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Tener el nombre escrito en el cielo

Tener el nombre escrito en el cielo


Publicación:03-07-2022
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El envío de los setenta y dos es un primer esbozo de la misión. También ellos tienen que anunciar a Jesús

El Evangelio de hoy es un precioso documento en el cual Jesús indica las normas que deben observar los que han sido llamados a compartir su misma misión: “Designó el Señor a otros setenta y dos y los envió de dos en dos”. Al leer este capítulo hay que tener presente el origen de dicha misión y el objetivo.

El origen es sublime. Todo parte del amor de Dios al mundo, como lo afirma Jesús: “Tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo... Dios envió a su Hijo al mundo... para que el mundo se salve por él” (Jn 3,16-17). El origen es Dios; toda iniciativa de salvación parte de él. Es un proyecto de puro amor. Pero Dios salva al mundo por medio de su Hijo hecho hombre; y éste lo hace por medio de sus enviados: “Como el Padre me envió a mí, así os envío yo a vosotros” (Jn 20,21).

El objetivo de esa misión es la salvación del mundo: “Que el mundo se salve”. Pero este objetivo se alcanza por un solo medio: “Se salve por él (por el Hijo de Dios hecho hombre)”. No hay otro medio de salvación para el mundo. Así lo afirma San Pedro ante todo el pueblo, comenzando ya a cumplir su misión: “No hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos” (Hech 4,12).

El envío de los setenta y dos es un primer esbozo de la misión. También ellos tienen que anunciar a Jesús: “Los envió por delante a todas las ciudades y lugares adonde él había de ir”. No llegan con las manos vacías; Jesús los provee con un don que comunicar: “En la casa en que entréis, decid primero: ‘Paz a esta casa’”. Es cierto que el saludo habitual judío, “shalom”, significa “paz”. Pero la paz que Jesús manda comunicar es eficaz y consiste en el bienestar pleno del ser humano, por la integridad de sus relaciones con Dios y con los demás hombres. Para gozar de este don hay que acoger a los enviados de Jesús. Jesús asegura que habrá más rigor en el día del juicio para la ciudad que los rechace que para la ciudad de Sodoma. Todos sabemos cuál fue la suerte de la ciudad de Sodoma (cf. Gen 19,24-25). Una ciudad que, habiendo recibido el Evangelio, se rige hoy por valores opuestos a los de Cristo tiene que temer este juicio.

Para esta misión no hacen falta bienes materiales, pues la salvación no se compra con bienes de este mundo: “No llevéis bolsa ni alforja”. Para esta misión hacen falta, en cambio, numerosos hombres y mujeres dispuestos a entregar la vida. Estos son “los obreros” de los cuales Jesús habla, y éstos son siempre escasos para la inmensa obra de salvación de la humanidad: “La míes es mucha y los obreros pocos”. Afortunadamente Jesús nos indica el remedio, al cual no hemos recurrido suficientemente: “Rogad al Dueño de la míes que envíe obreros a su míes”. Nadie puede trabajar en la obra de salvación si no es enviado por Dios mismo; él es el “Dueño de la míes”. Estos obreros tendrán una recompensa que supera todo esfuerzo. La recompensa que reciben no se puede comparar con un salario; es siempre una gracia: “Alegraos de que vuestros nombres estén escritos en el cielo”.



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