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Cultural Literatura


Las cosas han cambiado

Las cosas han cambiado


Publicación:28-06-2023
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El campus universitario suele ser una ciudad perdida donde el tiempo corre distinto.

El azar es caprichoso, lo sabemos bien. Existen encadenamientos de sucesos que mucho tiempo después muestran su sentido (o nos dan las herramientas necesarias para que nosotros lo inventemos y lo apliquemos de manera retroactiva). Durante los primeros meses de esta centuria vi en una función nocturna, en algún cine de barrio de Santiago de Chile, la película Wonder boys, del director Curtis Hanson.  No fue algo determinado, sino una elección por descarte; para más señas: la cartelera anunciaba el filme con su absurda traducción al español: "Loco fin de semana", título más apropiado para una comedia juvenil. Antes de los créditos iniciales comenzó a sonar "Things have changed", de Bob Dylan. Era la primera vez que la escuchaba, así que sólo pude capturar algunos versos: "La gente está loca y los tiempos son extraños, estoy encerrado:  fuera de alcance, solía importarme, pero las cosas han cambiado". Recuerdo que pensé en ese momento que esas líneas podían definir el final del siglo XX, luego me di cuenta de que estaban de alguna manera presagiando el inicio del XXI (y esto lo confirmé, años después, cuando lo escuché interpretar la canción en vivo durante un día que suele no existir: el 29 de febrero).

La película mostraba a un protagonista-narrador:  Grady Tripp, atribulado escritor y profesor universitario, que impartía el taller de creación literaria y se encontraba en una encrucijada. Años atrás había publicado una novela de gran éxito de crítica y de venta. Sin embargo, su siguiente gran obra no terminaba de concretarse. Su esposa lo había abandonado esa misma mañana de viernes; los alumnos de su taller habían hecho añicos el texto de James Leer, su pupilo más peculiar; su amante, la decana de la Universidad, estaba por informarle de su embarazo; y para colmo tenía encima el festival literario de la Universidad, que incluía en su programa la visita de su editor, Terry Cabtree y, con él, la inquisición sobre el estatus de su libro inconcluso.  Salí de la función rumiando algunas ideas. Primero: que no había visto solamente una comedia ligera, sino algo más. En todo caso, la comedia, lo sugirió Aristóteles, es la representación de la condición humana y de ella se alimenta. Muchas subtramas alimentaban la cinta. Estaba, por supuesto, la narración de Tripp; pero también su relación con Cabtree y con James Leer: ramificaciones de lo que implicaba la escritura, la edición y la publicación de un libro. La película abordada, y eso me había cautivado, la posibilidad (o la imposibilidad) de enseñar a escribir literatura. Conocía algunas películas de Hanson, en ellas abundaban los personajes perdidos o en vías de perderse. Sujetos que divagaban montados en largos y viejos automóviles, para luego consumir el tiempo en merenderos de segunda mano mientras se enfriaba el café y se extinguían los cigarros... Luego aparecía el guion de Steve Kloves, que dialogaba con la novela original de manera muy provechosa. Eso también, debo confesar, lo corroboré pasado el tiempo, cuando el libro cayó en mis manos (en una edición barata de la editorial Picador): otro eslabón en la cadena...

Michael Chabon hizo de Wonder boys (1995) una novela de campus: subgénero narrativo propio de la literatura anglosajona.  El campus universitario suele ser una ciudad perdida en medio de la nada, en donde el tiempo corre distinto y sus habitantes no sobrepasan, en promedio, los 25 años.  Luego de la segunda guerra mundial, las reformas educativas democratizaron el ingreso a las universidades norteamericanas, creando un microcosmos particular. Las narraciones de este tipo (y la novela de Chabon no es la excepción) nos presentan la relación (y el contraste) entre profesores y estudiantes: mientras los primeros envejecen en las aulas, los segundos van rotando indefinidamente. El enfoque educativo se modificó también en este periodo, priorizando los aspectos técnicos y pragmáticos del conocimiento. Lo mismo sucedió con los estudios literarios y el hecho de que se hayan añadido talleres de creación a la malla curricular así lo confirma. La enseñanza como tema literario y los alumnos como potencial público lector: formula inusual, pero efectiva.  En el libro, como era de suponerse, se profundiza más en la extrañeza entre la vocación literaria y el mundo exterior. Tripp busca terminar su novela, mientras cuenta la historia verdaderamente importante: la de su incapacidad para el cierre de la escritura. 

Otro verso de la canción de Dylan define al personaje: "He tratado de alejarme lo más posible de mí mismo". El final (tanto de la película como del libro) es imposible porque implicaría la develación del misterio (la creación de una fórmula para la escritura literaria). Esa concatenación de hechos azarosos que me llevaron de la melodía al filme, y de la cinta a la novela, sólo me confirmó algo que ya sospechaba: las cosas seguirán cambiando.



« Víctor Barrera Enderle »