Opinión Editorial
Autobiografías ajenas
Publicación:07-09-2023
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Pierre Pachet dedicó su vida a la escritura y a la enseñanza de la literatura; pero su padre, no. Él fue más bien un lector de los acontecimientos
¿Es posible la escritura de autobiografías ajenas? No hablo de autoficciones o de novelas biográficas, ni apelo a la manida frase de que toda escritura es ficción, tampoco recurro a aquel lugar común que asegura que la vida es una forma de narración. Doy todo eso por sentado. Me refiero, en concreto, a asumir el peso de verbalizar la memoria ajena, en un acto, paradójicamente, de autoconocimiento. Estas conjeturas surgieron a partir de mi lectura del libro de Pierre Pachet Autobiografía de mi padre (1985). Hijo de un médico ruso de origen judío, Pachet asume como propia una existencia cercana, pero exterior a la propia. Utiliza sus propios recuerdos, las escasas y parcas charlas con su padre, algunos papeles, un ramillete de fotografías ajadas, para ponerse en su lugar y adoptar su temperamento: ¿Cómo escribiría él, un hombre nacido en el siglo XIX, que padeció el éxodo y dos guerras mundiales, sus propios recuerdos? ¿Cómo se enfrentaría al acto de escribir sobre sí mismo? El padre, Simcha Apashevsky, era personaje adusto, había nacido en Besarabia, en el antiguo imperio ruso, hizo algunos estudios en Odesa, y, justo antes del estallido de la revolución roja, emigró a Francia, donde se convirtió en médico. Murió en 1965, veinte años después el hijo recordó uno de los pocos consejos que su padre le dio ante las quejas infantiles que denunciaban aburrimiento: "¿Que te aburres? ¡Lo que te hace falta es tener una vida interior! ¡Ya verás como así no te aburres!". Dos décadas más tarde, Pierre obedeció: "Por amor a la vida, me propuse buscarlo". Autobiografía de mi padre es el resultado de esa búsqueda interior para dotar de vida nuevamente al progenitor: sacarlo de la tumba y dialogar con él una vez más, hacerlo contar una vida que para el resto de su familia era casi un misterio.
Pierre Pachet dedicó su vida a la escritura y a la enseñanza de la literatura; pero su padre, no. Él fue más bien un lector de los acontecimientos, testigo atento de la vida moderna, cuyo mayor mérito fue resistir a las tentaciones: los cantos de sirena de los nacionalismos y el llamado al cierre de filas de los movimientos políticos radicales (incluidos el sionismo, con el cual coqueteó durante años). Prefería la soledad y la compañía de los libros, antes que el trato social: "Leía mucho, al principio novelas...", confiesa a través de la pluma de su vástago, para luego añadir algunos nombres: Dostoievski, Anatole France, Maurice Barrés. Pachet tuvo que recrear el posible momento de la escritura de la autobiografía, es decir, colocarse en un tiempo de madurez y, a partir de ahí mirar hacia atrás, pero sin perder de vista el lugar desde donde está narrando: "Escribo esto con la perspectiva que dan los años..." Páginas previas ya se había preguntado: "¿qué ha constituido la materia de mi vida y se ha disipado en mi memoria hasta el punto de que esta sincera autobiografía cuente con tan escaso número de páginas?" Y, como en toda empresa autobiográfica, se ve en la necesidad de establecer un pacto consigo mismo y con los lectores (contar la verdad de su vida, sin manipular ni tergiversar nada) y definir un criterio de selección (qué vale la pena contar y qué es mejor descartar): "¿Qué acontecimientos debo elegir, uno que fuera mínimamente relevante, que fuera portador de un significado tan complejo que concentrara en él la sucesión de unos días cuyos detalles se han borrado de mi memoria?"
Dentro de una tradición literaria (como la francesa) que ha cultivado hasta la obsesión la escritura del "yo" (de Marcel Proust a Annie Ernaux), la obra de Pierre Pachet destaca por sus sutilezas: pretende borrar los rastros de un deseo: el de establecer, tal vez por vez primera, la comunicación afectiva entre el padre y el hijo. El rastro, sin embargo, no se borra, al contrario: se vuelve más visible. Entre más se esconde Panchet en sus párrafos, más aparece. El padre habla a través del hijo y él hijo se define como escritor a través del padre. Esto no es un defecto. La diferencia es necesaria. Pierre Pachet no es Simcha Apashevsky, pero a través de la ficción el padre reaparece en la vida del hijo para iluminar sus silencios y describir su origen. El hijo construye así su propia herencia: una memoria compartida, y, de paso encuentra, su propia voz narrativa.
« Víctor Barrera Enderle »