banner edicion impresa

Cultural Literatura


El traje que vestí mañana aún conserva el perfume

El traje que vestí mañana aún conserva el perfume


Publicación:08-02-2022
++--

Soñamos lo que hemos vivido, aún sin saberlo. De ahí que no resulte tan extraño calzarnos el traje que vestí mañana

ace muchos años, cuando agonizaba el siglo pasado y la gente todavía se preguntaba cómo sería el mundo en el año 2000, en un frío y algo oscuro  auditorio chileno, un viejo poeta que sobrevivía impartiendo clases y cursos como profesor de literatura nos contó  una historia factible, pero imposible de probar:  en una noche parisina de 1923, James Joyce y César Vallejo se encontraron de frente, al cruzar un bulevar en sentidos opuestos; por un instante estuvieron a punto de toparse uno con el otro: lograron esquivar, en el último segundo,  el impacto, y tal vez balbucearon alguna disculpa en francés o en sus respectivos idiomas. Jamás volvieron a verse y nunca pudieron saber que ambos habían comenzado a transformar profundamente, desde un año antes, a sus respectivas literaturas. Joyce había publicado en la capital francesa su Ulises, gracias a la gestión de la norteamericana Gertrude Stein y la librera Silvia Beach (propietaria de la célebre librería Shakespeare & Company). El 2 de febrero de 1922  había salido finalmente de la imprenta el primer ejemplar de Ulises (coincidiendo con el cumpleaños número 40 del autor). El camino no había sido fácil: la revista norteamericana Little Rewiew había publicado algunos extractos de la novela en 1920, causando multas y censuras para sus editores. Según propia confesión, Beach tuvo que apartar cada centavo para su publicación y elevar una plegaria para conseguir suficientes suscriptores por adelantado. El libro había nacido untado de polémica. Eliot lo alabó y Virginia Woolf lo denostó. Pero cada uno de los pocos lectores que fue conquistando tuvo la certeza de que estaba ante algo inusual. 

César Vallejo había comenzado a escribir su poemario Trilce en 1918 (tras la redacción de Los heraldos ne-gros), aunque la mayor parte de los poemas fueron escritos en 1919. En octubre de 1922, el volumen salió im-preso de los Talleres de la Penitencia-ría de Lima, con un modesto tiraje de 200 ejemplares. En contraste con Ulises, Trilce había “nacido en el mayor vacío”, como le comentó el poeta a su amigo Antenor Orrego. (El título permanece hasta hoy como un enigma, aunque, a lo largo de los años, han surgido varías teorías sobre su origen; en todo caso, esa condición de “indecible” e “inestable”, a lo que nos remite la palabra Trilce, le otorga mayor fuerza.) Desairado y decepcionado, Vallejo reunió sus pocos caudales y cobró una deuda al Ministerio de Educación peruano, con lo recabado se embarcó para Europa a mediados de 1923, arribando a París en julio de ese año.

No era, entonces, tan descabellada la teoría que aquel viejo poeta lanzaba al auditorio; y, en consecuencia, yo me dejé llevar por la ensoñación y traté de recrear en mi mente aquel encuentro de titanes. La lectura de Ulises me había conmocionado en mis días de estudiante: narrar un universo personal en el transcurso de un día (el famoso 16 de junio de 1904), y seguir el vuelo de la mente, teniendo como contraste a la Odisea, pero sin ningún tipo de dependencia o subordinación: ¡vaya atrevimiento! Trilce también había sacudido mis costumbres de lectura al reafirmar la antirreferencialidad de la poesía moderna: un verso sonaba en mi cabeza mientras escuchaba al viejo poeta: 

“El traje que vestí mañana”: revuelta declarada a la gramática y a la lógica del lenguaje. Cómo no vislumbrar a estos dos creadores caminando despistados, con el sombrero calado hasta las cejas y la mirada al suelo, pensando en alguna historia o en la manera de sufragar los gastos más inmediatos. 

Imaginé este encuentro fortuito como una de las tantas historias secretas de la literatura. Aventuras increíbles que permanecen fuera de las páginas y de los libros. Al lado de cada obra, hay un mapa invisible de relaciones humanas: diálogos, encuentros y desencuentros que nos confirman que la imaginación es, en rigor, producto de nuestras actividades cotidianas. Soñamos lo que hemos vivido, aún sin saberlo. De ahí que no resulte tan extraño calzarnos el traje que vestí mañana. 



« Víctor Barrera Enderle »