dos o tres minutos después. ¡Por supuesto que ya no estaba el celular! La empleada que le ayudó a buscarlo abordó a una pareja y les preguntó si traían celular y si se lo podrían prestar para marcar al suyo, a ver si por allí estaba. Muy amable, la joven señora, sacó su cel., y se lo extendió. ¿Se sabe su número? No, contestó, solo la miró, y marqué a su celular

Oiga, señor, después de escuchar un "bueno", masculino, "usted trae mi celular". Sí es que me lo traje para que no se lo fueran a hacer perdidizo si lo entregaba en la tienda... Pero, en donde está usted. Aquí mismo, en la tienda, preguntando si alguien hubiese entregado mi teléfono. Me es indispensable para estar en contacto con mi familia, con mi casa... Por favor, regrésemelo. Deme unos cinco minutos; es que mi novia... ¿En dónde la busco? En Servicio al Cliente. Ahorita se lo llevo.

Y el celular, contra pronósticos no favorables, dada la pérdida de valores, poca humanidad, etc., volvió a su dueña.

 



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