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Juguetes de la Naturaleza
Publicación:04-03-2023
TEMA: #Agora
La marioneta solo vivió en su imaginación
Raciocinio de gatos
Carlos A. Ponzio de León
Todo comenzó una tarde en que Alberto salió rumbo a la papelería. En la esquina de su casa encontró un gato blanco de cabeza gris. El animalito salía y se metía de entre los matorrales. Maullaba incesantemente. Parecía que buscaba a su dueño, pero al ver a Alberto, el gato comenzó a maullarle a él. Alberto se detuvo para contemplarlo. Lo miró a los ojos y quedó enganchado. Hipnotizado por la mirada directa del gato, se quedó observando sus movimientos. Se colocó en cuclillas. El gato se le acercó para rozarlo y luego se alejó. No paraba de maullar. Luego, otra vez, el gato se acercó y Alberto lo acarició con la mano; el gato entonces volvió a meterse entre los matorrales y de nueva cuenta salió maullándole a Alberto. Se le acercó y esta vez, Alberto lo atrapó con sus manos. Lo llevó a la veterinaria, pidió que lo bañaran y lo revisaran, mientras él iba a comprarle comida al supermercado. Por la noche, el gato ya tenía nombre: Cantaor, y nuevo dueño y casa.
Luego vinieron los demás: Comenzaron a aparecer gatos sin dueño en esa esquina. Era el mismo procedimiento. Se metían entre los matorrales, salían, maullaban, se le acercaban a Alberto y él los atrapaba. Los llevaba a la veterinaria y luego a comprarles comida. Hasta que Alberto juntó diez gatos y dejó de pasar por aquella esquina.
Alberto era policía investigador y ahora guardaba su arma en un cajón todas las noches, no fuera a dispararse con la pisada de un gato. Entonces ocurrió el robo de las joyas de la esposa del Presidente. Alberto fue llamado a investigar el caso. Le sorprendió encontrar gatos en Palacio Nacional. Muchos. Al llegar a la recámara presidencial, echó un vistazo a las puertas de entrada, a las ventanas, preguntó por pasadizos secretos, por la vigilancia que realizaban los guardias del Estado Mayor, las cámaras de seguridad, en fin, por todo lo que fuera susceptible de tomarse en cuenta para resolver el caso. Las joyas estaban encerradas en una cajita verde de madera y no habían desaparecido todas, solo un collar y un anillo de diamantes. El robo había sido notado un día antes. El Estado Mayor le entregó un resumen de la actividad observada durante las dos semanas anteriores. Todos los detalla sobre los movimientos que se observaron en las dos cámaras que daban a la entrada de la recámara, y a qué hora ocurría cada movimiento. Pero todo parecía regular: Podían verse las entradas y salidas de siempre del personal de limpieza, señoras quienes ya habían sido interrogados, también por el Estado Mayor, con todo y los cables del detector de mentiras. No había sospecha razonable sobre ninguna de ellas.
Alberto regresó a su casa. En el camino pensó en la ventana que daba al patio central. La única ventana de la recámara. Al día siguiente regresó a Palacio y preguntó por alguna cámara que mirara a esa ventana, desde el patio. El jefe de guardias de seguridad se quedó asombrado. ¿Por ahí? ¿A tres metros del piso? ¡Se necesitaría una escalera para subir! “Capitán, usted revise por favor si hay alguna cámara que mire a esa ventana”. “De acuerdo”.
Al día siguiente tenían noticias para Alberto. Sí había una cámara, pero tomaría un día más para que la computadora hiciera un registro de los movimientos que se detectaban desde ahí. Alberto tenía una corazonada. Regresó a su casa por la noche, fue recibido por sus diez gatos y se recostó con ellos en su cama matrimonial. Todos eran muy cariñosos, excepto Michi, quien prefería observar la escena desde su caja, pegada a la ventana de la recámara de Alberto.
Al día siguiente, Alberto acudió a Palacio. El jefe de guardias estaba sorprendido. El registro de la computadora había detectado entradas y salidas de un mismo gato que al que le gustaba caminar por el barandal que rodeaba al patio de Palacio. En una de esas salidas, habían notado que el gato llevaba algo en la boca. Agrandaron la imagen y parecía ser un collar. “Ahí está su ladrón, Capitán”, le dijo Alberto. “¿Lo imaginaba?, le preguntó el jefe de guardias.
“Tengo un gato que recogí de la calle. Para cuando lo encontré, resultó que estaba entrenado para abrir cajas. Luego me enteré de que hay quienes entrenan gatos para realizar hurtos. Supongo que ese gato, que ahora buscamos, es uno de ellos”.
El ascenso de Alberto en la Policía de Investigación no tardó en llegar días después. Alberto llegó a su casa sabiendo que sus gatos habían llegado a su vida para enseñarle cosas nuevas.
Vivir y morir como marioneta
Olga de León G.
Era su cumpleaños número siete. Lily cursaba el segundo grado de la escuela básica en un colegio privado dirigido por religiosas, con maestras en su gran mayoría también religiosas. Solo en sexto grado había una profesora que no portaba hábito, la llamaban Miss Carolina, ella enseñaba matemáticas y música. Transcurría el año de 1955, un buen año para la economía de los hogares fronterizos en el norte de México; la Segunda Guerra Mundial ya había terminado hacía poco más de seis años. Nuevos ricos nacieron por doquier.
El padre de Lily, no pertenecía a ese grupo de afortunados que aprovecharon las circunstancias. Él había sido educado en el seno de una numerosa familia, con una madre muy inteligente que sabía aprovechar al máximo los recursos que el padre aportaba para el sustento diario, de lo que la cosecha le dejaba y lo que la crianza de animales de corral podía proveerles… Eso, aparte las costuras, bordados y tejidos que ella misma y la mayor de las hijas hacían e iban a venderlos a las tiendas más grandes de la ciudad. La abuela educaba como el abuelo, con el ejemplo. Pero, ella acercó a todos sus hijos, a la religión cristiano metodista, pensando en lo útil que podían ser las reglas de conducta: sí, se dijo la madre, mis hijos no necesitan ser guiados y motivados a desarrollarse y crecer. Así lo vio un día y, para el otro, ya asistía a los servicios en el templo de los metodistas, que estaba muy cerca del rancho. Curioso su caso, pues fue educada y creció abrazada a la religión Católica Apostólica y Romana, pero cuando pasaron los años de su juventud, ya casada y con seis hijos (la mitad de los que tendría en total), comprendió que las promesas del cura de la iglesia no se realizarían con solo rezar. Y cambió de templo. Y empezó a vender colchas que ella hacía.
Y, la niña de quien empecé hablando, Lily, era su nieta, sin embargo nunca se conocieron, La abuela, madre de su padre, murió antes de que él se casara y su esposa tuviera a su hija. Así que Lily, a pesar del suave nombre, provenía de una sepa de féminas fuertes e inteligentes, a quien nunca, nadie las domino ni tuvieron un único faro de luz en el trayecto de la vida, sino varios.
La niña sí tuvo una única guía: Dios, el conocimiento y la razón. Y pronto entendió que Dios lo hizo, porque proveyéndola de un cerebro y una razón para pensar con claridad y tomar siempre el camino recto, el de la verdad, la justicia, la honestidad y honradez, la humildad y sensibilidad ante el más necesitado, acercarse al prójimo y guardar respeto por la diversidad de creencias, le daba “Libre albedrío”, eso que su padre le había inculcado de palabra y con los hechos de su diario vivir: ser responsable de sus actos, porque mañana podría alguien reclamárselos.
La verdad y la razón no se imponen, se descubren y se las toma por guía o como un simple escalón para subir a otro peldaño y, luego, dejarlas allí abandonadas al libre albedrío del que siga y se tope con ellas…
Lily se despertó esa mañana, especialmente feliz y alegre, aunque a la vez nerviosa: cambiaría su residencia, se iría a estudiar la Universidad a otro estado. Su papá, mamá y los hermanos menores la acompañarían a dejarla a casa de las hermanas mayores de su padre y se regresarían al día siguiente, excepto el mayor de los hermanos varones, el también se quedaría para acabar la Secundaria, y cuidarla… Esos eran los preceptos que se seguían en esa casa, donde siempre presumía la joven primogénita, de la alta conciencia y defensa de la libertad individual con respeto por la del otro, y el total apego a la justicia y equidad, que recibió en de sus padres.
Pero, fue justo por esos tiempos del cambio de residencia y su ingreso a bachilleres que la joven comprendió que en realidad su padre, ese liberal, demócrata y socialista y humanista culto y muy educado, era real y verdaderamente: conservador en cuanto a la educación de las mujeres se refiere.
Fue entonces, y solo entonces, que la luz de la razón iluminó su raciocinio y se vio a sí misma como una marioneta. Los hilos los manejarían las nuevas circunstancias. No se puede negar que ella tuvo una excelente educación, a pesar de verse a ratos como marioneta. Lo cual era así, porque Lidia tenía un espíritu romántico, defensor de la justicia, de la libertad de pensamiento y de obra, con el límite de no lastimar la libertad del otro.
La marioneta solo vivió en su imaginación. Aunque vio a la gente, a la mayoría, moverse y actuar como jalados por hilos, los hilos de: los bienes materiales, la riqueza, los intereses creados, los ascensos laborales y políticos, el servilismo y tantos más: Son los que viven y mueren como Marionetas.
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