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La cultura de las diferencias

La cultura de las diferencias


Publicación:26-11-2023
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Poesía es una palabra, es un concepto y es arte y ciencia a la vez

Ideas ciegas, mudas y sordas

Olga de León G.

      Hay veces que quisiera reír con desenfado y sin freno alguno, como rehilete que baila sobre la tierra, tras soltar la cuerda el amo al trompo de madera que cuenta historias de niños felices y sin miedos. Niños sin complejos de clase o niveles ningunos. Pero el trompo de pronto se detiene, me mira y parece preguntarme: ¿A qué le apuestas, mujer, si nada sabes del mundo y sus desdenes? Y yo, solo lo miro y callo. 

      Nada tengo que decir al viento y sus fantasmas. Que un trompo ni mira ni habla. Soy yo misma quien lo represento, al tiempo que configuro un mundo nuevo para recuerdos añejos: recuerdos felices de una infancia que a ratos se me olvida que existió y que sigue por allí acompañándome en las trampas silenciosas que le impongo a mi vida, cuando parece que se me está escurriendo de las manos: cual ideas ciegas, mudas y sordas. Las que un día, sin embargo, me forjaron y me dieron forma, de palabra en palabra, hasta elaborar collares y rosarios de cuentas que cuentan cuentos para adultos y no tan adultos: seres que se regocijan cuando se ven en el espejo de los niños que fueron y lo siguen siendo... en el fondo de sus almas.

      Las calles deshabitadas, solas y abandonadas a su suerte, esperan por el nuevo día, uno que las regrese a la alegría, a la luz de la esperanza, al bullicio de la gente buena y no tan buena; pero, al fin, gente viva que disfruta el día a día.

      Las palabras parecen haber huido, en realidad buscan un nicho dónde crear realidades, por eso se fueron tras las ideas que se olvidaron de ellas, porque al fin ideas, intangibles y sobrevaloradas, piensan que a las palabras no las necesitan: son tan prosaicas, tan poca cosa que nadie nota su ausencia si ellas no resaltan por su propia naturaleza: pueden ser claras, oscuras, valiosas o insignificantes; suenan contundentes o indecisas, determinantes o inciertas. Y, cuando pienso que pueden ser simples o complejas, no olvido que siempre serán: ¡solo palabras! Es en ese instante en el que reconozco su grandeza por ser, en apariencia tan poca cosa, y no obstante, sin ella, sin la palabra, el concepto ni la idea tendrían existencia. Palabras, bendita y grandiosa es su presencia: fuente inagotable de luz que arrojan para que nosotros solo apreciemos el numen y esencia de las cosas que nombran.

      Poesía es una palabra, es un concepto y es arte y ciencia a la vez. La Filosofía es también una palabra grandiosa, es amor al saber y es el conocimiento de todo al través del amor: motor de la vida que irradia sus rayos sobre los cuerpos amados, volviéndolos claros, accesibles y cercanos tanto a lo divino como a lo humano.

      Puede creerse o no en la existencia de Dios, pero no puedes nombrarlo sin pensarlo al mismo tiempo. Que la palabra es verbo y el verbo es acción, es una verdad gramatical, filosófica y lógica. Pero, como tal, sigue siendo solo una idea, un concepto, que requiere de la palabra para cobrar vida: para ser y existir.

      Qué sencillo puede resultar hacer simulacros de reflexión, cavilación o deliberación, en soledad con el propio yo y nuestra conciencia; lo complicado es llegar a conciliar los opuestos, o a un acuerdo común entre dos o más conciencias: palabras que implican conceptos y que detrás de ellas viven y sobreviven, las ideas.

      Mas, quien o quienes sabrían de tales ideas, si no las hubiésemos vestido de palabras. Por complicado que resulte llegar a uno o más acuerdos, jamás llegaríamos sin las reinas de la vida literaria y científica: palabra y poesía.

      Puedo volver a enamorarme de ambas, aunque nunca llegue a comprenderlas del todo. Y, qué maravilla no comprender del todo a algo o mucho, pues este es el mejor pretexto para seguir filosofando, existiendo y viviendo en la hoja manchada de tinta tanto como en la misma realidad de lo cotidiano y prosaico. 

      ¡Leamos y escribamos mucho!, quizá un día nos sacudiremos la ignorancia; esa plaga de todos los tiempos, que nos embauca y esclaviza con sus brillos y oropeles, hoy disfrazados de progreso, comodidades, avances pseudocientíficos y vida moderna, despreocupada, siempre alegres y sonrientes sin pensar en nada más, que: ¡ser felices! ¿Será realmente esto la verdadera y última razón de la vida?

      Me pregunto: ¿solo vivimos para... debemos vivir en busca de... o tenemos la obligación de alcanzar la felicidad? No importa que seamos ciegos ante el dolor ajeno, mudos ante las injusticias y sordos frente a injurias e insultos... ¿Esto es ser felices?

      

      

El desierto

Carlos A. Ponzio de León

      

      La madre alzó al niño en brazos en dirección al cielo, recogió sus lágrimas de las mejillas con un beso y regó la tierra del desierto con ellas. En humo se convirtieron las lágrimas cuando cayeron al erial. El tobogán de arena que viajaba arrastrado por el viento cegó la vista de ambos: madre y niño, en un sinfín de mal decires por las desdichas de la vida que les tocó vivir. "Bendeciré a los que te bendijeren, y a los que te maldijeren maldeciré; y serán benditas en ti todas las familias de la tierra". Entonces la mujer abrazó a su niño y siguió adelante, caminando por el desierto.

      El desdichado padre, anónimo sagrado de las escrituras, descendió del cielo pidiendo una disculpa de amo. ¡Qué confusión había sido aquella! Por lo sagrado de su equivocación, se arrastró sobre la arena, como culebra llena de espanto en emoción distante. "No quiero verla", se dijo para sus adentros, el hombre viejo (como Santo el Reino). "No puedo verla", se repitió incesantemente. Y equidistante de las ciudades blancas, rodeadas de paz caliza, se enfureció el anciano por la desdicha de su herencia. "¡Qué manera de gastar la vida!", le dijo a su sombra, escondida detrás de los matorrales. ¡Qué manera!

      La mujer llegó por la noche a la Ciudad Sagrada, estirpe del jazmín y las azucenas. Su caminar se hizo más lento, más pausado, casi quieto. Tómbola de humildad de corazones, casa de humillaciones, poste elevado que anuncia el Nuevo Reino. Blancura de flores blancas, rojas y azules, decimonónico caballero de quietos andares y perfumadas conquistas. Esqueleto ciego, con algo de lo bueno entrelazado con lo malo. Quietud de monte y espinazo del diablo, cara de ángel y aventura sagrada de Dios. Mezcla de añoranza y esperanza del divino más divino. Aquí vas: como riachuelo bocacalle abajo. Entiende y edifica. Ensombrece y ciega. Segadora de estirpe brutal, de majadería y cumbre de blancos azahares, fruto prohibido de prohibición futura. Libera a las mujeres de cadenas, enrojece y adivina: lo tuyo es mío y lo mío es tuyo. Descafeína tu amargura porque en tu nombre dejo la sustancia temblorosa: poco a poco, paso a paso.

      La mujer se sentó sobre una piedra negra: era la tumba que encadenaba su libertad: los celos asesinos: degolladas y apedreadas víctimas: ¡Mujeres: esquiven hachas y lanzas! En el lodo bajo sus pies, con la rama de un árbol, la mujer dibujó algo: un círculo encerrando su sexo. Su boquiabierta sombra abrió las piernas y parió otro hijo: del sagrado sueño. "Yo no tenía vida eterna. Gracias Alá", se dijo la mujer. "¿Qué me quedaba entonces? Vivir bajo las inmorales piedras: de la mortal moral. Muere aquí, desdichado olvido. ¡Venga el reconocimiento a mi entrega! Porque ÉL es quien lo hace nuevo todo". Deja tus celos, hombre de barro, maniqueo elástico de peleas y espadas. Cadera indomable. Franqueza: pequeña en dolores y grande en placeres.

      La conmiseración del gato y la serpiente, el vuelo del águila y la anaconda. El terror y el anonimato. Desperdicio de divorcio, ganancia de Santo.

      Vapuleo gigante, adormilada serpiente, vuelo y Santo. Dominio de las flores.

      Terracota. Terrasanta. 

      Domesticada ilusión. Ilusión de gatos. Sombría sombra de espantos.

      ¡Qué esperas! Paga el precio ahora o nunca lo pagues. El tiempo es vida, el negro es Santo. Dobleces, imprudencia y avaricia. Salpicados los Santos.

      La mujer se levantó de la piedra y siguió su camino. Se entremetió entre vericueto de sables y calles cerradas. Caminó y caminó hasta el cansancio, hasta que su hijo creció. Sobre la marea hundió sus pies y echó el hechizo. Arboleó la tarde, suplicó por encontrar el camino.

      ¿Lo encontró? Su hijo se hizo hombre.

      Él abandonó la casa materna, tuvo mujeres y esclavas, con todas procreó. Superó al padre; superó al vecino. La frontera tiembla. La lumbre doblega al dragón: por dentro lo consume. La efímera venganza mortal. Plácido de peces: luz sagrada, antorcha que nunca duerme.

      La venganza, la frontera y la ilusión. La mujer encontró el camino. Llegó a casa. Tomó un baño. Comió y bebió como borracho. Se embriagó de nueces y sexo de hombres y mujeres. Hambre saciada. Conífera combustión. La herrera. La herrumbe. La armadura plata.

      Se fue y volvió. Ya está aquí. Génesis e Ilusión. Socavada muerte: se acerca el día: no erres, no sucumbas, no ilusiones. El silencio parte El Desierto. La mujer encuentra cobijo en otro lecho, bajo otra sombra, en el claro de la noche que se vuelve día, en Alá Bendito.

      Búsqueda del viejo nido: tempestades. Recuerda: no erres, ni sucumbas. Por las marejadas muertes, por Alá Bendito.

 



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