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El arte de viajar

El arte de viajar


Publicación:07-05-2023
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A veces, la gente muy institucional se vuelve insensible, me pregunto qué cuidan más: cumplir con las normas sin miramientos,.. o no perder su trabajo

Camino a la paz

Carlos A. Ponzio de León

El reloj marcó las seis de la tarde. María apagó la computadora, se levantó del asiento, tomó su paraguas y luego su bolsa, apagó la luz de la oficina y se dirigió al área de elevadores, la cual estaba repleta de colaboradores. Se abrió la puerta del primer elevador y venía lleno. En el segundo que arribó, solo cupieron dos personas. Había quince esperando con ella. En el tercero cupieron otras dos. Luego hubo que esperar siete minutos para que volviera a llegar algún ascensor. Otra ronda más y María no pudo subir. Cerca de la seis y media de la tarde, llegó un elevador más o menos vacío y María pudo entrar en él. Al llegar al lobby del edificio, pudo ver por los ventanales que arreciaba el chubasco. Sacó el celular de su bolso y marcó a su casa. "Mamá, voy tarde, está lloviendo". Del otro lado, su madre le dijo: "No te preocupes, hija, aquí te espero, así enferma no voy a irme a ningún lado". 

Quince minutos más tarde, ya solo chispeaba. La gente comenzó a salir del edificio. Algunos para cruzar la calle y entrar al estacionamiento, otros para subir al transporte público. María abrió su paraguas y se dirigió a la acera. Era difícil distinguir algo más que las luces de los autos: Algunos llevaban encendida la señal indicando que eran taxis. Cuando María distinguió uno circulando sobre el carril izquierdo, le hizo la señal de parada. El auto se detuvo algunos metros delante de ella. Un hombre apareció, abrió la puerta del vehículo y subió en él. María se quedó atónita por la manera en que le habían robado la oportunidad. Esperó cinco minutos más, hasta que distinguió otro coche, extendió el brazo y el vehículo se detuvo algunos metros a su derecha. Se dirigió hacia él y María observó cómo una mujer ocupaba el coche antes que ella.  "Maldita sea", dijo en voz baja, apretando los dientes. En el reloj de su celular eran las siete de la noche.

María esperó unos minutos más. Le hizo la parada a un nuevo vehículo y esta vez, el automóvil se detuvo a sus pies. Mientras se preparaba para dar dos pasos hacia adelante, vio cómo un hombre colocaba su mano sobre la manija de la puerta para subir, antes que ella. María se apresuró y con todas sus fuerzas, le dio un golpe con la cadera al caballero, quien salió disparado, cayendo al pavimento. María puso un pie arriba del auto y escuchó una voz que decía: "¡María!". Giró buscando la voz y encontró tirado en la calle a su psiquiatra. "¡Doctor! ¡Disculpe usted!". Entonces lo ayudó a levantarse y lo invitó a subir al taxi.

"El doctor va a tres cuadras del lugar a donde voy yo", le dijo María al conductor. El vehículo arrancó con calma, entre la marea de luces blancas, amarillas y rojas. "¿Cómo has estado? Hace tiempo que no te veo". "Perdóneme, doctor, he estado fatigada, deshecha con la enfermedad de mi madre, no puedo con esto". Y de sus ojos se desató una lluvia de tristeza que recorrió sus mejillas.

Explicó cómo la compañía en que trabajaba había sido comprada por otra más. Los nuevos directivos habían despedido a tres cuartas partes del personal. Ella pudo salvar el pellejo comprometiéndose a reducir los costos de la empresa en 20 por ciento, sin afectar los niveles de operación. Tenía la idea sobre cómo hacerlo, pero encontraba resistencia entre los nuevos empleados y en ella se alimentaba un resentimiento cada vez más fuerte, incluso contra sus antiguos aliados. Estando sola, estallaba en discusiones imaginarias llenas de odio contra todo el mundo. Además, su madre no mejoraba, sino que su salud se deterioraba y eso la enojaba más. Todo mundo opinaba sobre lo que debía hacer. "¡Ya me tienen harta!", dijo con un grito ahogado en rencor. Lo que ocupaba su tiempo era pensar en las cosas que no estaba haciendo, en lugar de tomar acciones. Ante la falta de resultados, su nuevo jefe le había dicho: "Primero se ponen los huevos y luego se cacarean. Hasta las gallinas lo saben".

El doctor guardó silencio. Luego de un minuto, dijo: "Recuerda que el estrés, si no lo desechamos, puede llegar a superar nuestras propias vidas... Date una vuelta a mi oficina este sábado a las once. Podemos tener algunas sesiones por mi cuenta". María sintió un pellizco en la espalda que le aflojó los músculos. Agradeció al doctor y observó cómo las luces en el camino se enfocaban en un solo camino: el que llevaba a su propia paz.

¡Cuando el sueño domina...!  

Olga de León G.

Una leve luz entraba por la ventana que da al lado de la casa contigua. No cerré la cortina gruesa, solo dejé sin descorrer la de gasa traslúcida, por eso la luz de las seis de la mañana iluminaba suficientemente, como para no tropezarse con los muebles. A esa hora logré que él se acostara... Yo saqué la basura después de juntar la de los botes pequeños de los baños y salí a dejarla afuera, ya era otro día y volvería a dormir de día, ¡qué remedio!

Tenía que dormir, la cabeza la sentía muy pesada, brazos y manos entre entumidos y adoloridos, la parte lumbar y la cadera me atormentaban demasiado, las piernas apenas si me resistían... Tenía que dormir, por lo menos cinco horas; "¡ojalá!, pueda dormir seis y media horas, Dios me lo conceda". Todo esto pasaba por mi mente, mientras iba de un cuarto a otro viendo qué estaba fuera de lugar, juntando basuras de los baños, y por último al patio, a sacar toda la basura, el camión pasaría en tres horas o menos... 

Me subo a la cama, veo la hora: seis y media de la mañana, me vuelvo a levantar y pongo la alarma a la una de la tarde con ocho minutos (aspirando a dormir seis horas y media). Ilusión fallida, las preocupaciones por el tiempo y dar medicinas, me levantan a las once con diez minutos de la mañana: medio dormí, ¡menos de cinco horas.

Unos días atrás: El hombre ya no camina, no puede sostenerse en sus piernas. Cinco días así, aunque con cinco caídas de sentón, al intentar, sin que yo lo viera levantarse de la cama, apoyado en la andadera con asiento, ir al baño: imposible: se dejó caer. Así la primera vez, estando solos los dos desde las diez de la noche dormimos sentados en el piso. Hasta que a las nueve con treinta, oculté la pena y me armé de valor: hablé a mi trabajo. Tres gentiles compañeros y trabajadores de base, vinieron a apoyarme: lo subieron a la cama. Para él fue penoso. En la tarde lo mismo, en la noche le impedí bajarse, yo no dormí. 

Entre tanto, no dejé de hacer lo que tenía que hacer y seguir buscando ambulancia, nada. Otro día más atrapada e impotente: los servicios de ambulancia no se conceden por cualquier cosa, como no poder caminar ni sostenerse en pie. "Hay que programar la solicitud de ambulancia  y necesita que al paciente lo vea un médico y avale la solicitud". ¡Me muero de la risa! ¡Cómo lo llevo!

A veces, la gente muy institucional se vuelve insensible, me pregunto qué cuidan más: cumplir con las normas sin miramientos,.. o no perder su trabajo y los beneficios y privilegios propios, de los que ellas sí gozan, a costa de lo que sea, por ejemplo de: un paciente desconocido, un hombre común que ahora está en desventaja, con enfermedades que se pueden minimizar, si se cierran los ojos, o se analiza lo que no es causa del impedimento para caminar... de ese hombre común que en sus mejores tiempos, más de una vez hizo tanto por los demás e incluso, me atrevo a afirmar, por el país. Porque una pluma independiente, sin ataduras de ninguna índole, cusa más ruido y mejor efecto que el estallido de metrallas.

             Me siento muy agradecida y plena de ser universitaria, y de trabajar para una Facultad y Centro de Investigaciones, en donde toda la gente al frente de dichas instituciones y todo su cuerpo académico y administrativo muestran sus mejores caras y esfuerzos por apoyarse entre sí y a quien en un momento dado los necesitamos, sin menoscaba de su nivel; aún a los empleados de a pie, o a los que se están yendo o ya se fueron... Lo mismo para Servicios médicos y Hospital universitario, en su Área de pensionados. ¡Gracias!, ¡muchas gracias!

Las instituciones de salud pública requieren del apoyo federal, en Nuevo León se está haciendo una gran labor, no escatimen recursos, como tampoco deben escatimar el apoyo a la educación superior. ¡Que no desaparezca lo que hace de este país, una nación de hombres y mujeres libres con opción a una preparación superior: y de gobiernos auténticamente democráticos! Mayo, mes de memorias de familia y de la historia de la patria. 



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