Cultural Singularidades
Tinta invisible
Publicación:07-01-2025
TEMA: #Literatura
Javier Peña, novelista y ensayista español, es el autor del libro con Tinta invisible.
Por: Victor Barrera Enderle
Cada libro publicado cuenta, al menos, dos historias; una explícita (la de su contenido), y la otra implícita (la de su confección). La primera se registra y se resalta con letra impresa; la segunda se redacta con tinta invisible. ¿Es posible leer esa tinta transparente? Sí, pero se requiere un esfuerzo mayor: ir más allá de las historias, y adentrase en la vida de escritores y escritoras. Javier Peña, novelista y ensayista español, emprendió esta hazaña con Tinta invisible. Sobre la pérdida, la escritura y el poder transformador de las historias. El libro, por supuesto, va más allá, y se convierte en memoria y en carta póstuma al padre: en muchos sentidos, su muerte fue el detonador de la escritura, pero me estoy adelantando, será mejor retroceder un poco.
Yo encontré de manera accidental este libro en una librería madrileña, al abrirlo, la primera frase que leí al vuelo me atrapó: "... con frecuencia las vidas de los escritores son más literarias que su propia literatura. Ser escritor, pienso ahora, no sólo significa escribir historias, sino habitar un mundo de historias. Imagino que ser lector es lo más Parecido". Tinta invisible surgió, como apunté hace un instante, del duelo por la pérdida del padre y por la necesidad de contar la historia de cómo los escritores necesitan contar historias. Esa urgencia es la tinta subterránea que une todo el libro. "En ocasiones especiales, los lectores, como escribió Toni Morrison, somos capaces de sobrepasar la letra escrita y leer la tinta invisible que el autor ha dejado en la página". El padre, marinero de profesión, era devoto de las historias: lector fiel al contrato ficcional. "Nunca podré agradecerle lo suficiente a mi padre que me introdujera en esa belleza, en el mundo de las historias, en el lugar que me ha hecho más feliz". El peso de la vida cotidiana (que suele ser absurdo) separó durante 4 años al padre y al hijo; la enfermedad y la agonía del progenitor los unió de nuevo para la despedida definitiva (que, por cierto, nunca es definitiva). Al final, Tinta invisible es un mensaje al padre perdido, bello y vano esfuerzo por vencer a la muerte. Pero también: reafirmación de la condición lectora del ensayista.
¿Cuántos accidentes, cuántas casualidades y juegos del azar se precisan para que alguien escriba una historia y, cuántas peripecias más, para que alguien la lea? "Es imposible -sostiene Peña- meter el mundo en una novela, pero sí es posible atrapar un pequeño pedazo, aplicarle una lente de aumento y crear un nuevo universo". Lo mismo podría decirse de su ensayo. La carta, personal y póstuma, al padre se convierte en parte de una constelación de añoranzas y emociones que encontramos y transmitimos a través de las lecturas. Vínculos secretos que subyacen en cada libro, disco o película compartida con alguien, o heredada de alguien. Recordé de pronto a Rob Fleming, el protagonista de Alta fidelidad, la novela de Nick Horby, y, para más señas, personificado por John Cusack en la versión cinematográfica de Stephen Frears, quien un día decide ordenar su impresionante colección discográfica no por orden alfabético ni temático, sino por su propia biografía sentimental: el vínculo emocional con cada disco.
Supongo que tal es el orden secreto de nuestras bibliotecas personales. Atesoramos cada objeto cultural no sólo por su contenido o su forma, sino por las sensaciones que detonó, o por su vinculación indirecta con tal o cual persona. La confesión final de Javier Peña lo confirma así al darse cuenta de que su padre le había heredado ese gusto por las historias: "Tuve que esperar su ausencia para descubrir que lo que me había dejado no eran cosas, como a Brick en La gata sobre el tejado de zinc. El único material que heredé de él fueron unos zapatos que me quedan grandes y un abrigo con un clínex usado en el bolsillo. Aparte de eso, sólo me dejó todo lo que soy".
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