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Listos en sus posiciones

Listos en sus posiciones


Publicación:24-06-2023
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Su mejor ayuda era mantenerse lo más sana posible... y su salud estaba decayendo

Contraataque de los cálculos

Carlos A. Ponzio de León

Sonó el interfono del departamento. "Le llegó una carta", escuchó decir al guardia del edificio. "Bajo por ella", respondió Daniel. Tomó las llaves y abrió la puerta. Descendió dos pisos y cruzó el estacionamiento hasta encontrarse en la recepción del conjunto habitacional. El guardia le entregó un sobre tamaño carta, amarillo. Daniel leyó el nombre del remitente: Secretaría de la Función Pública. Lo abrió inmediatamente y encontró un citatorio, para dentro de dos días, a las once de la mañana en las oficinas de su último empleo. El órgano gubernamental estaba realizando una investigación sobre la venta de un rancho que había sido decomisado hacía diez años y vendido a un particular, hacía dos.

Daniel regresó al departamento despacio, tratando de recordar los detalles de aquel inmueble. Se llamaba El Girasol, de veinte hectáreas. Le había sido decomisado a un empresario de Jalisco quien defraudó a diez mil ahorradores. El asunto estuvo en disputa legal en los tribunales durante siete años, hasta que un magistrado dictó sentencia condenatoria para el hombre y el rancho quedó del lado del gobierno. Los papeles pasaron al área gubernamental donde trabajaba Daniel, para su valuación. Fue él mismo quien se encargó de poner un precio a partir del cual, el rancho sería vendido si alguien ofrecía eso, o más.

Daniel volvió a su departamento con el citatorio en la mano y se dirigió a su escritorio para buscar la copia del expediente con la que se había quedado, luego de su despido. Ubicó el montón de papeles en el cajón de abajo. Extrajo las carpetas y las colocó encima del escritorio. Comenzó a hojearlas. Tenía todo ordenado por fechas, así es que no tardó en encontrar lo que buscaba. Se topó inmediatamente con el plano del inmueble y los cálculos de su valuación.

Daniel recordó que cuando el expediente llegó a su oficina dos años atrás, lo primero que notó fue que, de acuerdo con los mismos planos, el rancho estaba rodeado por todos lados, sin salida a la carretera. Así es que, si alguien deseaba trasladar algún producto desde "El Girasol" hacia la autopista, tendría que pagar derecho de vía a los ranchos colindantes. Eso reduciría el precio de venta del inmueble. También recordó que quienes expresaron interés en comprar la tierra eran vinicultores y el lugar efectivamente se prestaba para la siembra de uvas. El cultivo tendría un valor de 330 mil pesos por hectárea, mientras que el costo de la siembra rondaría los 100 mil pesos por esa misma área. Los cálculos le arrojaron un valor del terreno de 4 millones de pesos por hectárea. Pero sin derecho de paso y tratándose de varios kilómetros para llegar a la autopista, el rancho valdría 100 mil pesos por hectárea al año, o un millón de pesos por hectárea en total, según su cálculo. Así es que, si alguien ofrecía 20 millones de pesos por todo el rancho, el gobierno ya iría de gane. Una vez aclarados los cálculos en su memoria, Daniel regresó los papeles de vuelta en el cajón, excepto el expediente de El Girasol, que dejó sobre el escritorio. Apagó la luz y volvió a la sala.

Dos días después, Daniel estuvo listo en traje y corbata, quince minutos antes de las once de la mañana, en el edificio de su antiguo trabajo. Lo pasaron a una sala de juntas donde esperó diez minutos, hasta que arribaron la directora de investigaciones junto con dos subalternos. Se saludaron y dio inicio la reunión con una explicación rápida del asunto que investigaban: la venta de El Girasol, el cual había sido adjudicado a un particular por 22 millones de pesos. "Usted lo valuó en 20 millones", le dijo la mujer a Daniel y continuó: "¿Podría explicarnos cómo llegó a ese número?".

Daniel tenía en la memoria todos los cómputos y cargaba con su copia del expediente. Colocó el plano sobre la mesa y comenzó a explicarles con todo lujo de detalle sus estimaciones. Comenzó por los perímetros, el número de hectáreas registradas en el Registro Agrario Nacional, precios, áreas y demás. Cuando hubo finalizado, la directora de investigaciones le preguntó: "¿Realizó usted una inspección ocular del lugar para su valuación?". "No. Tenía toda la información en el plano y quise ahorrarle al organismo los gastos de avión y hospedaje. No lo creí necesario".

"El rancho si contaba con derecho de paso", dijo la mujer. Daniel sintió un pequeño golpe de calor en la cabeza. Se mareó y alcanzó a ver una luz azul que aparecía y desaparecía de su vista. Luego, les miró borrosos los rostros a los funcionarios que lo entrevistaban. Comenzó a sentir un dolor intenso en el pecho y que la corbata le apretaba. No podía hablar. Apareció un dolor en su brazo izquierdo. Alcanzó a oír a la mujer decir: "Ese rancho tenía un valor de 80 millones de pesos y hay responsabilidades que deslindar". En ese momento, Daniel se desplomó al piso por un infarto al miocardio... que lo dejó sin vida. 

La última carrera del año

Olga de León G.

Se la veía presurosa y animada, como si fuera a un lugar grato para ella y con alguna buena expectativa, una vez que llegara a donde quiera que fuera, nuestra amiga, la hormiguita colorada.

Un día antes, había recibido una carta que abrió rápidamente, y en la que encontró la aceptación a su petición de participar en la última carrera del año. Eso la puso feliz, tanto que apenas si logró conciliar el sueño, lo que logró a base de repetirse mentalmente: "tengo que dormir bien para ir descansada". 

En el trayecto se encontró con un escarabajito medio holgazán, pero bien intencionado y no presuntuoso; más adelante vio que se arrastraba lenta, pero sin detenimientos, una culebrita adolescente, la cual de inmediato saludó, buscando empatías y que nadie pensara mal de ella. Los tres se dirigían al lugar desde donde arrancaría la última carrera del año. Por encima revoloteaban una bella abejita y una pícara avispa que también iban a la competencia.

Tan contenta andaba la hormiguita, que se había olvidado de avisarle a su gran amigo el elefantito azul, de que no estaría en casa este domingo, por lo que no iría en su busca para pasear por el oasis que ya era como su punto de reunión oficial. Pero, he aquí que el elefantito también se había anotado para participar en la carrera. Y a poca distancia delante de la hormiguita, iba su gran amigo, quien en un reojo que echó para atrás, la vio y decidió esperarla.

El escarabajo y la culebra de inmediato captaron que si se trepaban desde una de las patas sobre el lomo del elefantito, llegarían más pronto. Así que ni tardas ni perezosas, subieron en cuanto lo alcanzaron. Al emparejarse la hormiguita a un lado de su amigo, este la invitó a subir, que él la llevaría, como siempre, agarrada de una de sus orejas.

Pero, he aquí que la hormiguita declinó la invitación, aduciendo que eso sería hacer trampa. El elefantito que conocía muy bien a su buena amiga, no insistió. Mas viendo que el escarabajo y la culebra ni se inmutaron, antes bien se agarraron más fuertemente, el elefantito azul quien comprendió la verdad de las palabras de su buena amiga, se sacudió muy fuerte y se los quitó de encima. Con ese movimiento, ambos animalitos fueron a dar varios metros atrás, quedando, así, fuera de la competencia: la adolescencia es una etapa de aprendizajes: ambos, culebra y escarabajo, eran demasiado jóvenes y poco educados.

El elefantito siguió caminando cada vez más lentamente, quería esperar a su amiga. Cuando la hormiguita volvió a alcanzarlo, le dijo: eso también es hacer trampa, querido amigo. Tú debes ir a tu paso y ritmo que yo iré a los míos. Cierto, amiguita, una vez más tienes razón, además, de lo que se trata es de competir, no de ganar o perder. ¡Ah!, no mi buen amigo, sí es importante ganar, dejémonos de falsas modestias e hipocresías, o políticas de países tercermundistas: es importante competir, ya eso en sí mismo es un triunfo; pero también lo es, y sin regateo: ¡ganar!

Ni modo, hormiguita, hoy me las ganaste de todas, ¡todas! Por eso te tengo en gran estima, eres pequeñita de tamaño, pero grande de ideas y pensamientos.

La hormiguita solo sonrió y se sonrojó, pues nadie más que ella, sabía del dolor de ver sufrir a un ser amado y no poder ayudar: su mejor ayuda era mantenerse lo más sana posible... y su salud estaba decayendo, por eso se inscribió en la última carrera del año, con la mira puesta en que el año que seguía, fuera para todos, un: "¡mejor año!". 



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