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De revólveres y tules

De revólveres y tules


Publicación:08-10-2023
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"No hay pecado que Yo haya cometido, que no será perdonado. Para el resto... y ser salvo, pagarás en precio conforme a tu esfuerzo"

Sin Cristo en el corazón

Carlos A. Ponzio de León

Brillaban, verdes destellantes, los minerales. Ramiro colocó las cinco gemas sobre el cojín del sillón donde solía sentar a la mujer que amaba. Los contempló con estupor, con emoción avasalladora, la que jamás había sentido antes, inaudita e inalcanzable, como alimentada por el corazón de algún dios azteca. Aquello se sentía distinto al esplendor vulgar de las ráfagas de fuego y explosión tan comunes para él: provocadas por el cañón de fusiles accionados, fuera en el improvisado campo de tiro de su propio rancho, o ametrallando los malditos cuerpos de sicarios, del cártel enemigo.

"Esas piedras son símbolo de poder, inmortalidad y eterna juventud", le dijo el hombre que le ofrecía las joyas en venta. "En la antigüedad se consideraban símbolos de paciencia y amor. Y dicen que quien las utiliza... puede ver el futuro". Ramiro deseaba hacer un anillo, dos aretes y un colguije con las esmeraldas verdes para regalárselas a la mujer de la que estaba enamorado. Nunca había sentido algo similar por un ser humano. Le había llegado el momento. Se trataba de una chica a quien había conocido vendiéndole drogas. Ella le coqueteaba cuando lo contactaba para comprarle algo. Hasta que aceptó salir a comer con él. Se dieron un par de besos. Luego se enteró de que era pretendida por alguien más, un licenciado del pueblo. La secuestró. La mantuvo en su rancho tres semanas. No le importó que los padres de la muchacha la anduvieran buscando desquiciadamente: no como a la joya de valor sentimental que ha sido robada, sino como a las entrañas que han sido heridas por filos de cuchillos y lanzadas al abismo. La buscaron por tierra, mar y aire; acompañados por policías, por narcotraficantes y por la familia más próxima. Hasta que Ramiro se compadeció. Les marcó por celular. "Me llamo así y asá. Su hija está conmigo. No se va a ir de aquí porque yo la quiero y no la voy a soltar".

Había días en que ella golpeaba con rabia los muebles en protesta por su encarcelamiento. Él desenfundaba la pistola y soltaba tres o cuatro disparos al piso de tierra en el que vivían. La muchacha se lanzaba sobre la cama; bañada en sangre, sudor y lágrimas; pataleando y maldiciendo el día en que había decidido meterse en las drogas, conociendo entonces a Ramiro. "Un día de estos voy a vaciar la pistola entera sobre ti... si no logras quererme".

Pasó un mes más... y la joven se tranquilizó. Comenzó a sentir afecto por su victimario. Lo convenció de que la acompañara a casa de sus padres. Aquellos se hincaron inmediatamente de alegría al verla. Comenzó así una serie, una secuencia de idas y venidas, de carnes asadas y borracheras que se extendían toda la noche y bien entrada la mañana, hasta que las conversaciones se tornaron en cariño bendito.

Los padres tuvieron la confianza para decirle a Ramiro: "Deja ese pinche negocio de mierda y dedícate a algo bueno". Pero él tenía todo lo que necesitaba, hasta ese momento, tratando con drogas.

Hasta que la chica se embarazó. La prueba de orina fue la primera sospecha y luego, un ginecólogo lo confirmó. Ramiro comenzó a mezclar, en sustancias ilegales de insomnio: nuevos sueños. ¿Cómo podía continuar siendo un narco, cuando tenía la misión de educar a un hijo? ¡Su propio hijo! ¿Cómo podía explicarle a su vástago lo que era correcto, o incorrecto, hacer en la vida?

Había huido de Veracruz al haber matado a un hombre: A un asesino a sueldo que, en una borrachera de confusiones, le soltó tres balazos a la cabeza al hermano de Ramiro. Esa misma madrugada, Ramiro sorprendió en su choza al homicida en sueños y acabó con él a machetazos. "Eso de la policía y la justicia... no existen en aquellos lares, señores", les explicó a sus suegros cuando se enteraron. Dejó a su madre e hizo el viaje a Monterrey, luego a Pesquería, a 333 metros sobre el nivel del mar.

Conoció a su chica. Se enteró de su embarazo y llamó al joyero. Aquel le trajo lo más preciado que tenía: cinco piedras de esmeralda. Cuando pagó por ellas y las recogió del cojín donde habían sido expuestas a su vista: Una sábana negra le nubló la vista. "No sobrevivirás", escuchó decir a una voz.

Buscó a un sacerdote. "No soy de las iglesias tradicionales; pero sí... lo único que encontrarás en la región", le dijo el viejo en sotana blanca y le prestó su oído. "No aceptas a Jesucristo en tu corazón", concluyó el viejo. "Eso es correcto, Padre, mi corazón se niega". "Toma este libro", le respondió el hombre cauteloso y continuó: "Es una historia de pecados". Ramiro abrió la primera página y leyó: "No hay pecado que Yo haya cometido, que no será perdonado. Para el resto... y ser salvo, pagarás en precio conforme a tu esfuerzo".

Las chambritas que nunca tejí

Olga de León G.

No es simple retórica ni estrategia para atrapar la atención de virtuales lectores, sino mi realidad del momento actual, los últimos dos años:  no sé cómo es que escribo, de dónde vienen las ideas; ni si lo que escribo puede interesarle a alguien leerlo, al grado de seguir esperando para leer lo que saldrá publicado la siguiente, y la siguiente semana.

Qué estupendo sería saber que eso sucede al menos en uno o dos lectores; por supuesto no de la familia, lo cual estoy segura que así es, porque nadie de casa o de la familia lee lo que el director de la casa editora, aprueba para que se nos publique. Algo bueno deberá encontrar en nuestros textos, que continúan apareciendo en el suplemento... y, por eso, no me ha dicho: "señora, mejor será que se dedique a tejer chambritas para los nietos en su casa, ya que aquí nada más le queda por hacer". Aunque mis cuentos, relatos o reflexiones nunca han alcanzado los niveles de madurez y libertad que poseo, pero no muestro.

Y, sin embargo, mis princesas y príncipes, en cambio, sí tienen sus propias alas como para sobrevolar los bosques donde crecieron y viajar en el tiempo y por el espacio infinito del universo. Así esa historia que me llegó por correo, sin remitente -sin dirección ni autor o firmas- que identificara su procedencia y diera certeza a lo que la misiva dice. Les participaré lo que en ella se me dice:

Hace cientos y cientos de años... En un lugar muy lejano, de cuyo nombre no quiero acordarme... En lo más recóndito de su espíritu... Desde la nube más alta y más gorda... Con el corazón sangrando sin que mácula de rojo de él cayera... Allá donde no llegan ni lo pájaros volando o los venados saltando, ni los leopardos o algún tigre corriendo solitario y perdido... Allí, en alguno de esos espacios fantásticos, nacerá tu próximo cuento.

Y el cuento nació al fin, aunque solo sea para dar testimonio de que las princesas de tul, perlas y encajes sí existieron y existen. Solo que ahora se visten de "jeans", usan tenis cómodos o exóticas botas, que se quitan bajo el largo mantel de la mesa, y van al centro de la pista, con el gallardo príncipe que las acompaña, o aparece –procedente, quién sabe de dónde- dispuesto a cumplir con el menor detalle o capricho de su amada princesa: ¿acaso, esto no sería el principio de un buen cuento?

Si, en la historia de otra prosista, una romántica y enamorada del pasado y sus dificultades: como encender el fogón, amasar kilos de harina para empanadas y, efectivamente, hornear y tejer chambritas... para cualquier bebé en la casa o el castillo... No en quien siempre ha soñado con un futuro mejor y con la justicia y la equidad entre los hombres como entre las mujeres.

Así que, un cuento que empiece con la labor de tejer chambritas solo puede terminar con un príncipe que toma la escoba y barre el frente de su casa y saca la basura cada que el camión recolector pasa. Y, luego entra a preparar un delicioso y nutritivo licuado de fresa con media taza de avena cruda, un montón de 20 o 30 arándanos, 4 cucharadas de yogur sin azúcar, una taza y media de leche light descremada, media taza de agua, y seis o siete almendras, por vaso (salen dos vasos grandes): uno para la princesa sin tules ni delantales, que debe correr a sus clases y otro para el marido que se metió a bañar después de barrer el frente de su casa, de sacar la basura y preparar el desayuno casi "instantáneo". 

 



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