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Yo los reconoceré delante de mi Padre

Yo los reconoceré delante de mi Padre


Publicación:24-06-2023
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Jesús no oculta las dificultades que encontrarán sus enviados

En el Evangelio de este Domingo XII del tiempo ordinario sigue la lectura del «discurso apostólico», cuya introducción habíamos leído el domingo pasado.

Jesús no oculta las dificultades que encontrarán sus enviados: «Miren, Yo los envío como ovejas en medio de lobos... los entregarán a los tribunales y los azotarán en sus sinagogas... ustedes serán odiados por todos a causa de mi Nombre...» (Mt 10,16.17.22). ¡Hay motivos para temer! Pero Jesús agrega algo que debe erradicar el temor: «No está el discípulo por encima del maestro, ni el siervo por encima de su amo. Ya le basta al discípulo ser como su maestro, y al siervo como su amo. Si al Dueño de la casa lo han llamado Beelzebul, ¡cuánto más a sus domésticos!» (Mt 10,24-25). La perspectiva de «ser como Jesús» debe infundir tal gozo en su enviado (su apóstol), que no deja lugar al temor. Por eso, la exhortación con que comienza el Evangelio de hoy es una conclusión: «Por tanto, no les teman».

Jesús sigue profundizando en el tema del temor. Lo hace excluyendolo en un caso y recomendandolo en otro: «No teman a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma... teman, más bien al que puede perder alma y cuerpo en la gehenna». El sujeto del verbo «matar el cuerpo» es plural; se refiere a todos los agentes naturales -seres humanos, animales y fenómenos de la naturaleza- que tocan el cuerpo y su vida natural, pero no pueden tocar el alma. Vemos que el evangelista ha adoptado la definición del ser humano como compuesto de cuerpo y alma, siendo el cuerpo su componente material, que interactúa con la materia, y el alma su componente espiritual, no sujeto a la materia, pero que la anima y le concede ser lo que es, a saber, este ser humano concreto individual, esta persona. El evangelista San Lucas, en el texto paralelo, no recurre a esta definición del ser humano: «No teman a los que matan el cuerpo, y después de esto no pueden hacer más. Les mostraré a quién deben temer: teman al que, después de matar, tiene poder para arrojar a la gehenna; sí, les repito: teman a Él» (Lc 12,4-5).

Que el ser humano tiene un elemento material es evidente y no necesita demostración. La cantidad de materia de cada ser humano -peso y dimensiones- es variable y depende de la edad y de la cantidad de materia que ingiera y digiera haciendola parte de sí. Por su parte, la existencia del alma puede demostrarse fácilmente, aunque, no es objeto de los sentidos. En efecto, todo ser humano puede razonar y deducir una verdad de otra, cosa que es imposible a la materia; todo ser humano puede trasladarse con el pensamiento a otro lugar distinto del que confina a su materia o a otro tiempo distinto del presente, por ejemplo, un anciano puede pensar en algún momento de su infancia. Hay en el anciano algo que hace que él sea el mismo que ese niño, aunque la materia sea completamente otra. El alma, es, entonces, espiritual y, dado que no depende de la materia, cuando ésta se destruye, ella perdura, es inmortal. El alma, una vez creada, nadie puede matarla. Pero, dado que la persona es un compuesto de alma y cuerpo, el alma, incluso después de la muerte corporal, conserva siempre referencia al cuerpo. Por eso, Jesús exhorta a temer al que puede perder, no sólo el alma, sino «alma y cuerpo en la gehenna».

En las sentencias siguientes Jesús, por medio de ejemplos tomado de la naturaleza, afirma la absoluta dependencia de todo respecto de Dios: «¿No se venden dos pajarillos por un as? Pues bien, ni uno de ellos caerá en tierra sin el consentimiento del Padre de ustedes». Un pajarillo es de valor insignificante entre todos los demás seres animados. Diríamos que no merece que Dios, el Ser infinito, se ocupe de uno de ellos. Jesús, en cambio, afirma que ellos dependen absolutamente de Dios. Con mayor razón depende de Dios el ser humano, que es el más valioso de todos los seres visibles, más aún, el único ser que está llamado a ser hijo de Dios, compartiendo la vida de Dios. Por eso, respecto de cada persona humana Dios sabe todo, incluso lo que ella misma ignora: «En cuanto a ustedes, hasta los cabellos de su cabeza están todos contados». Si estamos en las manos de Dios, que es todopoderoso, y que tanto nos amó hasta darnos a su Hijo único, la única conclusión posible la saca Jesús: «Por tanto, no teman. Ustedes valen más que muchos pajaritos». Este modo de hablar significa: Tienen a los ojos de Dios un valor infinito. La conclusión del Catecismo de la Iglesia Católica es verdaderamente magistral: «Reconocer esta dependencia completa con respecto al Creador es fuente de sabiduría y de libertad, de gozo y de confianza» (N. 301). Desconocer o negar esta dependencia es causa de que las multitudes humanas parezcan «ovejas sin pastor», es decir, que vayan adelante sin rumbo, vejadas y abatidas.

«A todo el que me reconozca delante de los hombres, también Yo lo reconoceré delante de mi Padre que está en el cielo; pero al que me niegue delante de los hombres también Yo lo negaré delante de mi Padre que está en el cielo». Reconocer a Jesús delante de los hombres es la misión a la que sus discípulos son enviados, es la misión de todo cristiano. La recompensa será grande: «Yo lo reconoceré delante de mi Padre». La intercesión de Jesús obtiene todo de su Padre. A quienes lo reconozcan delante de los hombres les dirá: «Bien, siervo bueno y fiel... entra en el gozo de tu Señor» (Mt 25,21.23). En cambio, para quienes nieguen a Jesús delante de los hombres, para quienes nieguen que Él sea la Verdad y se opongan a su enseñanza la sentencia será terrible: «Yo los negaré delante de mi Padre que está en el cielo». Él nos ha revelado las palabras mismas que les dirá: «¡Jamás los conocí; apartense de mí, agentes de iniquidad!» (Mt 7,23).

Jesús habla de «reconocer» y «negar». ¿Qué ocurrirá con los que se abstienen de una y otra cosa, que es el caso de la mayoría? Cuando se trata de «reconocer o negar» a Jesús, que es el Camino, la Verdad y la Vida, abstenerse equivale a negarlo. Lo dice Él: «El que no está conmigo, está contra mí, y el que no recoge conmigo, desparrama» (Mt 12,30). No hay indiferencia posible respecto de Jesús. Él es el Bien infinito.

Felipe Bacarreza Rodríguez



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