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La convicción del deseo

La convicción del deseo


Publicación:14-12-2025
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Los de mi generación andábamos por los cincuenta y más, pero menos de los sesenta. Éramos aún relativamente jóvenes

Cuento Prenavideño

Olga de León G.

Era una noche muy fría, antes de la de Nochebuena. La gente del Norte del país andaba con prisas y corriendo de un lado a otro, como si quisieran ganarle tiempo al tiempo. Quizás sucedía igual en cualquier otra ciudad; pero, a mí, me constaba eso solo respecto de la parte donde yo vivía. 

El año, no importa mucho precisarlo, baste con saber que era de este siglo, a lo mejor por ahí de 2006. Llegó a nuestra comunidad un grupo de personas que no sabíamos de dónde venían. Se esparcieron por diferentes rumbos. Por su apariencia, el color de su piel (muy blancos), sus ropas, su estatura (eran altos), y por el acento con el que hablaban, se distinguían de todos nosotros, los que éramos oriundos de aquí u otras ciudades cercanas. Ellos sabían que sus diferencias eran notorias, por más que intentaron integrarse. Pronto se les reconoció como extranjeros y personas de cuidado... Nadie sabía cuáles eran sus intenciones.

Los de mi generación andábamos por los cincuenta y más, pero menos de los sesenta. Éramos aún relativamente jóvenes, estábamos fuertes. Sí, sobre todo si consideramos que ahora tenemos veinte años más. Y, para mi fortuna, no habían disminuido mis capacidades y sí había crecido en experiencias, de las cuales era posible extraer algunas historias para relatos o ficciones.

En la entrevista que por junio de 2006 tuve con la encargada de la Sección Cultural, Ágora, de el periódico El Porvenir, en cierto restaurante-cafetería del centro, por la calle de Morelos, cuando ella me preguntó que por qué quería publicar, le contesté que no era solo yo, sino los personajes que se agolpaban en mi cerebro y me exigían les diera vida. Recuerdo: le comenté que escribía e inventaba historias verbalmente desde hacía años, las que les refería a mis hermanos menores y a los vecinitos de los diferentes barrios donde viví, en Reynosa Tamaulipas, durante parte de mi niñez y adolescencia. De modo que yo consideraba ya tenía alguna experiencia. ¡Ah!, y comencé escribiendo en máquina, de las de 1956-60; solo eventualmente, cuando papá no dejaba esa máquina en la casa, sino en su despacho; entonces, si no tenía la máquina a mano, escribía en un diario, o en cualquier libreta, luego lo pasaría a máquina. 

Desde luego que mi ortografía no era de lo mejor en los primeros años. Pero, siempre tuve la mirada de mi padre, detrás de mí, quien solía hacer alguna exclamación o señalamiento de error cuando los veía -por encima de mis hombros- sin mencionar ni cuál era ni en cómo debía corregirlo. Así que también tuve que aprender a evitar errores ortográficos y ganar en claridad sintáctica, aprendiendo sola: leyendo más y consultando los textos y diccionarios adecuados. 

De modo especial, debo dar reconocimiento al magnífico maestro de Español y Literatura que tuve en la Secundaria "Escandón" de Reynosa, Tamaulipas, quien me asignaba, si no siempre, casi siempre, para leer en voz alta en el salón de clase. Así desarrollé -por intuición- la entonación según las pausas (comas, punto y coma, puntos, signos de admiración e interrogación, paréntesis, guiones, etc.). 

Pero, no me he olvidado del cuento que quiero contarles hoy, y que dejé a medias, un poco arriba, para referirme a mis inicios como cuentista y relatora de narrativas reales o ficticias: este es mi estilo y también eso forma parte de mi vida y del cuento de hoy: 

Resulta que un día entre semana, después del mediodía, opté por ir a la casa del maestro de Literatura, para pedirle que en la próxima clase, me permitiera leer uno de mis cuentos en voz alta. Quería saber si a mis compañeros les agradaría y, de paso, conocer la opinión de mi profesor. Me dijo que sí, pero que él me diría cuándo podría leerlo. Me pareció correcto y le agradecí anticipadamente. A partir de entonces, llevaba conmigo dos o tres de mis cuentos más recientes.

Llegado el momento, elegí leer el de los hombres extraños que habían arribado a nuestra comunidad. Era un cuento muy breve en el que exponía una teoría: "Todo lo desconocido o extraño es causa de desconfianza y escrutinio". A pesar de no tener argumento para suponer tal cosa. Sino que solo por ser desconocidos, eran posibles sospechosos de nuestra desconfianza. Y, concluía mi cuento con la tesis de que: "Si no los conoces, no te acerques a ellos". Tesis que desencadenaba confusión y falta de seguridad en sí mismos y en su entorno. Será eso correcto, o debemos ser más abiertos y un tanto confiados en la naturaleza humana. No lo sé, aun ahora...

El Lázaro de la certidumbre

Carlos A. Ponzio de León

Volvió la carne; con ella la convicción. Mis pecados no reciben castigo. Libre de pecado; vuelvo como fornicario con la sustancia de la eternidad (Hebreos 9:28). Poseo el ritual químico de transmisión eterna. Genes con pluripotencial, células adultas que se transforman en células madre. Silenciamiento génico. Preservación de telómeros. Genes de reparación. Soy el heraldo líquido del deseo. Una gota que anticipa el fuego. La rebeldía sexual del semen en tu boca.

Maldije a Dios. Dios me perdonó. Volví a maldecirlo. Dios me volvió a perdonar. Digo ahora: "Dios es un culero". Dios me perdona. Una mirada, una palabra o un gesto son suficientes para que el infarto descienda sobre mi enemigo. Dios me perdona. He idolatrado a creadores de Arte, Música, Literatura, Cine, Arquitectura, entre muchos otros. Dios me perdona. He idolatrado materias, técnicas y conocimientos. Dios me perdona. He hecho imágenes a mi semejanza, las cuales disfruto. Dios me perdona. Durante años he trabajado lunes a domingo, sin descanso, sin dedicación a Dios. Dios me perdona. He perdido la paciencia con mis Padres. Dios me perdona. He anunciado muertes. Dios me perdona. He robado libros, incluyendo una Biblia. Dios me perdona. He juramentado no ser quien soy. Dios me perdona. He envidiado el éxito de otros y los he maldecido. Dios me perdona. He fornicado y mucho tengo que decir al respecto, porque Dios me perdona. He engañado a mis mujeres y hombres. Dios me perdona. A Dios le he sido Fiel.

Las mentiras de Dios caen como estrellas amargas sobre el mar y la vuelven sangre para que nadie beba la verdad. Él abre sellos para revelar. Los jinetes galopan como chicas montándome como bestias en el rodeo, hasta saciarse en su éxtasis erótico. Orgasmo de vida y sangre. Alquimia de eternidad.

En su trono de humo, Dios sonríe y sus palabras son lenguas de fuego que a veces iluminan lo que nunca será; en otras, lo que será. Dios se convierte en entidad narrativa que juega con el lenguaje, el tiempo y la verdad. Explora lo que significa mentir en nombre del amor, del arte y de la esperanza. El tiempo es curvo, circular; es verdad. ¡Poned atención, Científicos!

Yo vivo entre la Tierra y el Cielo, amando a la Vida... y luego amando a Dios. ("Sexo, Violencia y Llantas", Rosalía).

Ahora, un cuento: "En el principio, Dios creó el tiempo. Pero lo hizo curvo. No por error, sino por Arte. Quería que los días no fueran líneas, sino espirales tridimensionales. Que el pasado pudiera esconderse en el futuro y que el presente fuera una grieta por donde se escapan los sueños.

Un día, un hombre llamado Elías subió a una montaña buscando respuestas. (¿Por qué la gente sube montañas?). Había perdido a su hijo en una guerra que ya nadie recordaba y quería saber por qué.

Dios se le apareció en forma de viento y le dijo: "Tu hijo vive".

Elías cayó de rodillas, llorando alegre. Bajó de la montaña, construyó una casa, sembró un jardín y cada noche dejaba una vela encendida para el hijo que volvería.

Pero el hijo no volvió.

Pasaron años. Elías envejeció. Y cuando volvió a la montaña, le preguntó: "¿Por qué me mentiste?" Dios le respondió: "Porque si te decía la verdad, habrías muerto ese día, de desesperanza. Te mentí para que vivieras. Para que sembraras. Para que encendieras velas que otros verán. Tu hijo volverá, luego que hayas muerto". Elías guardó silencio: la mentira de Dios fue una semilla disfrazada; una poesía por cumplirse".

Otro cuento. "En un valle donde los árboles hablaban y las piedras guardaban memorias, vivía una mujer llamada Lía. Su cabeza estaba llena de preguntas y vacía de respuestas. Cada noche, escribía cartas a Dios, enterrándolas bajo un olivo que nunca daba fruto.

Una madrugada, el olivo floreció con fuego. De las llamas, una voz habló: "Lía, tú no estás sola". Ella tembló. Comprendió que estar acompañada no significaba estar libre de dolor ni de miedo.

"¿Por qué me diste esta vida?", preguntó Lía. "Porque tú pediste ver el mundo sin velo", respondió Dios. "El mundo es hermoso, pero también está roto. Tú querías saberlo todo. Y eso incluye el horror".

Lía cayó de rodillas en reverencia. Entendió que la verdad de Dios no era una promesa de felicidad, sino una llama que revela, a veces, sin quemar.

Lía dejó de escribir cartas y comenzó a recoger piedras. En cada una escribió una palabra: "dolor", "luz", "espera", "fuego". Las fue colocando en círculos, como altares. Y cuando otros llegaban al valle, sabían que allí vivía alguien que había escuchado a Dios... y no había sido engañada".

Dos historias, dos verdades. Dios miente; Dios no miente. 

Dios me permite sacar algunas de estas historias de SU PEQUEÑO BAÚL DE LAS MENTIRAS. Agradezco que me deje contar SUS historias.

 

 



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