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Opinión Editorial


El pirata holandés


Publicación:29-04-2024
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En el año de 1638 llegaron noticias al gobernador del Nuevo Reyno de León, Martín de Zavala.

En el año de 1638 llegaron noticias al gobernador del Nuevo Reyno de León, Martín de Zavala, del avistamiento de hombres barbados y gigantes, que habían desembarcado en el Mar del Norte (hoy Golfo de México). La noticia se esparció rápidamente y generó gran temor entre la población. La respuesta de la autoridad fue hacer frente a esa amenaza, así que el lunes 16 de agosto partieron 40 hombres de la fuerza, a investigar estos rumores.

La referencia que recibió el gobernador es que el avistamiento ocurrió a 30 leguas al noreste de la villa de Cerralvo. En esa época San Gregorio de Cerralvo lograba incipientemente integrar un cabildo, para retomar la vida como comunidad, después de varios intentos que habían fracasado.

Por su parte, los colonos de la villa de Santa Lucía, alrededor de 20 familias, unas cien personas, vivían alrededor de la casa del Gobernador, que se encontraba en la plaza de armas y la iglesia. La vida de aquellos primeros regios era dura, vivían en pequeñas chozas construidas con materiales básicos: palos y lodo, nombrados por el cronista como "jacales de bahareque".

La descripción del gran cronista Alonso de Léon es clara al respecto: "Corrió a principios de agosto, voz confusa y después clara... que poco más o menos de 30 leguas (al noreste de Cerralvo) estaban unos hombres muy diferentes de nosotros, con barba y cabello rubio, con medias coloradas, jubones y sombreros de hierro, y que cargaban arcabuces más largos que los nuestros, sin otros que dejaban cerca del agua grande (el mar), mayores y más gruesos que un hombre, con que mataban a los indios a montones, muy lejos, dentro de los montes, y ellos parecían nubes, según el humo que hacían, con un estruendo y ruido como los truenos del cielo; y que estos hombres hacían, para dormir de noche, unos hoyos en tierra y allí se encerraban; y que eran muchos."

Mientras los hombres de la fuerza se dirigían hacia la costa del Mar del Norte, los cien españoles, así como los indios y algunos negros y mulatos que habían llegado con Luis de Carvajal, permanecían a la expectativa. Realmente siempre estaban preparados para un desencuentro violento, cargaban todo el tiempo, un arcabuz al hombro así como su espada al cinto, pero en esta ocasión la amenaza era diferente.

La expedición de soldados se dirigió hacia el norte y pronto llegaron a las márgenes del río Bravo, allí comenzaron a descender, siguiendo el curso de la ribera hacia el mar. Los indios atemorizados que encontraron en el camino, les indicaron que al norte del río, en un lugar sagrado llamado en lengua  alazapa: "Tlalocatlan", que significa "el lugar donde las garzas danzan sobre las aguas", se habían asentado los hombres de barba rojiza, que inclusive habían profanado el lugar estableciendo allí un cementerio con cruces, culto desconocido para los alazapas.

Los indios aliados explicaron que las naves de los hombres rojos estaban a 20 leguas hacia el mar, y que entraban al río y lo recorrían en pequeños botes, donde al parecer llevaban consigo diversa mercancía que escondían bajo tierra, cerca del lago donde las garzas danzan sobre el río.

Los alazapas los habían nombrado como "Xocoyotl Tlanamacani", que significa "los Guerreros de la Barba de Fuego", a quienes temían por el uso del mosquete, que poseía un rango de trayectoria de 100 metros, el doble que el arcabuz, pero especialmente por los cañones de 12 libras, que tenían un alcance efectivo de mil metros, pero podían llegar las bolas hasta los tres mil metros como distancia máxima.

En el importante estudio que realizó Martín Gómez del Castillo, publicado en el año de  1965, intitulado: "El Pirata Eduard Mansvelt y su Refugio en las Costas del Golfo de México: Un Estudio Histórico". Revista de Historia Medieval y Antigua Española, 12(3), 245-267.  Se narra cómo este pirata holandés, miembro de los Mendigos del Mar, logró asaltar con éxito a las embarcaciones españolas, huir y desaparecer hasta un nuevo y sorpresivo ataque.

Parte de su triunfo consistía en que lograba esconderse, y uno de sus refugios preferidos era el de la costa del actual Matamoros, en la desembocadura del río Bravo, desde allí se internaba hacia la región de Hidalgo, Texas, donde permanecía hasta su siguiente campaña. Se estima que en lo que hoy es la reserva natural de Santa Ana, se esconden importantes tesoros enterrados.

Los soldados regios al servicio del virrey, lograron sorprender a los piratas quienes huyeron río abajo en sus balsas, mientras la caballería los perseguía por el lado sur del río. Fue a la altura de lo que hoy se conoce como el poblado de Los Alacranes, que los soldados regios lograron interceptarlos en un paso de agua muy bajito que allí hay hasta la fecha.

Cuál fue su sorpresa que en las balsas aparentemente no había nadie, al explorar su interior encontraron una persona atada, tenía la piel amarilla, con pequeñas perforaciones y una leve hemorragia que brotaba de la nariz, no paraba de toser y sus ojos amarillentos parecían a punto de explotar; este enfermo generó gran temor en los soldados que lo rodearon, quienes después de sujetarlo, lo aventaron al agua para salir corriendo del lugar.

El sargento mayor Jacinto García de Sepúlveda, ordenó que los soldados que habían tocado al hombre enfermo, se tallaran las manos con una mezcla de vinagre, salvia, romero, tomillo y mucho ajo. Un remedio desinfectante muy utilizado en esa época, sin embargo, era difícil encontrar  los ingredientes ya mencionados. Con tan poco éxito, que los indios que los guiaban sugirieron utilizar hijillo (Porophyllum ruderale), también poseedor de propiedades antisépticas, y muy prolijo en la región.

Para cuando regresaron a la villa de San Juan Bautista de Cadereyta, habían muerto ya seis soldados infectados probablemente de fiebre amarrilla, el número se incrementó cuando los habitantes se vieron infestados por esta enfermedad tan contagiosa, que se propagaba especialmente por las secreciones de los pacientes, quienes presentaban un intenso vómito negro en forma de proyectil.



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