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Tiempo de compasión

Tiempo de compasión


Publicación:06-03-2021
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Si no somos capaces de sentir compasión, habitaremos un glaciar poscovid, donde la poca piel que nos quedaba acabará crionizada

El espejo nos devuelve la ilusión óptica de lo que se ve de nosotros. Nos hemos acostumbrado al chasis, lo hemos aceptado y mejorado, pero seguimos buscando “nuestra esencia”. Incluso quienes hacen gala de un ánimo impasible y ejercitan voluntad, esfuerzo y paciencia habrán conocido el látigo del desasosiego, que desnuda como nunca podrá hacerlo un espejo.

La pandemia ha quebrado la noción convencional de tiempo y la hechura del siglo. Ha parado el reloj global. Ha limitado la libertad de movimiento, creando una especie de doble realidad: seguimos viviendo como siempre aunque en realidad vivamos como nunca. Ha pospuesto trabajos y negocios, bodas, viajes y reencuentros en los que ya se había grabado una ilusión; eran una forma de aliviar la pesada carga de la vida, durante tanto tiempo entendida como una empresa.

Días de parálisis han acentuado las consecuencias de la estrecha convivencia con uno mismo. Tú puedes ser el explosivo. En los aeropuertos ya no revisan tan celosamente el equipaje, te toman la fiebre, en busca del potencial infeccioso que puede seguir perpetuando la cadena vírica hasta que llegue la ansiada inmunidad. En el 2022 la sitúa Financial Times , y la bautiza Nuevo Renacimiento. Volverán los eventos, los bailes, la benigna sensación de hoja en blanco. Menguarán los viajes de trabajo, pero emprenderemos rutas por placer, con asistencia digital; las miradas vigilantes de los jefes se irán transformando en plataformas para controlar el trabajo; invertiremos más en salud, veremos al médico por Zoom. La tecnología nos arrebatará suavidad y gesto. Y la salud mental será nuestro flanco débil.

En su último libro, Yoga , Emmanuel Carrère ingresa diez días en un retiro de yoga. No se puede hablar y no se cena, pero se va allí a ser menos desgraciado. Carrère se conmueve ante el grupo aislado, casi en ayuno, que quiere conocerse mejor. Y entonces recuerda a André Malraux frente a un viejo cura que sumaba cincuenta años de confesionario, a quien interrogó sobre lo que sabía del alma humana. “He aprendido dos cosas –le respondió el cura–. La pri­mera es que la gente es mucho más infeliz de lo que se cree. La segunda es que no hay grandes personas”.

La depresión ha escalado posiciones, aunque ya hace años que la OMS la considera la tercera causa de muerte. Cada 40 segundos se suicida alguien en el mundo: la precariedad global, el tedio del sedentarismo, tanta pantalla sin carne… La receta media deriva al ansiolítico y la fluoxetina. Existe información holgada sobre el alud de desórdenes mentales que ha activado la crisis de la covid. Pero, en cambio, la certeza de nuestra fragilidad ahuyenta la compasión, que no equivale a la caridad cristiana, y es más intensa que la empatía. Se trata de escuchar todas aquellas emociones que nos remueven ante el sufrimiento del otro: un lenguaje captado por los sentidos, aunque nos hayamos alejado de la visión eudaimonista de los clásicos para alcanzar una vida mejor. Lo resume así la filósofa Martha Nussbaum: “Para que se despierte la compasión se debe considerar el sufrimiento de otra persona como una parte significativa del propio esquema de objetivos y metas. Se deben tomar sus penurias como algo que afecta al propio florecimiento”. Autoras como Concepción Arenal o Simone Weil habían ahondado antes en el fundamento de la intersubjetividad, pero Naussbaum es concluyente: no indignarse ante las injusticias cometidas a otros es propio de esclavos. La compasión es un revulsivo emocional que nos enfrenta al dolor ajeno y nos empuja a reducirlo.

Puede que apenas haya grandes personas, como le dijo aquel cura a Malraux, y que todos nos revolvamos en nuestras miserias y fruslerías, pero si no somos capaces de sentir compasión, habitaremos un glaciar poscovid, donde la poca piel que nos quedaba acabará crionizada.



« Redacción »