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El temerario desquite

Publicación:30-11-2025
TEMA: #Agora
La poesía no tiene límites terrenales, tampoco a la ciencia se le han podido poner grilletes, ambas se renuevan crecen y vuelan
Volverán las hermosas golondrinas
Olga de León G.
A mí me gustan todas las golondrinas, las de diversos tamaños y variedad de colores. Y, aunque estoy particularmente acostumbrada a ver las más sencillas y simples, las que circundan el pedazo de cielo de la región donde vivo, y que alcanzo a ver desde el balcón de mi estudio, o a través del cristal de la ventana que está en mi recámara, esas que a veces, no siempre pero sí con alguna frecuencia, se acercan a repiquetear en el cristal. No sé si lo hacen para llamar mi atención o solo para ver si aún estoy dormida, o ya me desperté.
Suelo inventarme historias acerca de las golondrinas y otras aves de temporada; y pienso que -por lo menos las golondrinas- saben que lo hago, por eso me visitan.
No son las golondrinas de Gustavo Adolfo Bécquer. Desde luego que no. Esas jamás volverán. Pero mis hermosas golondrinas, las que me vieron buscarlas con afán lírico enamorada del arte, tanto como del encanto de la naturaleza, esas sí regresarán.
Soy soñadora por esencia y pensante por artificio de la ciencia... Que poesía y ciencia, ambas son arte o poesía libre que se quiebra en el remanso de un río y se despeña desde lo alto de la cima del monte Everest, el más alto del mundo, que forma parte de la enorme cadena montañosa del Himalaya. Cordillera que se extiende por cinco países de Asia. Ella, cual poesía libre y bien amada, viaja con el viento, desde la Patagonia hasta el fin del Polo Norte, pasando por Canadá y Alaska.
La poesía no tiene límites terrenales, tampoco a la ciencia se le han podido poner grilletes, ambas se renuevan crecen y vuelan.
Los versos más libres del Universo son los que nadie aún ha escrito. Igual que a las golondrinas, nadie ha osado ponerles grilletes o cadenas que las detengan en parte alguna: ellas son libres de ir o venir. Me fascinan las de plumaje azul metálico por encima y blanco o aura en el pecho. Mas siguen siendo mis consentidas las más sencillas y humildes en su apariencia, pero sabias y amorosas con quienes las recuerdan.
Quizá se deba a que igual me enamoré de un hombre sencillo y humilde en sus orígenes, pero sabio en su aprendizaje de la vida y amoroso con los humildes y con su familia, la que formamos un día, tras visitarme varias veces donde yo vivía... e insistir con su amor, como ninguno otro pudo hacerlo. Y, no lo intimidó ni mi altanería ni el origen diverso de mi familia al de la suya: quiso crecer... y creció.
"Volverán las hermosas golondrinas..." No, ya no volverán. La vida sigue y el tiempo pasa. Nada es lo mismo ayer que hoy. Pero, siempre tendremos la esperanza de que el mañana puede ser mejor. Desde el Polo Norte hasta la Patagonia. Y, desde el Everest hasta el cauce del río Pánuco. Mis hermosas golondrinas volverán, renacidas en sus bebés golondrinas.
La historia es el hilo conductor que nos hace fuertes e invencibles, cuando aprendemos lo mejor de ella y de nosotros mismos.
Aprendamos, hoy, a declamar:
Tras el diluvio y las inundaciones
Vinieron días y tiempos de sequía.
Mientras dormíamos y soñábamos
que todo era maravilloso y dulce,
como en un cuento de hadas,
el cielo se oscureció y lloró, y lloró.
Nada fue nunca más lo mismo.
Las golondrinas huyeron, dejándome
sin su presencia y sin mi amor.
Fueron los años grises y el tiempo
agotó su paso sin percatarnos:
no hubo diluvios, tampoco sequías
mas el tiempo voló suavemente...
como si no quisiera irse,
como si supiera que algo fantástico
sucedería:
las golondrinas volverían.
...a asomarse al cristal de mi balcón.
Y extasiadas contemplarían
Tu silueta y la mía fundidas
cual solo una luz en la noche oscura
de aquel enero veintitrés.
"Volverán las oscuras golondrinas"
Una vez más a mirar nuestros ojos
Y tristes, muy tristes, llamar al cristal.
¡Qué diera hoy, solo por un instante,
llamarme poeta y a Gustavo emular!
Volverán mis hermosas y oscuras golondrinas,
extasiadas mirarnos tras el cristal...
No, no volverán. Lo supe ayer y hoy igual.
La ausencia básica
Carlos A. Ponzio de León
He tenido cuatro esposas. No incluyo a novias, amantes, amoríos, ni amigas. Esposas; legalmente: tres y media; cuatro frente a Dios.
Las esposas son siempre una trampa. No significa que uno no deba casarse; pero esto es algo que debe tomarse en cuenta. El esposo también es una trampa para la mujer y lo mismo aplica.
En mi caso, cuando la diversión se acaba para ambos, llega el divorcio; así de simple. ¿Y la contracción de nupcias? Por períodos, la necesidad de compañía es única. Para mí, el matrimonio sí es un compromiso eterno hacia ellas, aunque el matrimonio no lo sea. No adquiero compromisos eternos únicamente con mis esposas, (tampoco únicamente con mujeres), pero en este caso, sí se trata de uno muy particular. No interesan aquí los detalles.
El motivo del discursito es doble: ¿Por qué alguien se casa varias veces? Y, ¿por qué alguien deja de casarse? Parte de la respuesta está dada: La felicidad. Pero dejar ahí la respuesta, sería una falta de respeto para la Filosofía. ¿Qué causa que la diversión se agote? Hay elementos que detienen el movimiento Newtoniano de la conservación del amor terrenal.
La primera esposa: La blusa blanca de los veranos, bordada con promesas que aún no sabían su nombre. Nuestro amor era como un par de zapatillas de lona que nunca se tiran, aunque el tiempo las desgaste: testigos de la carrera eterna, con sus vuelos y sus tropiezos. Vivíamos frente al espejo de su tocador. Cada hebilla en su cabello era un voto silencioso de eternidad. Si el mundo hubiese ardido, ella se hubiese lanzado al fuego para proteger el matrimonio, sin pensarlo. Porque en su costurero, sólo había hilo para un nombre, y cada puntada tejía la certeza de que ese amor sería eterno. Hasta que el mundo ardió realmente y ella se atemorizó; no creyó que seríamos capaces de sobrevivir. El miedo la hizo sucumbir. El miedo.
La segunda. La jineta del claro, la que galopaba entre helechos con la risa como estandarte y la aventura como promesa. Su amor no era flor de invernadero, sino raíz de encino que se aferra a la tierra incluso en tormenta. Cuando el peligro rondaba como lobo, ella no temblaba: se alzaba madura, cortante y dorada, lista para defender el campo que era su matrimonio. En su pecho ardía el sol de las colinas y en sus manos danzaban los vientos del bosque, siempre dispuestos a abrir senderos donde otros veían maleza. Yo la amaba por su alegría que brotaba como manantial entre piedras, y por su terquedad de roble, incapaz de doblarse ante la sombra. Era mi compañera de travesía, la que convertía cada día en una expedición hacia lo eterno. Hasta que un día, la tormenta derribó la casa y se atemorizó. El miedo la derrotó. El miedo.
La tercera fue el hilo de seda que une sin herir, la pincelada suave que da vida al rostro en la cerámica húmeda. Su ternura no era debilidad, sino temple de vidrio soplado: frágil en apariencia, pero capaz de resistir el fuego. Cuando el monstruo emergió del oscuro barro, ella no tembló; con manos de encajera, le arrancó la espada deshaciendo un nudo antiguo, y la empuñó con firmeza, como quien ha bordado su destino punto por punto. Su inocencia era su escudo, barniz de luz sobre la madera del alma, y su amor, una joya tallada con paciencia, capaz de cortar la sombra. Porque lo suyo no se mendiga: se protege como se protege una obra única, tejida con hilos de corazón y esmalte de eternidad. Pero un día, la espada de fuego la amenazó y corrió espantada con miedo. El miedo.
La cuarta caminaba como si la tierra la recordara desde antes del tiempo, con la piel tejida en pétalos de magnolia y la mirada más sabía que el fuego. Su alma había sido bordada con hilos de amor que no se rompen ni ante el rugido del abismo. Su belleza no era ornamento, sino fuerza que florece, como jardín que desafía al invierno. Cuando el infierno se asomó con garras de sombra, ella lo enfrentó con la ternura de una flor que no se doblega, con labios que pronuncian verdades como bálsamos y manos que saben curar o destruir, según lo que el amor le dicte. En su abrazo, el mundo se redimía; en su paso, la oscuridad se disolvía como perfume en la brisa. Ella era la flor que no se marchita, la piel que no se quema, el amor que no se rinde. Pero un día, el Universo entero confabuló contra ella, y ella huyó arrebatada por el miedo. El miedo.
El miedo nos hizo sucumbir; el miedo se ha acabado.
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