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Opinión Editorial


El desprecio al legado de doña Rosario


Publicación:28-04-2022
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Por más que se vista de demócrata, autócrata se queda

Fue un privilegio conocerla en marzo de 1982 cuando era director de Gobierno en Segob, encargado de tramitar el registro de los candidatos a la presidencia de la República en la elección de ese año.

Acudió con Edgar Sánchez Ramírez y Ricardo Pascoe al salón Ruiz Cortines para firmar el acta y libro de registros (Reforma Política, Gaceta Informativa de la CFE, 1982, p. 60). Era doña Rosario Ibarra de Piedra.

Para mí sería doblemente significativo ese evento. Fue la única de los candidatos en acudir personalmente al acto del registro, que ante la duda de otorgarlo, yo defendí en Segob. Era la primera elección presidencial después de la reforma de 1977, que abría el sistema político a la pluralidad, (minorías incluidas), con el registro de 7 candidatos de 9 partidos, frente a uno en la anterior de López Portillo. Era la prueba de una elección incluyente, ¿por qué habría de dejar fuera al Partido Revolucionario de los Trabajadores (PRT) y a doña Rosario? A la objeción del tinte trotskista repliqué que León Trotsky fue asilado político en México, nada menos que por el gobierno de Lázaro Cárdenas a petición de Diego Rivera, desafiando al totalitarismo de Stalin. ¿Suficientes antecedentes?

Al llegar a Bucareli me dio un fuerte apretón de manos y agradeció mi apoyo a favor de su registro. Me impresionó la fuerza de su personalidad, primera mujer candidata a la Presidencia en nuestro país. Seis años después (1988) repitió su candidatura con el desenlace por todos conocido: la "caída del sistema" y la protesta de ella, junto con Cuauhtémoc Cárdenas y Clouthier en Segob.

Mujer de gran tenacidad, aceptó y superó sus derrotas con el mejor homenaje de madre alguna a su hijo desaparecido en 1974: pelear por los derechos humanos y la búsqueda de los desaparecidos, fundando el comité ¡Eureka! Alejandro Encinas reseñó con acierto su gesta política/social (El Universal/26 abril/p. 20).

Doña Rosario desplegó una actividad política profundamente crítica del régimen autoritario de partido hegemónico que le había arrebatado a su hijo, y a favor de la democracia plena. Una democracia donde todas las voces debían (y deben) escucharse por disímbolas que fueran (y sean) y a la oposición de la que ella formó parte distinguida, debía (y debe) respetarse.

Por ello la campaña de odio desatada por Morena e instrumentada por Mario Delgado contra la oposición por votar en contra de la iniciativa de reforma eléctrica, con el calificativo de "traidores a la patria", representa la peor afrenta a la memoria de esa eterna luchadora social y eterna demócrata que fue doña Rosario. Es un desprecio a su legado político: su lucha contra el autoritarismo excluyente y en favor de la democracia incluyente por la que luchó, ya que con ese odio se revindica al régimen palatino anterior en el que "distintos dignatarios del palacio..., no son funcionarios al servicio del Estado sino servidores del rey, encargados de manifestar, dondequiera que su confianza los haya colocado, aquel poder absoluto de mando que se encarna en el monarca" (Vernant).

Se confirma una vez más, (lo acaba de demostrar Trump denostando a México, al Presidente AMLO y al canciller Ebrard), que el populismo autoritario es absolutamente incapaz de aceptar una derrota. Por más que se vista de demócrata, autócrata se queda.

Descansa ya doña Rosario, Medalla Belisario Domínguez y candidata al Nobel de la Paz. A pesar de los 95,121 desaparecidos a noviembre del 2021 (Informe del Comité de la ONU contra la Desaparición Forzada) su lucha sigue viva, no fue en vano.



« Emilio Rabasa »