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Sorpresas nos da la vida

Sorpresas nos da la vida


Publicación:18-06-2023
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La vida se fue reduciendo; los problemas multiplicando y los temas de creación literaria se redujeron a catarsis

La hormiguita está triste

Olga de León G.

"Si cada día comienza con un nuevo amanecer, por qué no todos lo parecen. Algunos son como clones de días pasados, o el remedo de un ayer que quisiéramos nunca haber vivido". Esto pensaba la hormiguita, mientras iba caminando un tanto distraída y muy preocupada por la salud que poco a poco iba desapareciendo de cuerpo y mente de su compañero de toda la vida, el padre de sus hijos y el que en sus mejores tiempos, siempre se refería a ella como, ´mi novia´. Siempre la quiso mucho, aunque no siempre se lo dijera a ella. Seguramente, porque seguía el ejemplo de su padre a quien con frecuencia le escuchó decir: - A la mujer, ni todo el dinero, ni todo el amor.

"Ya no puedo más", repetía una y otra vez, la hormiguita; y al instante, añadía: "tengo que poder", "no hay de otra, nadie más lo cuidará". 

La vida no es nada, hasta que empieza a parecerse a un enorme agujero negro o a un abismo al lado de nuestra cama. Entonces, y solo entonces, sabremos que seguimos con vida y que el hilo que nos ata a ella, no se ha roto.

- Cómo llegamos a esto, amiga mía, -le había dicho hacía unos días, el elefantito azul, su dilecto amigo. -¿Por qué te tocó tan duro destino hacia el final de tu camino?, justo cuando debías estar cosechando las mieles de los azahares de mayo y junio.

- No lo sé, mi buen amigo. Yo también me cuestiono y pienso en si acaso será un castigo divino... de algo que hice y no recuerdo y, en voz alta, al viento le pregunto: ¿Por qué, Señor? Comprendo que no soy la única en el mundo que está sufriendo, quizás otros, muchos más, sufren y demasiado, injustamente también. Hasta el día de hoy, nunca he recibido alguna respuesta... 

Y, el viento sopla con más fuerza... mas nada dice. Es un soplo con sordina. 

Entre trechos gratos y caminos sinuosos fueron transcurriendo los meses y los años. Durante los últimos dos años y medio, la tristeza anidó en el alma de la hormiguita, el cansancio se acendró y echó raíces entre huesos, nervios y semblante. Los que la conocieron tres o cuatro años atrás, cuando la volvieron a ver, recientemente, pensaron que tenía, por lo menos, siete años más. Pero eso no le preocupaba, que ella solo estaba entregada en cuerpo y alma, a mejorar la salud y el ánimo de su esposo. Mas, cómo podría hacerlo, si sus fuerzas decaían.

Cada cita médica, cada que debía llevarlo a estudios o análisis desde que revisaba las fechas, ya estaba angustiada pensando cómo lo haría... Y, sabía que no siempre podría.

La vida se fue reduciendo; los problemas multiplicando y los temas de creación literaria se redujeron a catarsis.

¿A dónde se fue la risa, a dónde, la imaginación...? ¿Qué se hicieron los colores?

Una levantada del piso, se volvió una hazaña, una tarea titánica de cinco o seis horas. La ropa de cama y los pants o pijamas, jamás se lavaron tan seguido. Dejé de contar las lágrimas, que fueron convirtiéndose en pequeños arroyos... y, no obstante, también cultivé nardos, azucenas y orquídeas junto con mis invaluables rosas blancas.

"La música sonó a toda hora, y aunque fue variante, jamás sonó estrepitosa... El viento huyó al desierto y la lluvia fue solo una ilusión: el peor verano de mi vida rompió en sollozos al verme caminar como sonámbula y dando traspiés de mareos por el desvelo diario, elefantito".

"Ya no puedo contarte más, mi querido amigo, ya no puedo seguir viviendo con el alma hecha añicos... ¡Pobrecito de mi compañero de vida, mi amado esposo y padre de mis hijos!"

"Me estoy muriendo en vida, solo que no me muero del todo..."

El golpe de las luciérnagas

Carlos A. Ponzio de León

"¡A tragar, que el mundo se va a acabar!", dijo Pablo al ver sobre la mesa del comedor: un pavo enorme, rostizado; un plato hondo con papas al horno, envueltas en papel aluminio y rellenas con queso y crema; espárragos a la plancha, cocidos en aceite de oliva; ensalada rusa de papas, zanahorias, chícharos y mayonesa; una cacerola de camote y un pie de queso con frambuesas; además de la salsa tradicional para el pavo a base de crema de champiñones y el relleno de carne molida, más dos botellas de vino tinto. Pablo acudía a la cena de cumpleaños de un amigo de infancia. Se encontraban en los treinta. Pablo aún era soltero, pero su amigo estaba casado con Martha, una chica atractiva de tez blanca y de un metro con setenta de estatura, quien le sacaba diez centímetros de altura a Pablo. El invitado se sentó a la mesa saboreando los platillos sin saber que esa sería su última cena, porque esa noche moriría.

Pablo probó todo lo que pudo. Con sus ciento veinte kilogramos de peso, pudo darle una repasada a todos los sabores sobre la mesa. Al terminar de cenar, anfitriones e invitado pasaron a la sala para platicar y escuchar música de los noventa: Héroes del Silencio, Oasis, Jarabe de Palo y Sinéad O´Connor, especialmente, de esta última: "Nothing Compares to You", que repitieron tres o cuatro veces durante la noche, la cual transcurría con tranquilidad y a una temperatura ambiente de veinte grados centígrados. Afuera, la luna estaba casi llena y se escuchaba el viento que provocaba un golpeteo de las hojas de los árboles. 

"Se los pedí el domingo", respondió Pablo cuando la mujer de su amigo le preguntó por unos discos LP de los años setenta. Eran de ella y Pablo se los había pedido prestados para grabarlos en formato mp3. Pero el día que ella se los facilitó, él los olvidó en el auto de un amigo, quien le dio un aventón de regreso a su casa luego de la reunión. Ella los había recibido como herencia de su padre, y el viejo había fallecido hacía tres años. Estaba ansiosa ante la posibilidad de perderlos, pero no lo externó en ese momento. Simplemente se levantó a la cocina y en un vaso con agua colocó tres gotas de Clonazepam para luego beber el líquido. Volvió a la sala, donde se desenvolvía la plática.

El par de amigos hablaba sobre motocicletas. "Ni creas que te vas a comprar una", le dijo ella a su pareja al regresar a la sala. "¿Ya ves porqué vale la pena estar soltero?", dijo Pablo en tono burlón. Ella cerró los ojos acomodándose en el sillón, recargada sobre el hombro de su compañero. Pasaron cinco minutos y Pablo dijo, mientras se levantaba: "Bueno, creo va siendo hora de que me despida".

Los amigos se despidieron efusivamente de él y lo acompañaron a la puerta. La pareja observó cuando Pablo desapareció al doblar a la derecha una vez en la banqueta. El hombre comenzó a cerrar la puerta lentamente cuando ella le dijo: "Espera, voy al auto, dejé las medicinas". "Me voy cambiando, te espero en la cama", respondió él.

En la calle, Pablo caminaba sobre la banqueta dirigiéndose hacia el parque Sucre. Debía cruzarlo y caminar tres cuadras más sobre Amores para llegar a su edificio. Se detuvo en la esquina justo antes de cruzar hacia el callejón que desembocaba en la entrada de los jardines del parque. Esperó a que dos autos pasaran por ahí. Metió una mano en la bolsa del pantalón para verificar que traía las llaves de su departamento. Decidió esperar a que la luz del semáforo para los automóviles cambiara al rojo.

Cuando fue el momento, cruzó la calle lentamente hasta entrar al parque solitario. Caminó por la vía de cemento bajo la luz de los faroles. Se escuchaba el viento apaciguando las hojas de los árboles. Y de pronto escuchó el crujir de una rama y unos pasos. Detuvo su andar... con miedo. Giró su cuerpo para observar si alguien lo seguía. No vio a nadie. Solo alcanzó a ver la pared de arbustos, a su derecha, brillando por luciérnagas, el cual terminaba cinco metros atrás de él. Continuó su marcha. Sus manos comenzaron a sudarle. Trató de apresurar su paso, pero las piernas le temblaban. Sintió una presencia detrás de él: a unos cuantos metros. Pensó en volver a mirar atrás, pero sintió que el cuerpo se le trababa. El estómago se le convirtió en un bulto de cemento. Abrió los ojos como dos nichos negros cuando sintió el golpe en la cabeza. Cayó inerte sobre la vía de pavimento, mientras su cráneo proveía la tintura que enrojecía el cemento. Detrás de él: Martha sostenía en su mano... una hacha parva.



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