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Muchos son llamados, pero pocos escogidos

Muchos son llamados, pero pocos escogidos


Publicación:15-10-2023
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La parábola de los invitados al banquete de bodas es, como la de los viñadores homicidas, una teología de la historia de salvació

El Evangelio de este Domingo XXVIII del tiempo ordinario nos presenta una parábola de Jesús, que Mateo une con lo anterior por medio de una frase de introducción: «Y respondiendo Jesús nuevamente les habló en parábolas diciendo...». Esta introducción nos recuerda la del Discurso en parábolas del capítulo XIII: «Les habló muchas cosas en parábolas, diciendo...» (Mt 13,3). Allí reúne el evangelista siete parábolas, de las cuales seis comienzan con la frase: «El Reino de los cielos es semejante a...», la misma con que comienza la parábola del Evangelio de hoy. Por eso, el adverbio «nuevamente» no se refiere al hecho de hablarles Jesús, sino al hecho de hacerlo en parábolas, aunque, en realidad, será una sola, la que leemos en el Evangelio de hoy.

Jesús, entonces, sigue enseñando en el templo ante el mismo auditorio, respondiendo a los mismos sumos sacerdotes y ancianos del pueblo, que le pedían explicación de su autoridad, a quienes acaba de decir, como conclusión de la parábola de los viñadores homicidas: «Se les quitará a ustedes el Reino de Dios para darselo a un pueblo que rinda sus frutos» (Mt 21,43).

«El Reino de los cielos es semejante a un rey que celebró el banquete de bodas de su hijo». La misma parábola es transmitida por Lucas, pero en otro contexto. Allí estaba Jesús a la mesa en casa de uno de los jefes de los fariseos y la parábola responde a la exclamación de uno de los comensales: «"¡Dichoso el que pueda comer en el Reino de Dios!". Jesús le respondió: "Un hombre dio una gran cena y convidó a muchos..."» (Lc 14,15-16). Mateo introduce a la parábola algunas modificaciones que responden al contexto -se habla del hijo, como en la parábola de los viñadores homicidas- y a su sensibilidad eclesial, insinuando que este hijo es el esposo, como en la pregunta: «¿Pueden entristecerse los invitados a la boda, mientras está con ellos el esposo?» (Mt 9,15) o en la parábola de las diez vírgenes: «¡Ya está aquí el esposo! ¡Salgan a su encuentro!» (Mt 25,6). Jesús se refiere a su propia presencia.

En dos instancias el rey mandó a sus siervos a llamar a los invitados, de nuevo como en la parábola anterior. En respuesta a la primera instancia, ellos «no quisieron venir» y en respuesta a la segunda, algunos no hicieron caso y otros «agarraron a los siervos, los escarnecieron y los mataron». La reacción del rey también es propia de Mateo: «El rey se enfureció y, enviando sus tropas, dio muerte a aquellos homicidas y prendió fuego a su ciudad». Esta observación revela que Mateo escribe su Evangelio después del episodio traumante del año 70 d.C., cuando las tropas de Tito sofocaron un levantamiento del pueblo judío y el templo fue incendiado y destruido. Desde entonces los judíos deploran este hecho ante el «muro de los lamentos», que servía de fundamento al templo.

Dado que aquellos primeros, para los cuales el rey se esmeró tanto en hacer un excelente banquete, rechazaron la invitación, el banquete se abre a todos: «Dice el rey a sus siervos: "La boda está preparada, pero los invitados no eran dignos. Vayan, pues, a los cruces de los caminos y, a cuantos encuentren, invitenlos a la boda". Los siervos salieron a los caminos, reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos, y la sala de bodas se llenó de comensales». Destaca en esta descripción la cláusula «malos y buenos», que nos recuerda la parábola de la cizaña sembrada en medio del buen trigo y crecen juntos -cizaña y trigo- hasta la siega, cuando se produce la separación.

Esa parábola del trigo y la cizaña es propia de Mateo. Responde a lo que agrega el evangelista a la parábola: «Entró el rey a ver a los comensales, y al notar que había allí uno que no tenía traje de boda, le dice: "Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin traje de boda?". El enmudeció. Entonces el rey dijo a los servidores: "Atenlo de pies y manos, y echenlo a las tinieblas de fuera; allí será el llanto y el rechinar de dientes"». Imposible no recordar, como decíamos, la parábola del trigo y la cizaña, porque acerca de ésta el dueño del campo dice a los segadores: «Recojan primero la cizaña y atenla en gavillas para quemarla» (Mt 13,30). En ambos textos resuena el verbo «atar». Cuando Jesús explica a sus discípulos la parábola de la cizaña y el trigo, dice: «El Hijo del hombre enviará a sus ángeles, que recogerán de su Reino todos los escándalos y a los obradores de iniquidad, y los arrojarán en el horno de fuego» (Mt 13,41-42). Ambas parábolas tienen la misma conclusión: «Allí será el llanto y el rechinar de dientes».

La parábola de los invitados al banquete de bodas es, como la de los viñadores homicidas, una teología de la historia de salvación. Es la metodología usada por San Pablo en su misión de evangelización. En todos los pueblos donde llegaba, predicaba a Cristo, primero en la sinagoga del lugar y, solamente cuando allí era rechazado, se volvía a los gentiles, como lo hizo, por ejemplo, en Antioquía de Pisidia. Relata Lucas en los Hechos de los Apóstoles: «Pablo se levantó, hizo señal con la mano y dijo: "Israelitas y cuantos temen a Dios, escuchen... hermanos, hijos de la raza de Abraham, y cuantos entre vosotros temen a Dios, a ustedes ha sido enviada esta Palabra de salvación..."... Los judíos, al ver a la multitud, se llenaron de envidia y contradecían con blasfemias cuanto Pablo decía. Entonces Pablo y Bernabé dijeron con valentía: "Era necesario anunciar la Palabra de Dios, en primer lugar, a ustedes; pero ya que la rechazan y ustedes mismos no se juzgan dignos de la vida eterna, miren que nos volvemos a los gentiles. Pues así nos lo ordenó el Señor: Te he puesto como la luz de los gentiles, para que lleves la salvación hasta el fin de la tierra"» (Hech 13,16.26.45-47).

Aunque en la parábola, de entre todos los llamados, hubo uno solo arrojado fuera, Jesús concluye la parábola con una sentencia más severa: «Muchos son llamados (kletoi), pero pocos escogidos (eklektoi)». Debemos pedir continuamente la gracia de encontrarnos en este último grupo. El traje de bodas que se exige es el estado de gracia, que se recibe en el Bautismo y los demás Sacramentos y se alimenta en la Eucaristía; y no se pierde sino con el pecado. Por eso, en la celebración de la Eucaristía pedimos al Señor que «ayudados por su misericordia, vivamos siempre libres de pecado».

Felipe Bacarreza Rodríguez

Obispo de Santa María de los Ángeles



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