Opinión Editorial
Ceremonias
Publicación:19-05-2023
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Al final, creo que en esos pequeños rituales y ceremonias nos reencontramos y encontramos luz
Hace unos días realicé un pequeño viaje a Tampico con mi familia. El motivo era que mi esposa, Isadora, sería la madrina de su sobrina Renata, quien haría su primera comunión junto con otros niños y su hermana Aranza. Fuimos testigos de un momento íntimo de esos pequeños a través de la ceremonia de la eucaristía.
En el altar, se encontraba una mesa redonda recreando la última cena, con los niños sentados alrededor con su pan, una copa, y el sacerdote les instruía sobre el significado de la comunión y el encuentro con Jesús por primera vez. Debo reconocer que no soy muy aficionado a las ceremonias en general. Pero una vez allí, me gusta observar y contagiarme del sentir de los protagonistas, cualquiera que sea, a veces llenos de alegría, amor, esperanza y espiritualidad, pero también en otras ceremonias debemos ayudar a cargar el dolor.
Precisamente, esa noche visité a una familia muy entrañable que no veía desde hace varios años. La familia Delgado Puga, encabezada por la matriarca, la octogenaria e increíblemente fuerte que es doña Osvelia. Conocí a esta maravillosa familia hace más de 30 años, gracias a dos seres de luz, mis amigos Tania y Arturo; quienes, siendo muy extraordinarios, trascendieron de este mundo siendo ambos muy jóvenes. Ahora estaba allí con sus hermanas y el único varón, Hiram. Como coincidencia con la ceremonia de la mañana, estábamos sentados alrededor de una mesa, compartiendo el pan y el vino, recordando a aquellos que nos trascendieron con anécdotas inolvidables.
Con la familia Delgado Puga, me ha tocado vivir ceremonias íntimas como cuatro funerales y una boda. Contrario a la película inglesa "Cuatro bodas y un funeral", estuve presente en los sepelios de Tania, mi amiga; del Capitán Arturo Delgado, padre de todos ellos; de Arturo, quien se había convertido en un hermano para mí, y de Florencia, una niña de tan solo 17 años, la nieta de doña Osvelia e hija de Tachis, una de las hermanas. Y como contraste, he bailado y reído en la celebración de la boda de Hiram y Maggie. No recuerdo una boda más alegre en la que el novio disfrutara y bailara con todos sus amigos, incluso más que la novia.
Llegando a Monterey, a mi hijo Gabriel, le tocó vivir "la ceremonia de la luz" como parte de su ciclo de catecismo en el Centro Cultural Loyola. Y el sacerdote jesuita, preguntó: ¿Dónde encontramos luz? Entonces recordé el viaje que aún en el dolor más profundo de un ser humano, como es la pérdida de un hijo, encontré brillo en las miradas de doña Osvelia y Tachi. Del mismo modo, vi el resplandor en los rostros de Renata y Aranza, en su primera comunión, en donde parecían velas gigantes iluminadas. Además, vi aún en Maggie e Hiram el fuego de amor en sus ojos. Al final, creo que en esos pequeños rituales y ceremonias nos reencontramos y encontramos luz.
« José Luis Galván Hernández »