Cultural Literatura
Cómo se pasa la vida
Publicación:30-03-2023
TEMA: #Literatura
Garibay cruzó todos los linderos de los géneros literarios.
Hace cien años nació Ricardo Garibay (1923-1999). Un escritor cuya estirpe se extinguió ante de cambiar de siglo. La efeméride es, por supuesto, una excusa para hablar de algo más que un aniversario. Forjado en el trabajo diario, en la escucha y en la elaboración de diálogos, Garibay cruzó todos los linderos de los géneros literarios y no se aquietó en ninguno. Gastó miles de páginas para obtener buenos párrafos e hizo del guion cinematográfico un modo narrativo propio. De sus novelas prefiero Beber un cáliz (1965), sobre la muerte del padre; y de entre sus crónicas destaco Las glorias del gran Púas (1976), extraordinario ejercicio de pugilismo narrativo. Pero de todos sus registros literarios, me quedo ahora con los escritos autobiográficos y las notas periodísticas. Los textos para "ganarse la vida" tienen algo de desechables y entrañables al mismo tiempo. Se redactan al vuelo, mientras las "grandes obras" descansan en los cajones de los escritorios, aguardando la llegada de la inspiración. Garibay escribía para salir de los apuros económicos, en mesas improvisadas, robándoles minutos a las horas para entregar sus cuartillas antes del cierre de edición. Nadie como él encarnó mejor las contradicciones del mundo cultural durante la segunda mitad del siglo XX. Tal vez por eso su literatura nos parece hoy un ejercicio desmedido por vencer la cotidianeidad de la vida. El día a día no le ofrecía nada valioso, salvo el momento en que abría un libro o cuando colocaba una hoja en blanco en la máquina de escribir. Entonces todo cambiaba, se transformaba la atmósfera, la luz se volvía más brillante, las penas se agigantaban hasta alcanzar proporciones épicas, y los amores se henchían de dolor o de gozo. "Las cosas en la literatura son reales, no son fantasías..." sostenía en uno de sus muchos programas televisivos que aún se pueden ver en Internet.
Así, Garibay buscó la gran obra y encontró a la escritura: el trabajo artesanal de arrastrar el lápiz y aporrear la máquina. Comenzó a escribir en el periodo de modernización de nuestras letras: aulas, becas y suplementos surgieron, al mediar el siglo pasado, patrocinados por gobiernos e instituciones culturales y educativas, para alentar a los jóvenes creadores. Una beca del Centro de Escritores lo ayudó a completar su primera obra, pero también a remarcar sus diferencias. Un ejemplo, sobre la prosa de Arreola, compañero del Centro, escribió: "Yo ponía objeciones. Su sintaxis me parecía artificiosa, mera cacería de perfecciones, una naturalidad arduamente buscada para conseguir un idioma hablado por nadie". De ahí a soñarse autor consagrado no había mucho trecho. Antes, sin embargo, debió luchar contra sus propios demonios: la fe, la herencia familiar (marcada por la violencia) y la imposibilidad de dedicarse de lleno a la literatura.
En 1975, sacó de la imprenta Cómo se pasa la vida, un libro que recogía sus artículos publicados, entre 1970 y 1973, en el suplemento "Diorama de la Cultura" del periódico Excelsior: "Supuse que valía la pena contar cuanto vivía desde o para la literatura, y contarlo inmediatamente, conforme lo iba viviendo; luego supuse que valía la pena librarlo del obligado olvido periodístico..." El resultado es la bitácora de un autor que intentaba conquistar la autonomía creativa, pero que al mismo tiempo estaba atado de pies y manos a la maquinaria de la burocracia cultural y política del México de los años setenta. En algún momento fue amigo y, sostienen algunos, confidente de Gustavo Díaz Ordaz. Se le miró entonces con recelo en el ámbito intelectual, él no negó el contacto, pero justificó el vínculo: cualquier oportunidad es buena para obtener material para la literatura.
El tiempo pasa implacablemente, pero el anhelo de arribar a un momento de dicha y calma permanece (tal vez como un gesto de nuestra necedad humana). Ése, para mí, es el gran legado de Ricardo Garibay: una obra trenzada entre la precariedad de los cotidiano y las ensoñaciones de los deseos de trascendencia. Termino de escribir estas líneas mientras escucho, de fondo, la grabación de uno de sus programas nocturnos, su voz grave y enronquecida por el humo del cigarro, sentencia: "Cuando las cosas de la vida verdaderamente valen la pena, se parecen a las cosas de la literatura..."
« Víctor Barrera Enderle »