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Visitas no invitadas

Visitas no invitadas


Publicación:10-06-2023
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Ya no sería necesario, fue solo un fuerte calambre. ¡Los hombres no aguantan nada!

Lección sobre el Altísimo

Carlos A. Ponzio de León

Mientras descansaba en el sillón de mi pequeño estudio, detrás de la silla frente al ventanal y la computadora donde escribo mis historias, observaba los estantes de los libreros. Noté un espacio vacío entre dos libros: entre un texto de biblio-terapia, que no es otra cosa más que el uso de psicoterapia ayudada por la poesía, y otro cuyo editor era un psicólogo que recibía postales, de gente que le revelaba algún secreto en ellas. Trataba yo de hacer memoria sobre el libro faltante, pero no podía ubicarlo, hasta que alcancé a ver, en la mesita de a lado, mi taza en la que había servido un té Chai caliente que para ese momento había dejado de humear. Di un sorbo pequeño y resultó agradable, tanto por el sabor como por la temperatura. Vino a la memoria un libro de actuación, de pasta amarilla, titulado "No Acting Please", con prefacio de Jack Nicholson. Pensé que ese podía ser el libro faltante, aunque resultaba un tanto delgado para el espacio vacío. 

Me levanté a buscarlo en otro librero, en el comedor, donde sabía que solía descansar. Repasé con el dedo el estante donde podría encontrarlo y di con él. Lo extraje para hojearlo y en ese momento sonó el timbre de mi departamento. Regresé el libro a su lugar y me dirigí a la puerta. Abrí y encontré una visita que no era bienvenida en casa. 

Él cargaba con un libro gordo bajo el brazo izquierdo. Lo dejé pasar y le invité a mi estudio. Le cedí el sillón y yo tomé la silla de madera. "¿Te sirvo algo?", le pregunté. "Podría tomar lo mismo que tú". Fui a la cocina y regresé con una taza para él. "Te preguntarás qué hago aquí", me dijo. "Supongo que no es para hacer daño; no es necesaria tu presencia física para lograrlo", le respondí. Y él continuó diciendo: "¿Sabes?, a veces me aparezco para incitar a la desobediencia y eso siempre tiene una recompensa..." Me quedé en silencio, tratando de guardar toda expresión en mi rostro, simplemente escuchando sus palabras que, en ocasiones, es sabido que son seductoras. Continuó: "Cuando Eva tomó del fruto prohibido para ofrecérselo a Adán, la consecuencia fue buena para la humanidad. Aquel par pudo abrir sus ojos y ambos pudieron disfrutar de todo lo visible en la tierra...", "eso, más bien," interrumpí yo, "compensó el castigo; pero, de cualquier forma, no fuiste tú quien brindó el don de la vista. Las tuyas no son sino más de tus palabras de soberbia", concluí. 

"No vine a discutir", continuó, "vengo a dejarte este libro, pues lo necesitarás", y lo colocó sobre la mesita. Miré de reojo y aunque sin título, pude distinguir un texto de pasta dura nacarada con adornos de oro. "No se te olvide que estás indefenso en estas circunstancias", dijo levantándose, "y que yo soy necesario para restablecer el equilibrio". Luego, miró a su alrededor: notó los libreros, las puertas de madera y el ventanal. "Es una lástima que se te acaben estos lujos; pero, usando una frase que es un cliché: será bueno, pues tendrás las cosas más claras". "Y a ti", le dije levantándome de mi asiento, "no se te olvide que aún en estas circunstancias, contamos con la escritura y las palabras". Dejó soltar una pequeña risa que luego se convirtió en casi una carcajada, para continuar: "Al final, de nada sirven, a tu Dios le gusta ayudar hasta el punto crítico... y es entonces que los deja solos, por el puro placer de ver qué hacen".

El ser salió del pequeño estudio y atravesó el comedor encaminándose a la puerta, dando cada paso con el orgullo de un hombre transformado: en un ser atractivo del siglo XIX, renacido bajo el optimismo del progreso, con el chaqué a su medida delgada y un bastón que era más bien un ornamento, de guantes blancos apretados por el puño, con sombrero de copa sobre la cabeza y sus gafas azules: otro decorado. "El perfeccionamiento de la técnica es lo que les ha permitido vivir a ustedes de esta manera", dijo abriendo la puerta. Hubiera querido preguntarle sobre diversidad y los discapacitados... y los oprimidos, pero en realidad me atemorizaba su presencia. "A Dios rogando y con el mazo dando", le respondí. "¿Lo ves? Dios no puede solo.", dijo justo antes de desaparecer por el largo pasillo blanco que se desvanecía conduciendo a la salida.

Luces al final del pasillo

Olga de León G.

Era un pasillo largo, muy largo, blanco y, más o menos, angosto; pero, cabían yendo y viniendo por él, dos personas. Ese día, había caminado ya un gran trecho, más de lo deseado, pero nada parecía indicar que lo recorrido fuera a ser todo por ese día. No, ¡qué va! Faltaba mucho aún: todo el resto de mi sueño o pesadilla.

Eran las once de la noche, y aunque no tenía sueño, sabía que debería darme prisa en escribir, al menos los dos primeros párrafos, si quería ir a dormir temprano. No lo hice, no pude; el sueño me venció antes de la una de la madrugada y la falta de inspiración y el cansancio de un día difícil, cerró mi círculo de negación a escribir: a veces, así sucede, y contra eso: nada hay qué hacer.

Fue una noche como otras, ni demasiado pesada ni tampoco descansada y cómoda: interrupciones cada media hora o, con suerte, cada cuarenta y cinco o cincuenta minutos. Había puesto la alarma para permanecer en cama ocho horas, no las duré. A las siete en punto, ya me levanté y apagué la alarma: fue como si algún ruido me hubiese despertado.

No esperábamos la visita de nadie, pero me sentí inquieta como si alguien fuera a aparecerse sin previo aviso, visitándonos de imprevisto.

Hice el desayuno: licuado de fresa y un bísquet de mantequilla tostado. Luego, lavé la licuadora, vasos y platos, limpié la mesa y recogí todo en la cocina. Fue en ese momento cuando recordé que la noche anterior, no había sacado la basura. Apresuradamente junté lo de los botes de los baños y con la bolsa grande previamente amarrada, atravesé la casa y salí hasta la cochera. Ya en la banqueta, pude observar que el camión aún no había pasado (me congratulé de ello). 

Regresé adentro, y, ¡oh, sorpresa!, mi llavero con todas sus llaves estaba por fuera, en la chapa, con la llave de la casa insertada en ella... También, la llave del auto y la alarma estaban allí.

Cobraban sentido los ruiditos y leves pisadas que escuché ya casi para amanecer y que confundí con parte del sueño; y la llave del agua caliente en el medio baño del recibidor abierta y tirando agua hasta las siete de la mañana, en que me di cuenta y la cerré: ¿habrá entrado alguien? Además, la puerta de nuestra recámara estaba abierta... yo, siempre la cierro y le pongo el botón por dentro. Sacudí mi cabeza y con ese movimiento también me sacudí ideas tan absurdas: 

- Para qué alguien entraría, nos vería dormir, y saldría sin llevarse siquiera, ¿algún adorno, paraguas, chaqueta o cualquiera otra cosa?

Después del desayuno, llevé a mi esposo al recibidor, le pedí esperara a que cambiara la ropa de cama. No protestó, sabía que tenía que aguardar. Cuando terminé, regresé con él y le dije que si quería ya podía irse a descansar en la cama. Como un resorte un poco viejo y flojo, se levantó y sin esperarme tomó los manubrios de su silla andador, adelantándoseme como si llevara demasiada prisa, casi voló por el largo pasillo, topó con la puerta de la recámara, me adelanté, se la abrí y le dije: con calma...

Para ese instante, sus piernas temblaban como gelatina, se soltó de los manubrios y en el marco de la puerta fue a dar al piso... quise ayudarlo y detener su caída, no me dejó: "No me toques, me duele mucho", me dijo. Busqué un paracetamol, le traje un poco de agua y tomó la pastilla. No podía levantarlo y él se quejaba de mucho dolor en la cadera y pierna izquierdas. No tenía a quién recurrir por ayuda para subirlo a la cama.

A la media hora, desesperé, me senté a su lado y lo hice mover sus pies y doblar y desdoblar las piernas a partir de las rodillas. Cuando pretendí hacerlo con la izquierda me amenazó con un: "No me toques". No le hice caso, pasé mi mano por debajo de su muslo sobre el pants, y he allí la causa real de su dolor y el temblor de sus piernas: tenía los nervios demasiado estirados y muy tensos: estaba acalambrado.

Contra su voluntad subí y bajé sus rodillas y pantorrillas, masajeé el nervio por la parte de atrás del muslo de su pierna izquierda, y en lo que me di la vuelta para ir al baño por algo, no sé qué, al regresar, él ya estaba acostado en la cama...

Lo que es, no escuchar al cuerpo, o no saber qué es y cómo se siente un estiramiento de nervio o calambre: ¡en lo que soy experta! Es uno de mis principales padecimientos, de casi a diario.

Llamé al hijo, quien nos había hablado hacía un ratito, para decirme que le había pedido a uno de sus más cercanos amigos de acá, que pasara por la casa, antes de ir para la de él. Estaba cantando en una boda de "Fátima" en San Pedro y llegaría en cuanto terminara, para levantar a...

Ya no sería necesario, fue solo un fuerte calambre. ¡Los hombres no aguantan nada!



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