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Pequeño homenaje a Sor Juana
Publicación:19-11-2023
TEMA: #Agora
Cuando mente, espíritu y cuerpo se unen en un solo ser indivisible, cualquier maravilla puede suceder
Por caminos barrocos
Olga de León G.
De los sueños, el Primero Sueño, magistral y hermoso.
De sus prosas, ninguna tan vituperada como
la Carta a Sor Filotea de la Cruz, y quién negar pudiera
que también de las más frecuentadas.
Los tiempos de mi tiempo pareciera
que romper quisieran con tradición
y costumbres finas, como si ser
lo que no se quiere ni se es, sea lo ideal,
para como planta trepadora
brillar a la luz y la sombra de quien muerta
no puede desdecir a los que injurian
su memoria y grandeza, sea o no sea
lo que de ella dicen, los que como:
"Hombres necios que acusáis a la mujer
Sin ver que sois la razón" ...y sin razón,
de lo mismo que la culpáis.
(Olga de León. Nov. 2023).
La niña dejaba volar su imaginación cuando se paraba en las noches detrás del cristal de la pequeña ventana que le permitía mirar hacia afuera: calle, algunos coches transitando y gente entrando a sus casas o caminando apresurados por llegar a ellas; y especialmente, le gustaba mirar hacia el cielo, contemplando las caprichosas formas de las nubes y el mágico titileo de las estrellas.
Siempre era una y la misma idea la que la invadía estando allí: con el cuerpo dentro de su pequeño cuarto de dormir y alma y mente volando fuera de ella y de la casa.
La niña recién había cumplido doce años, y ya disfrutaba más de la lectura de poesía, cuentos y ciencia ficción que encontraba entre los libros de su padre, puestos todos en los libreros que tanto le gustaba mirar, contar y hojear al azar, más que de los juegos al aire libre con sus vecinitos o amiguitas del colegio. No, ¡claro que no!, no era una nueva Juana de Asbaje (como creían sus padres), ni de lejos ni de cerca, pero disfrutaba de la prosa, del teatro y especialmente de la poesía de la Décima Musa.
Esta niña protagonista de mi cuento de hoy era muy ordenada en algunas cosas; pero, bastante desordenada para terminar de leer un libro, si alguno no le iba gustando después de diez páginas, lo abandonaba, pero buscaba otro para leer. En ocasiones, pedía consejo a su padre sobre qué libro elegir que pudiera interesarle tanto que no lo dejara sino hasta terminar su lectura. Así fue educando su gusto de lectora que se extendería hasta el de escritora. Para esto último, debieron pasar algunos años.
Por ahora, a sus doce años, comenzó a convertirse en viajera internacional e interplanetaria por la vía de la ficción, la imaginación y del poder de su mente, que descubrió cuando una noche pudo salir sin abrir la ventana para ir a otro país. Entonces, supo que tenía un alma gemela: una niña de su misma edad que la observaba a través de un potente y muy avanzado telescopio, desde la ventana de su casa en Nashville, la Ciudad de la Música. Mas, he aquí, que su forma de viajar sin moverse de donde se encontraba, superaba en mucho a cualquier instrumento científico, por avanzado que fuera. La niña de Nashville, Any, se quedó petrificada por varios segundos cuando vio a Elsa enfrente de ella, tras el cristal de la ventana de su casa en Tennessee.
Pasado el susto, trató de comunicarse, pero Elsa ya se había ido. Dio una vuelta por Europa sin quedarse en ninguna parte; finalmente, casi al amanecer de ese día, regresó a su casa. Pero su sorpresa fue mayor que la de Any, porque no pudo integrarse de nuevo con el cuerpo de la niña detrás del cristal de la ventana: con su propio cuerpo, el de la Elsa que había dejado apenas unas horas antes. No pudo, la que regresaba ya no era la misma que salió en alma y espíritu y visitó a su alma gemela, Any.
Y ahora, ¿qué podía hacer? La extrañarán sus padres, llorarán por ella cuando descubran que no es la misma, que está vacía por dentro, que ya nada tiene para dar en cuestión de sentimientos, afectos, emociones... Nada los consolaría y nada entenderían: ¿qué le habría pasado a su niña? Su pequeña Sor Juana, como ellos la llamaban entre en broma y medio en serio.
Elsa, después de estas reflexiones, decidió irse definitivamente, llevándose con ella el cuerpo sin mente ni espíritu de la niña que siempre miraba por la ventana hacia el cielo y podía viajar a donde ella quisiera. Finalmente, las niñas se unieron, Elsa entró en su propio cuerpo, y por su altruismo, su amor hacia sí misma y a sus padres, tanto como a la niña de la ventana, se quedó en su casa.
... Y escribió un cuento acerca de la aventura más increíble que a ninguna otra niña le hubiese sucedido: su viaje a Nashville, la Ciudad de la Música, y al mundo en general, comenzando por España, Francia, Italia, Grecia y luego por las partes más tristes de estos tiempos, Ucrania y Rusia; Palestina e Israel.
Cuando mente, espíritu y cuerpo se unen en un solo ser indivisible, cualquier maravilla puede suceder.
Las trampas de la vida
Carlos A. Ponzio de León
De la maleza del bosque emergían sombras densas, como humo espeso que subía hasta el cielo rojo infernal y lo transformaba en oscuridad. Las nubes se cargaban de masa líquida como si fueran gases condensados, mientras que de entre la tierra se abría un boquete de arena movediza de seiscientos sesenta y seis metros de circunferencia. Bajo las sombras de los árboles se escondían bestias de cuernos y colmillos, no animales, sino seres diabólicos con forma casi humana. Por las noches, mientras el ser humano dormía, salían de sus escondrijos y volaban por los aires gracias a sus alas de murciélago: pedazos de piel viscosa que se extendían hasta sus estómagos.
Una noche rojiza, fría y lluviosa de invierno, mientras los alacranes urgían en las madrigueras de los topos y los roedores, y los chotacabras huían hacia las partes altas de los volcanes, una de las bestias casi humana salió de su recoveco y alzó su voz, nacida de ultratumba, en nombre de sus compañeros: "¡Satanás, príncipe de las tinieblas, antigua serpiente y gran dragón, dios negro y dios del siglo, padre de la mentira y la soberbia: te invocamos!". En ese instante: un ser gigante, ardiendo totalmente en llamas, se hizo presente en medio del bosque.
"¿Qué quieres?", preguntó Belcebú. "Escúchanos con piedad, señor de la oscuridad, a quien respetamos: jamás encendiendo luz de velas y a quien adoramos con la fascinación del fuego lunar. Te invocamos porque sabemos que el mundo se ha extraviado y es momento de aprovechar esta ocasión. Tenemos llenas las manos de engaños para ofrecerlos a los humanos, creaturas débiles que tú ayudaste a crear".
Un cuervo gigante, de seis metros de largo, cruzó volando el Hade y fue a posarse con señorío sobre las ramas de un árbol seco. Luego se escucharon el resonar de un trueno y la explosión del cráter de un volcán. El bosque expulsaba olor a azufre y estiércol, como si el sitio estuviese lleno de coladeras, propias de una combinación de urbanidad y ruralidad descompuesta y en estado de putrefacción.
El príncipe de las tinieblas alzó su trinche y dijo en altavoz: "Enviemos trampas a la humanidad, para que muchos caigan engañados por su propia fe". "¡Muertos, muchos muertos!", exclamó un grupo de demonios que estaba escondido, atento a la conversación. "¡Hagámoslos sufrir!", respondió Lucifer. "¡Dolor, hambre y sed!", respondió el coro de demonios. "¡Llanto, ansiedad y miedo!" "¡Alimentemos el orgullo, los celos y la ambición!" "¡Que al menos la mitad de la tonta y débil humanidad caiga muerta por el tormento!"
Los demonios alzaron el vuelo y se transformaron en serpientes con alas de murciélago y cabezas dobles de dragones. Abandonaron el Hade arrastrando sus cuerpos por el denso aire oscuro y subieron hasta la superficie terrestre a través de un agujero negro.
En la tierra, la humanidad llevaba su propia carga: trabajando, trabajando y trabajando. Doce, hasta catorce horas al día. Se veía a los hombres y mujeres unidos por las cadenas y grilletes, producto del tiempo y la ilusión. Sueños diurnos para no sentirse solos, para vivir aferrados, abrazados los unos a los otros, víctimas de lo que Lucifer veía como una debilidad humana: el amor. Hacía dos siglos que habían sido abandonados, como si Dios hubiese muerto, y entregados a la fortuna del progreso, pagando por las comodidades de la vida. Todo había que costearlo, excepto, quizás, la gracia de haber nacido.
¿En dónde cabría Belcebú dentro de ese mundo? ¿Deshaciendo lo que el hombre construía? ¿A través del engaño o el sufrimiento de víctimas inocentes? ¿En las guerras? ¿En la furia de la naturaleza? ¿De qué se disfrazaría Belcebú al habitar una temporada en la tierra? ¿De misericordia? Preguntas por contestar que a la gente ya no le interesaba responder: concentrado cada uno en trabajar. ¿Pecado original? ¿Disfrutaba el hombre de su yugo?
El espectáculo terrestre hizo retornar al demonio y su séquito, desanimados, al reino de los Hades.
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