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Cultural Literatura


Ocupación de gente ociosa

Ocupación de gente ociosa
La literatura, tanto para creadores como para personajes lectores, requiere de infinitas estrategias de supervivencia.

Publicación:03-01-2024
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El rasgo común de los personajes literarios que son lectores, es la desconexión con el mundo circundante

Resultan curiosos, por decirlo delicadamente, los personajes literarios que son lectores. No es casualidad. Sí reparamos un poco, caeremos en la cuenta de que su abolengo es breve y reciente. Los héroes clásicos no tenían tiempo para gastarlo en el trasiego y consumo de papiros y rollos (de muchos de ellos no tenemos siquiera noticia de su formación escolar). Tenían que enderezar entuertos, vencer monstruos, derrotar imperios o volver a casa tras largos años de aventuras y batallas. Quizá el primer personaje que aparece en la literatura leyendo sea Hamlet; no sabemos, sin embargo, lo que lee (sólo son "palabras, palabras, palabras", le responde tajante a la curiosidad de Polonio). Porque, en general, los personajes lectores son algo maníacos, y suelen leer todo de manera literal, o, cuando menos, obsesiva. Veamos la lista: Alfonso Quijano devoraba novelas de caballería y terminó creyéndose caballero errante; a Emma Bovary la consumía su ardiente devoción por las novelas románticas; incluso la voz lírica del poema "El cuervo" confesaba, en los primeros versos, que había estado "embebido" en la lectura de viejos libros de olvidada ciencia.

El rasgo común de estos personajes es la desconexión con el mundo circundante. La lectura los ha puesto de espaldas a la realidad inmediata. No deja de ser algo irónico que tanto la lectura privada como la narrativa (esa escritura "prosaica") sean consecuencia de la invención de la imprenta. O tal vez esta relación conflictiva entre narradores y personajes lectores constituya en el fondo un mecanismo de defensa, y quizá Cervantes cuestionó la lectura de novelas de caballerías para poder escribir una sin recibir el castigo de la censura. Se afirma, sin pruebas, que el mismo Flaubert llegó a exclamar, tras el juicio de inmoralidad a su célebre novela, que él era madame Bovary. Lo cierto es que sufría de "angustias literarias": "Yo mismo tampoco las comprendo", le escribió a George Sand en una carta de 1866 para luego explicar: "Sin embargo, existen, y de forma violenta. Ya no sé qué hay que hacer para escribir y, tras infinitas vacilaciones, sólo consigo expresar la centésima parte de mis ideas".

La literatura, tanto para creadores como para personajes lectores, requiere de infinitas estrategias de supervivencia. En el fondo es una percepción diferente del tiempo y del espacio, o mejor, una manera de resignificarlos: de hacer que las horas duren más y de transformar los lugares en recintos. De nueva cuenta, Flaubert ilustra este punto (y lo hace, como es su costumbre, de manera paradójica): cuando Bouvard y Pécuchet (los protagonistas de su última e inconclusa novela) han agotado todas sus aficiones y fracasado en cada una de ellas (la biología, la arqueología, la historia, la química, la agricultura), se deciden por la literatura y se aprestan a escribir obras de teatro. La confrontación con los dilemas literarios (relación con la realidad, tratamiento de ésta y un largo etcétera) los conduce a un callejón sin salida: ¿cuál es la función del arte? ¿Debe responder a la belleza o a la moral? Tampoco el lenguaje aparece como algo fiable: ¿responde al uso o a la gramática? ("Por todo ello -dice el narrador- llegaron a la conclusión de que la sintaxis es una fantasía, y la gramática una ilusión".) Los viejos amigos esperaban ejercer un oficio con reglas y fórmulas precisas, y se encontraron una forma sospechosa, maleable, que gusta de jugar con la ambigüedad. Bouvard y Pécuchet terminan por desilusionarse también de este peculiar oficio. Tal vez por eso, en una de las partes de la novela que no alcanzó a publicar Flaubert, titulada "Diccionario de ideas corrientes", definía a la Literatura como "Ocupación de gente ociosa". Sí, se requiere del ocio (ante las "actividades productivas"), pero sobre todo se precisa de la ocupación, cuya acepción más corriente dice textualmente: "Trabajo o cuidado que impide emplear el tiempo en otra cosa".  La vida se nos va así, porque la literatura está siempre en otra parte.



« Víctor Barrera Enderle »