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Los papeles del escritor

Los papeles del escritor


Publicación:03-03-2021
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Gran gesto de confianza y maravillosa vía de aprendizaje

Domingo por la tarde, víspera de fin de año, ambiente oscuro e invernal. De pronto, tocan a mi puerta. Algo inusual en estos aciagos días de pandemia. Como el atormentado protagonista de “El cuervo”, no espero a nadie. Me asomo por la ventana y veo a Rosana Covarrubias, hija del escritor Miguel Covarrubias. Me apuro a abrir la puerta y tras un rápido saludo, mediado por barbijos y guantes, me entrega un sobre manila cerrado y se despide. Regreso a mi sillón y abro el sobre: un libro y una tarjeta: “Le hago entrega del sexto título de la serie de ‘Papelerías’ que cubren la friolera de medio siglo”. Tras la firma, Miguel agrega, como suele hacerlo, la dirección de su casa: esa famosa calle Kant (otro “regiomontano” ilustre, como socarronamente decía Reyes). Y yo recreo el trayecto de este ejemplar desde el sur de la ciudad hasta mi apartamento en la colonia Del Prado, al norte de la urbe. A pesar de ser objetos inanimados, los libros viajan y cruzan largas regiones y épocas. se mueven a su ritmo y, al final, siempre encuentran a sus lectores.  

La lectura de Papeleta me deja algo en claro: escribir implica acumulación: montañas de palabras y papeles (y ahora, en esta época vaporosa y frágil: infinidad de archivos electrónicos ordenados, o desordenados, de maneras aleatorias y caprichosas) que crecen a su propio ritmo y van rodeando y nutriendo proyectos (algunos llegarán a concretarse; otros se quedarán en el limbo, esperando una nueva reformulación). Sin embargo, de cuando en cuando arriba el momento de ordenar los archivos y los cajones, de poner en claro ese caos de papel y tinta, de borradores y documentos repetidos en nuestras computadoras. Miguel Covarrubias ha transitado varias veces esa peculiar órbita de escritura y Papeleta representa el más reciente inventario de su archivo personal. El título nos remite de inmediato a su acepción más común, la cual, según el diccionario, consiste en una “hoja pequeña de papel en la que se acredita un derecho o consta algún dato de interés; como la que se utilizar para emitir un voto, la que consigna el número de una rifa…” El autor le otorga, además, una significación personal y emotiva que lo lleva a recordar sus días de estudiante de Letras, y sus estrategias como juvenil lector crítico: “Tomábamos en nuestras manos una hoja blanca, común, la usual, y la partíamos a la mitad. Obteníamos así una hojita casi prodigiosa…” donde se apuntaba lo esencial de los libros consultados. La papeleta como registro de conductas críticas.  He aquí la sustancia del libro: cada página se desdobla: es la idea o la imagen y la circunstancia en que ha surgido. Universo de papel y tinta. 

Esta Papeleta viene a coronar una serie ensayística iniciada en 1970 con Papelería y continuada con Olavide o Sade (1975), Nueva papelería (1978), Papelería en trámite (1997) y Papelorio (2007). Cada entrega nos ha brindado el registro de vida de un escritor que ha sabido compaginar creación y vida, vocación y devoción por la literatura. Papela no es la excepción. Se asoman en sus páginas las pasiones y las devociones: la poesía francesa moderna (Verlaine y Rimbaud); los cómplices de aventuras poéticas y culturales (Gloria Collado, Julián Guajardo, Andrés Huerta, Carlos Ruiz Cabrera, Saskia Juárez y Carmen Alardín); los trazos autobiográficos (que evocan a ese “jovencito vestido con traje de color café, camisa abierta y zapatos bien boleados”); la crítica literaria y artística; y las confesiones: “yo creo que me reconozco sobre todo en el empleo de la persistencia”. Ser escritor en Monterrey es un supremo acto de persistencia. 

Uno de los textos más entrañables del libro (y de la literatura nuevoleonesa reciente) es Funebris oratio, donde el escritor dice adiós a la compañera de vida, confidente y cómplice de todos sus empeños: “Gracias, Silvia, gracias por tu vida, gracias por tu muerte, gracias por todo. No sé si llegaremos a vernos de nuevo. Aquí nos despedimos de manera definitiva o provisional, no sé, metafóricamente quizás. Esta es una despedida y al mismo tiempo, como diría el pintor Magritte, eso no es una despedida”. 

En plena era de reuniones virtuales, de conexiones instantáneas, de micrófonos prendidos o apagados, esta Papeleta ha llegado a mis manos como una de las formas más intensas de comunicación literaria: no es sólo la obra de un escritor (pulida y expurgada), sino una estampa viva de su mesa de trabajo. Permiso -e invitación- para indagar en los cajones de su escritorio y leer las hojas que se van apilando con tinta fresca, mientras las va escribiendo. Gran gesto de confianza y maravillosa vía de aprendizaje. 



« Víctor Barrera Enderle »