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Opinión Editorial


El rey de Macedonia


Publicación:17-03-2021
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Finalmente, y ante la demanda popular, el rey de Macedonia volvió a su reino, en donde aparecería muerto una mañana de 2017

¿Cuántas historias de delirio y locura guardan las ciudades? Mientras me lo pregunto vienen a mi cabeza estos versos de Samuel Noyola: “Porque mis días se han levantado / contra una ciudad enjoyada de mendigos / circos donde la razón atraviesa aros de fuego, / pirámides con sacerdotes adorando la cifra y el puñal”. Eran los días del cambio de milenio y yo vivía en un pequeño departamento desamoblado en Santiago de Chile (un colchón en el piso y una tabla sostenida con ladrillos a guisa de escritorio eran todas mis pertenencias), estudiaba un posgrado en literatura y sobrevivía con una magra beca y los ajustes al bolsillo que todo estudiante foráneo aprende a realizar con destreza de artesano.

            Escuchaba mil veces la vieja cinta   de Cat Steven (“…Lisa, Lisa, sad Lisa, Lisa…”) y en la radio sonaba una y otra vez “Tiempos buenos” de Álvaro Scaramelli. Arbitraria banda sonora que me acompañaba mentalmente desde la estación del metro Universidad Católica hasta mi casa en Diagonal Paraguay.  Olvidaba decir que era también la época del supuesto cambio latinoamericano, en donde dejaríamos atrás nuestro pasado inestable y provinciano y abrazaríamos (ahora sí) el futuro de la mano de la globalización y el libre mercado. Nada de eso pasó: faltaba poco para que estallara la crisis en Argentina; en México se anunciaba la derrota del PRI y el inicio de la transformación, que tampoco llegó; y en Chile la Concertación hacía malabares para dejar las cosas tal como estaban al final de la dictadura.  Y yo caminaba a diario por la amplia acera de la avenida Portugal pensando en nada y en todo… y de pronto aparecía: era una figura que parecía salida de un cuadro de Caravaggio, un hombre de unos cincuenta años, ancho y calvo, vestido con amplios faldones que parecían habito de monja y el rostro encuadrado con una pañoleta; arrastraba un carrito de supermercado y pregonaba en superlativo: “he aquí el bondadosísimo y altísimo rey de Macedonia”.  Su prédica servía para anunciar su llegada, actuando, así,  al mismo tiempo como  paje y como  rey. Resultaba imposible no detenerse y formar parte del cortejo.  Su miraba cruzaba y partía en dos la atmósfera, como si fuera un espadazo. Y lo mismo despreciaba y desatendía los gestos de rechazo como la caridad paternalista y condescendiente.   Toda la supuesta racionalidad de la vida urbana se derrumbaba ante su paso.

            A veces se detenía y sacaba de su carrito algunos cuadernos con sus escritos. Los leía con una voz cavernosa. Entonces dejaba de ser el rey de Macedonia y se anunciaba como el Señor Diosísimo, o como el Divino Anticristo o la Isabelísima: heterónimos de un creador desconocido. ¿Quién era ese rey de Macedonia? Infinidad de leyendas urbanas rondaban a su paso. Para unos era un hombre culto y educado venido a menos; para otros: un extravagante; y para el resto: un loco más en la urbe. Lo cierto es que su fama fue creciendo. Una buena amiga le compró uno de sus cuadernos e intentó publicarlo sin éxito. Pasamos varias tardes absortos en las lecturas de esos versos apretados y desquiciados que rompían cualquier intento de ordenamiento gramatical. A ratos sentía que estaba leyendo la versión apócrifa del Libro del Apocalipsis. El infierno ascendía y se instalaba en la tierra, el cielo se hundía y lo que imaginábamos luminoso resultaba oscuro.  La destrucción no era desoladora, sin embargo. Era más bien una forma de consuelo: nos hacía entender que hacía rato que habitábamos un mundo enloquecido.

            Tiempo después me fui de ese barrio, y finalmente dejé Santiago. La imagen del rey de Macedonia quedó grabada de manera borrosa en mi memoria de aquellos días. Un fantasma más en ese universo espectral que es el pasado.  Hace algunos años, mi amiga me informó que el Divino Anticristo había fallecido. Me contó también que, en el 2006, la municipalidad de Santiago lo internó en un hospital psiquiátrico, ahí le diagnosticaron esquizofrenia paranoide crónica. Espontáneamente se organizaron grupos ciudadanos para pedir su liberación y el asunto llegó a los medios de comunicación. Finalmente, y ante la demanda popular, el rey de Macedonia volvió a su reino, en donde aparecería muerto una mañana de 2017. Esa parte de la historia, como dije, me la contaron y así la consigno aquí. En mi mente, sin embargo, él sigue deambulando por la avenida Portugal, arrastrando su carrito y pregonando versos apocalípticos,  como uno de los más elocuentes profetas de la vida posmoderna.



« Víctor Barrera Enderle »