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La caída de Usher

La caída de Usher


Publicación:09-06-2024
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No importa cuánto vivas, nunca podrás hacer cuanto quisiste, por ello es importante tomar decisiones y no perder nuestro tiempo en nimiedades

La historia de la orquídea y la mueca

Carlos A. Ponzio de León

Mis padres habían llegado en avión, de Monterrey a la Ciudad de México, un día antes del evento. Los recogí en el aeropuerto. Para mi sorpresa, venían en silla de ruedas, siendo empujados por sendos empleados de la base aérea, mientras otro traía las maletas en un diablito. Mis Padres habían solicitado el trasladado de la pista de aterrizaje a mi auto en silla de ruedas. En realidad, mi padre había sufrido una caída al salir de la casa en Monterrey, cuando iban a tomar el taxi al aeropuerto. Descendió tres escalones, del pórtico a la cochera, cuando cayó de lado y no pudo meter la mano. Mi Madre lo ayudó a levantarse y se lastimó el músculo de la cintura. Venían tarde. Subieron al carro que los esperaba para el traslado, con la adrenalina al tope. En el trayecto, mi padre comenzó a dolerse aún más de su cadera.

Arribaron al aeropuerto y mi Padre no podía bajar del auto. El chófer fue a buscar a algún empleado de servicios aeroportuarios que lo trasladara en silla de ruedas. Veinte minutos más tarde regresó con alguien para ello. "¿Usted también quiere silla de ruedas, Doña?" "Ay, se lo agradecería". "Ahorita que documentemos la pedimos", le respondió el encargado del traslado, a mi Madre.

Finalmente arribaron a la Ciudad de México, subieron a mi auto y los llevé a comer lo que se les antojaba en esos momentos: Un cóctel de camarones. Los dejé en el restaurante en la colonia del Valle mientras yo fui a dejar el auto al estacionamiento del departamento, a cuatro cuadras de distancia. Regresé y ya estaban entretenidos, saboreando su copa con camarones, aguacate, salsa cátsup, jugo de limón y demás ingredientes. Cuando terminamos, caminamos de regreso al departamento. Mi padre tenía que detenerse constantemente y recargarse en cualquier barda. Le seguía doliendo la cadera. Finalmente llegamos y subimos en elevador al segundo piso. Se sentaron en dos sillones individuales. Toqué para ellos, en unas bocinas conectadas a mi laptop, la pieza que escucharíamos al día siguiente en la Sala Manuel M. Ponce, pero ese día, con los sonidos de la librería de un programa musical: Una obra que había compuesto para orquesta de cuerdas, piano y batería. Por eso habían venido desde Monterrey, a escuchar al día siguiente la obra de su hijo que se estrenaría en Bellas Artes. Pero el dolor en la cadera de mi padre se intensificaba cada quince minutos. Su rostro revelaba un dolor cada vez más amargo. ¿Se había quebrado la cadera? ¿Requería ser internado para una operación?

"¿Quieres que te lleve al hospital?". "Fíjate que sí", me dijo apenado. Lo subí a un taxi y llegamos a la clínica. No tuvimos que esperar mucho. Nos pasaron al cubículo del médico. Expliqué la situación: La caída seis horas antes, el viaje en avión, la caminada del restaurante de mariscos al departamento, el sillón donde mi padre se dolía cada vez más, el viaje en taxi al hospital... y el concierto del día siguiente. Lo pasaron a radiografía. Yo me mordía las uñas: ¿Iba yo a poder estar en Bellas Artes para escuchar mi obra? Esperé en la sala de espera.

Veinte minutos más tarde: una enfermera me llamó: Regresé al área de médicos, al mismo cubículo donde ya había estado. Mi padre se encontraba sentado en una silla, frente al doctor. "Siéntese", me dijo el médico, señalando la silla vacía. 

Me explicó que le habían tomado varias radiografías de la cadera. "Mire, venga, asómese", y me las enseñó en la pantalla de la computadora. "Esta es la vista de frente y esta otra es la vista lateral". A mí se me secaba la boca. "Lo que su padre trae es un dolor muy fuerte por el golpe, pero... la cadera no está quebrada... ni siquiera trae un esguince, está enterita. Le voy a enviar las radiografías a su celular. Con analgésicos adecuados va a ir pasando el dolor y: Don: mañana sí podrán ir al concierto". Yo me quería hincar frente al médico por su sabiduría.

Le enseñé el programa de mano, la foto de los músicos, le expliqué lo que era una orquesta de cuerdas... en fin, quería explicarle hasta lo que eran un piano y una batería. "Lo entiendo; yo también soy músico", me dijo, "canto en el coro de la Filarmónica de la UNAM y sé lo importante que es esto para usted y para su padre. Mire: aquí está la receta del Paracetamol. Cada seis horas. Dos tabletas", y me extendió el pedazo de papel firmado y con sello, junto con una sonrisa que casi rayaba en una carcajada que se le quería escapar al Señor Doctor.

Poesía y prosa poética: ¿realidad o sueño?

Olga de León G.

"Mientras te mueres, yo muero"

Soñar que me sueño.

Vivir que vivo o muero.

Viajar cual cada noche,

en carruaje alado

por entre nubes y estrellas:

es el sentido de la vida

que hoy vivo contigo.

Érase que se era, -en un lejano lugar, cuyo nombre he olvidado y a donde no sabría cómo llegar- ya que una sola vez en la vida allá fui, y no estoy cierta ni segura si en realidad fui, o solo soñé que había ido.

Lo único que sí tengo por cierto y seguro es lo que entonces viví: 

Tres pájaros se me aparecieron en distintos momentos, los tres hermosos y muy coloridos... Con una característica increíble: los tres hablaban, bueno conmigo hablaron, y me dijeron cosas importantes para la vida y el momento que entonces y hoy atravieso.

Uno me habló de la importancia que debe tener en nuestras vidas vivir con tranquilidad, ser mesurados en todo y nunca apresurarnos demasiado; no más de lo que el tiempo nos lo requiere: no por correr mucho se vive más; ni quien hace mucho puede atribuirlo a que se apresura con las cosas, sino a que prevé y da prioridad únicamente a lo necesario; lo demás va saliendo a su paso.

Otro me recordó que la vida es corta, pero no tanto como para no tomarnos nuestro tiempo y descansar cuando el cuerpo o la mente lo exigen. No importa cuánto vivas, nunca podrás hacer cuanto quisiste, por ello es importante tomar decisiones y no perder nuestro tiempo en nimiedades ni en imposibles: hay tareas para pequeños de cerebro o razón, gigantes de ilusiones o fantasías, y para humanos sensatos -como cualesquiera- que no estén peleados con el sentido común.

El tercero, que parecía -ante mi humilde juicio y cuidadosa observación- el más inteligente y sabio (quizás también el más experimentado y viejo), solo me dijo:

Tú sola tú, eres la dueña de tus actos y tu destino. No importa cuántos te aconsejen y digan qué sí y qué no hacer, tú tienes el sartén por el mango. Y, harás lo que creas o consideres lo mejor para ti, para los tuyos y para el momento que estés viviendo. Por eso, piensa mucho, repiensa y reconsidera y hasta que estés segura de qué te conviene hacer, entonces hazlo. 

De esa forma nadie más que tú podrá ser responsable de las consecuencias. 

Mi sueño o vivencia no pareciera que terminaba allí. Pero, los tres hermosos pájaros, en cuanto terminó de hablar el tercero, elevaron alas y emprendieron su vuelo hacia el infinito.

Nunca me sentí más sola que cuando ellos ya no estaban junto a mí. Pero, pronto descubrí que no estaba sola: mi compañero de vida, mi amor de hace muchas años y padre de mis hijos, seguía aquí, calladamente, cada vez más silencioso y cansado, pero aquí estaba y yo aún tenía que cuidarlo... Y, ahora, quizás ayudarlo a bien vivir sus últimos momentos, o bien morir mientras ambos soñamos que la muerte nos acecha y que Dios pareciera haberse olvidado de ambos.

No le hablé de mi viaje al país de las fantasías donde los sueños se vuelven pesadillas o increíbles realidades... No le conté de los tres pájaros que me hablaron de la vida; pero, ni falta hizo. 

Él los había visto y escuchado. Me dijo, pausadamente: Los tres pájaros son tu conciencia, solo que muy a tu estilo creativo y literario, a tu conciencia le diste alas y la vestiste de colores vivos, pues casi siempre vives entre  grises, negros y blancos. 

Y pediste por ambos, pediste lo que a Dios le venimos pidiendo desde hace unos días o quizás dos semanas. Pero, Él se hace el desentendido, o parece no escucharnos. Ni modo, mi amor, tendremos que seguir esperando a que se realice Su Santa Voluntad; yo seguiré pidiéndole, que ya me recoja...

 



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