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Opinión Editorial


Un pequeño grito


Publicación:28-09-2021
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Me indigna, me incomoda el pensar en la “falacia de nuestra Independencia”, cuando en realidad somos un país que frecuentamos ser el patio trasero del vecino

Fue  el  15 de septiembre, no en  la madrugada como la Independencia de México,   era  muy temprano cuando me tocó dar mi grito.  Me pidieron que me desnudara sólo de la cintura para abajo, después que me pusiera  “de ladito”, luego en  posición fetal y que respirara  profundo, que me relajara;  después debería   cruzar las piernas y no pensar en nada. Únicamente me decían  cierre  sus  ojos y ahora respire lento.  Detrás de mí estaban dos voces dando las instrucciones en esa plancha fría del  hospital…  Yo simplemente no podía creer que a mis  cincuenta  años estuviera pasando por semejante trance. 

Pero así fue… Dejé  de pensar en lo que me estaban haciendo y seguí con  los ojos cerrados, sólo sentía el dolor, la incomodidad; pero de repente se me vino la imagen de mi cuerpo muerto  en la plancha de una morgue. ¿Qué se sentirá morir? Espero que no sea ésta la sensación.  Quizás también  por tan especial fecha para el país  se me apareció en mi memoria una escena del Presidente de la República en la plancha del Zócalo, solo,  incómodo,  gritando  las arengas de la Independencia  y sufriendo porque no estaba “el pueblo bueno  y sabio”.

Tal vez el país entero esté también muerto al pensar que con una celebración en  las llamadas fiestas patrias, tomado tequila,  se arreglaran nuestros problemas. Ignoramos que no tendremos Independencia mientras  el pueblo  siga   sufriendo, continúe  lacerado por la  inseguridad y los crímenes violentos,  socavado por la discriminación debido al color de piel,  por las   grandes  diferencias  sociales  y económicas, en las que mientras muchos carecen de lo elemental para subsistir, una minoría goza de grandes privilegios. 

Me indigna, me incomoda el pensar en la “falacia de nuestra Independencia”, cuando en realidad somos un país  que frecuentamos ser el patio trasero del vecino del norte. La sensación de indignación al pensar en el “patio trasero”  me regresa a mi realidad, justo en el momento en  que introducen en mi cuerpo algo extraño. Literal, me siento violado,  como le sucede a nuestro país  una y otra vez,   lastimado y agredido  no sólo por  algunos  países  imperialistas,  sino por nuestros  propios gobiernos de izquierda  y de derecha.  No importa la ideología,  sólo vemos que  salen y entran cada sexenio  los gobernantes y no  se ven las  transformaciones, ni cambios para el bienestar de los mexicanos… Siento  un profundo dolor y  más por  los originarios  de este México ultrajado. 

Me regresan  a mi realidad,   a mi dolor particular del cuerpo,  cuando una voz femenina,   la de la  enfermera,  de manera  dulce  me avisa que el estudio está a punto  de acabar: “Puede abrir los ojos  y vestirse”, confirma. Esa mañana del 15 de septiembre me    hicieron un examen de contrastes por medio  de un  enema en el  colon, donde me introdujeron una sonda por el recto… Mi machismo  se cayó en esos momentos y tengo que confesar que el  mayor problema no fue al principio,  sino  ya cuando me  sacaron la sonda,  pues no pude evitar dar un pequeño grito



« José Luis Galván Hernández »