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La limitación del tiempo
Publicación:16-09-2024
TEMA: #Agora
La memoria puede ser manipulada o puede manipularnos a su antojo. Todo depende de qué queremos en la vida y si es que sabemos lo que queremos...
La casa de enfrente
Olga de León G.
Los autos se apilaban uno detrás del otro, la calle estaba cubierta de autos y camionetas estacionadas a lo largo de las cinco cuadras que tenía de largo la colonia. Afortunadamente, solo de un lado de la calle, justo del lado junto a la casa de enfrente.
Todos los días, de regreso de la escuela, pasábamos frente a esa casa, pero nunca lo hacíamos sobre la banqueta, nos bajábamos a la acera unos cuatro metros antes, ya era la costumbre, ni siquiera los más pequeños, preguntaban por qué hacíamos así el recorrido. Y, luego, nos cruzábamos para ir a nuestra casa.
Esa tarde de invierno, a la distancia vimos que alguien había salido de esa casa, y se paseaba -entre lento y pausado- de un lado a otro, mirando hacia la nuestra, como si esperara que una persona saliera y se asomara hacia la de ellos.
Mas, estábamos advertidos por nuestros padres que no curioseáramos ni buscáramos comprender nada de lo que ahí solía pasar; simplemente, debíamos mirar hacia otro lado y entrar a nuestra casa.
No obstante, ese día fue imposible no preguntarnos, ¿qué pasaba, por qué tantos autos?
Había fallecido el hijo menor del dueño de esa casa y otras más, quizá más de la mitad de las viviendas de la colonia, eran de ellos. El jovencito fallecido era muy atento con todo el mundo, era el único que convivía en el barrio. Joven medianamente guapo y educado... Pero la bruja que vivía al lado de su casa, sin que la familia supiera que era bruja, había pactado con el demonio, que él sería pareja para su hermana, o no lo sería de nadie más.
¡Cuantas historias falsas se tejen en derredor de algunos y cuánta gente puede creerlo! Nada es lo que parece, ni siquiera lo que se va diciendo en esta historia-cuento. Solo y solamente, la imaginación va haciendo camino.
Pero, los autos estacionados a lo largo de cinco cuadras, no eran producto de la imaginación de la cuentista. La fila fue real, tan real como la casa de enfrente. Mas, nadie había muerto, por el contrario, era una fiesta, una gran fiesta, después de la boda y la fiesta en Salón de la hija de los dueños y de su enamorado novio.
La memoria puede ser manipulada o puede manipularnos a su antojo. Todo depende de qué queremos en la vida y si es que sabemos lo que queremos...
Porque las más de las veces vivimos en un espejismo, o no vivimos en el mundo real, sino en el que creemos que lo es; y solo es el sueño que tuvimos un día y otro olvidamos que lo habíamos tenido. La vida puede ser complicada y difícil por sí misma, o porque nosotros nos la complicamos.
Así, la casa de enfrente y todas las historias que en derredor de ella se pueden tejer, pudo ser una visión de un lejano pasado, de una historia vivida por seres extraños hace un siglo o más. O puede ser la historia que inventamos en nuestra infancia y decidimos recordar ahora.
Curiosamente, esa casa siempre me ha acompañado, toda mi vida. Algo muy especial resguarda su recuerdo en mi mente: sentimientos y emociones no compartidas, que hicieron que mi infancia y adolescencia fuese una especie de cuento de duendes y hadas que no llegaría a ver la luz del día nunca, porque yo no dejaría que mis sentimientos y emociones brillaran y fueran reales: eso sería muy triste, pues la realidad jamás me ha favorecido.
Tan parlanchina, comunicativa y platicadora que he sido siempre, tanto que pareciera que nada me guardo solo para mí; y, no, no soy siempre así. También yo, como cualquier mortal, tengo mis secretos.
La casa de enfrente se mudó un día. Y, yo no supe a dónde se fue; hasta que hoy, descubrí que nunca estuvo frente a nuestra casa, ni en la adolescencia ni en la juventud; siempre estuvo solo en mi imaginario, esperando porque un día me atreviera a entrar o, al menos, mirar por una de sus ventanas...
Habría descubierto que la casa no estaba ya allí, o nunca lo estuvo. O, fue el espejismo en el que siempre he vivido: Una historia de la historia que quise un día vivir, pero dejé que se me escapara de las manos, porque entonces, igual que ahora, tengo miedo a ser feliz en medio de la tristeza y la desgracia que a mi vida la ha rodeado; como si fuera un pecado fatal, ser medianamente feliz.
Vacaciones en la playa
Carlos A. Ponzio de León
Recuerdo bien la fecha: lunes 10 de febrero.
Estaba de vacaciones en una ciudad con playa mexicana, ya sabes, de esas con el agua más clara que un corazón ligero, templada como mi carácter al despertar luego de haber dormido sin ser perturbado durante once horas seguidas. Me levanté a media mañana, así es que almorcé tarde. Algo ligero: la historia debía estar buena. Para las siete de la noche: llegué al bar, casi vacío, parecía que apenas y me había puesto el desodorante: boom, boom, boom. No fueron detonaciones de bombas, sino los latidos del corazón al ver llegar a una vacacionista americana, Spring Breaker adelantada al tiempo, a su era, un clásico de la rebeldía, una pinche malcriada, lo que ellos llaman allá, del otro lado: una "Brat", de esas que caminan sobre la línea hasta despedazarla.
Boom, boom, boom. La miré de reojo. A mi edad no se puede ser indiferente a una belleza helada que se puede calentar con estas manos y mi cadera. Así es que no pude evitar mirarla de frente: ella bajó su vista, (no en señal de vergüenza, ni sumisa, sino) para esconder su risa de: "ya provoqué aquí". Eso fue solo el principio, porque luego levantó la cabeza clavando su mirada en la mía, viéndome directamente a los ojos y retando: "Sí, soy yo, tu número uno, ¿y qué?". Yo quería rociar de insecticida el lugar para quedarme a solas con ella.
Noté que venía directamente a mí: o a mi lado, de manera más precisa. Se sentó junto a mi banco y ordenó un helado de vainilla. "Póngale escocés encima", terminó por decirle al cantinero. La situación se veía tan romántica: su blusa verde, (el color del dolor y el que se me tuvo prohibido usar durante meses: -Oh pobre África, tan sola). Y sus ojos encendidos: como prendidos por una luciérnaga, sus mejillas brillando: una paleta redonda de cereza.
"Soy Carlos y creo que tienes la voz más dulce de este planeta", le dije. Ella sonrió con una miniatura linda: "Hola, sí, soy yo y estás en peligro", me dijo. "Gonna, gonna, gonna", comenzó a escucharse en las bocinas del lugar: una canción de Charli xCx. "Hola, sí, soy yo y estás es en peligro" retumbó en mi cabeza. Boom, boom, boom, retumbó en mi corazón. "Tu cabello chino...", le dije. Yo quería traducir >$/999/(#&), pero no pude y tuve que conformarme diciéndole: "... tienes el cabello de una diosa".
Se quedó en silencio. "Debí haber dicho una estupidez", pensé. ¿Cuántos pretendientes no le habrán dicho eso antes? Trate de tranquilizarme como el agua de la bañera, quieta como monolito azteca. Tomó un cuchillo y lo enterró en un montón de servilletas. "No te quiero como fondo de la fotografía", le dije. "Aunque tal vez un día quieras regresar al lugar de dónde vienes, porque podrías descubrir que al lugar a donde voy a llevarte resulte que no es tu preferido. Y eso también está bien". Guardó silencio. "¿Te parece que ahora estoy hablándote a ti?", le pregunté. Asintió con la cabeza y dijo: "Yo también puedo decir estupideces de vez en cuando". "Tendré paciencia, lo prometo", le respondí.
Terminó su nieve y le dijo al cantinero. Otro igual, pero sin el helado. Y luego, girando su cuerpo hacia mí, colocó sus manos sobre mis muslos y me dijo: "Voy a levantarme a bailar sola. ¿Quieres acompañarme?" Sonreí y dejé mi banco abandonado frente a la barra.
Cien golpes por minuto. Remix. "Talk, talk". Mis manos se deslizaban por su cuerpo de diosa hechizada; su cintura: de un lado al otro. "Hay muchas maneras de enamorarse", me dijo. "Yo tengo mi favorita", le respondí. "Podría ser tu favorita y no la mía". Nos quedamos solos en la pista de baile y las luces se apagaron. "Pon tus manos en mis pechos", me dijo. Movimientos de reversa, baby. "Te voy a enseñar a viajar por el tiempo", le dije. "Quiero que me lleves a rebobinar", respondió ella. "¿Te quedarías a dormir toda la noche?", pregunté.
Subimos a un taxi que nos llevó a mi hotel. Llegamos al piso 14. Un maldito infierno la espera. Comenzó a desvestirme en el elevador. "¿Sabes? Esto ya no es tan confuso", me dijo y continuó: "Tienes una manzana en tu cuarto?". "Tengo una naranja sin semilla, pero podríamos pedir la manzana al restaurante". "No importa".
En la cama: la furia deshizo las sábanas y un escarabajo giró sus dos pares de alas. Voló hacia el bosque esperando encontrar un silbido que dijera: "Sí, soy yo y estás en peligro". El viento penetraba los misterios de la luna y el durazno. Noche: "No salgas, no te vayas, dame tu infinito".
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