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Diario de un escritor

Diario de un escritor
“El pensamiento de Dostoievski es bilateral y ambos lados no pueden separarse ni siquiera abstractamente”.

Publicación:08-09-2021
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Uno de los proyectos más interesantes de la vasta y heterogénea literatura decimonónica fue el Diario de un escritor, de Fiódor M. Dostoievski

Uno de los proyectos más interesantes de la vasta y heterogénea literatura decimonónica fue el Diario de un escritor, de Fiódor M. Dostoievski: una publicación periódica de corte personal, iniciada en 1873, cuando el escritor tomó la dirección del periódico El Ciudadano y publicó ahí las primeras entregas. Luego suspendió el proyecto para retomarlo de manera personal (con formato propio) entre 1876 y 1877 y hacer una única entrada en el año de 1880, poco antes de su muerte en 1881. Lo inusual no radica en que un autor entregara mensualmente extractos de su obra (las novelas de folletín explotaban semanalmente ese sistema, tratando de mantener en vilo las expectativas de los lectores), sino que mostrara el proceso de su escritura mientras ésta se llevaba a cabo. Me explico: en esa época el concepto de obra implicaba un proceso cerrado y privado, que se coronaba con la publicación del libro. Se podían anticipar entregas o algunos capítulos, pero no fragmentos ni borradores (éstos formaban parte de los efectos personales del literato, como la ropa o la navaja de afeitar). Dostoievski exhibía ahí su cajón de sastre y ponía sobre la mesa: retazos y cortes de cuentos y relatos en procesos, entregas de su diario, cartas, fábulas, ensayos y demás escritos personales: “Ésa es la empresa en la que me he embarcado. Mi posición no puede ser más incierta”, confesaba en la primera entrega del Diario del escritor, para luego afirmar: “Pero me hablaré a mí mismo y por mi propio placer, bajo la forma de este diario, y ya veremos lo que sale. ¿De qué voy a hablar? De todo lo que me llame la atención o me haga reflexionar”. 

Visto a la distancia era una manera de hacer conocida la profesión de escritor y de vincularla con el desarrollo de la opinión pública. Tal vez hoy nos parezca algo común, sobre todo si atendemos a la sobre exposición de creadores y autoras en los medios y en las redes sociales, donde suelen dar cuenta de cuanta minucia se les atraviesa en el camino (y que, confesémoslo, nos aburren sobremanera: el abuso del anecdotario debe tener una obra sólida que lo haga soportable). Pero entonces era inusual y representaba un desafío permanente: no sólo formar lectores, sino dialogar y discutir con ellos: “Y si encuentro un lector y, no lo quiera Dios, un oponente, entiendo que debo ser capaz de conversar y saber con quién y cómo hablar. Me esforzaré por aprender esa habilidad porque en nuestro ámbito, es decir, en la literatura, es lo más difícil”. Y realmente lo hizo: su obra es la constante lucha de opuestos. A su propio chovinismo y a sus prejuicios conservadores (que los tenía en demasía) opuso los argumentos más sólidos del liberalismo ruso.  Ahí están como prueba la maravillosa disparidad de los tres hermanos Karamazov y del díscolo padre de ellos: verdadero cóctel de pasiones, obsesiones e ideas de diversa ralea. Este rasgo no le pasó desapercibido a su mejor crítico, Mijaíl Bajtín, cuando sostuvo: “el pensamiento de Dostoievski es bilateral y ambos lados no pueden separarse ni siquiera abstractamente”.  

Leo el Diario de un escritor y no puedo evitar cuestionarme por el lugar que la literatura ocupa en la actualidad (si es que realmente ocupa algún espacio). Damos por sentado una infinidad de cosas, entre ellas la supuesta universalidad del arte, y olvidamos con ello su condición material: su lucha permanente por manifestarse en un medio que siempre suele ser adverso. No hablo aquí de crisis (la literaria se ha desarrollado a través de crisis), me refiero más bien a una nueva mutación que no ha acabado de concretarse, y que nos deja, por un lado, aturdidos con la saturación de la publicidad  orquestada por las industrias editoriales y por  otros espacios de legitimación parecidos (ahí, nos aseguran,  cada obra publicada y promovida por ellos  resulta  iconoclasta, revolucionaria, experimental, escrita desde el cuerpo, desde las emociones, desde lo inexplorado, y un largo etcétera); y, por el otro, nos quedamos con una insatisfacción permanente como lectores. Sigo creyendo, con Dostoievski, que la habilidad para crear y dialogar (y discutir) con los lectores continúa siendo una de las tareas más difíciles y urgentes de la literatura



« Víctor Barrera Enderle »