Opinión Editorial


La Revolución: Entre vigencia y desgaste


Publicación:20-11-2025
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La conmemoración exige más: reafirmar aquello que debemos proteger y que hace 115 años se defendió con decisión

No queremos olvidar la Revolución Mexicana, y está bien. Es necesario legitimar cada año los valores que motivaron a la ciudadanía a la lucha armada. Sin embargo, no podemos reducir el movimiento a una referencia histórica, a un recuento de héroes y heroínas, a un desfile cívico o a un simple asueto. La conmemoración exige más: reafirmar aquello que debemos proteger y que hace 115 años se defendió con decisión —democracia, ciudadanía y legalidad para la justicia social.

El movimiento sentó bases sólidas para la participación ciudadana y el bienestar colectivo; hubo avances importantes, pero también quedaron pendientes que no deben diluirse en la desmemoria ni alejarse del sentido de lucha. Lamentablemente, hay un desgaste profundo de conceptos y, lo más preocupante, de las acciones que deberían sostenerlos.

La filosofía del cuidado recuerda que se protege lo frágil, lo vulnerable, lo que corre riesgos y lo que no queremos perder. Desde esta perspectiva, resulta imprescindible reactivar la conciencia colectiva y preguntarnos si realmente hemos dirigido esfuerzos y recursos hacia la preservación de los valores revolucionarios.

Con el tiempo, muchas de las ideas que dieron origen a la Revolución Mexicana se han vaciado de contenido por su uso político oportunista. Términos como libertad, igualdad, justicia social, dignidad, equidad, soberanía popular, legalidad, solidaridad y participación ciudadana han sido absorbidos por discursos electorales sin un compromiso real con su práctica. A ellos se suma un valor contemporáneo que, aunque no se enunciaba así en 1910, refleja un reclamo histórico del movimiento: la transparencia, heredera de los principios de honradez pública, rendición de cuentas y rechazo a la opresión porfirista. Hoy también este valor se desgasta en narrativas que simulan responsabilidad sin ejercerla.

Este desgaste no es fortuito; responde a estrategias que manipulan los símbolos revolucionarios para justificar intereses particulares especialmente políticos. Al tergiversar estos valores, se traiciona el propósito central de aquel movimiento que colocaba a la persona en el centro de toda decisión pública y buscaba garantizar sus derechos. 

Hoy la democracia carece de equilibrio entre poderes y de instituciones que funcionen como contrapesos frente a los abusos. La participación ciudadana, aunque posible, se descalifica bajo el argumento de responder a intereses opositores. El compromiso con la justicia social se reduce a programas asistenciales y no al fortalecimiento del trabajo digno, la educación y el acceso universal a servicios esenciales como verdaderos motores de movilidad social.

La inclusión, fundamental para la justicia restaurativa, se aleja del respeto a la diversidad; persisten el racismo, la discriminación y la marginación de pueblos indígenas y grupos vulnerables, convertidos incluso en capital político. El Estado de derecho tampoco otorga certeza ante la recomposición del sistema judicial y la impunidad persistente.

Lo mismo ocurre con la libertad, cuyo sentido de elección personal y colectiva dentro de un marco de legalidad, se debilita ante la inseguridad cotidiana, los ataques a la prensa y el silenciamiento de voces críticas. Incluso la soberanía aparece como un escudo retórico que intenta, mediante narrativas, cubrir la ausencia de estrategias de seguridad.

Recordar la Revolución es revitalizar la conciencia frente a esos "desgastes" y, sobre todo, mantener viva la indignación innegociable frente a aquello que continúa lacerando al país: la pobreza persistente, el racismo estructural, la impunidad, la desigualdad extrema, la corrupción y la violencia que destruye comunidades enteras. Sin indignación no hay transformación posible.

En este contexto, se vuelve indispensable privilegiar el diálogo y construir, desde la ciudadanía, una visión compartida de nación que trascienda la polarización y concilie los intereses entre todos los sectores sociales.

Y, sin embargo, pese a todos los desgastes, la Revolución mantiene viva la esperanza. No como un idealismo ingenuo, sino como la convicción de que el país puede y debe mejorar si existe estrategia, visión y sentido de propósito colectivo.

Recordarla es valioso solo si prevalece el compromiso cívico individual con los valores revolucionarios, valores que se cuidan, se ejercen y se defienden en la plaza pública y en la urna. En esa vigilancia activa y en esa exigencia constante reside la verdadera vigencia del movimiento de 1910.

Leticia Treviño es académica con especialidad en educación, comunicación y temas sociales, leticiatrevino3@gmail.com





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