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La ilusión perdida

La ilusión perdida


Publicación:21-07-2024
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Se ven las cosas de manera distinta en un país como este. No se vuelve a ser la misma persona de antes

Sensibilidad a flor de piel

Olga de León G.

"Poema a modo de Preludio"

Del cielo, una estrella cayó a tierra

y una punta brillante y pequeña

fue a clavarse en mi pecho

cual dardo envenenado de amor 

sin fronteras, ni horizonte que mirara

dentro ni fuera de él,

como si nada más que un hueco

hubiese dejado la línea en él...

... Y, de una valija pequeña que estaba arrumbada en un rincón cualquiera, saltó por entre la minúscula rendija que quedó expuesta a causa del cierre ligeramente abierto, un pequeño insecto colorado que rápidamente se sacudió para estirar sus patitas y alisar sus antenitas: pues sí, en efecto, se trataba de mi vieja amiga, la hormiguita.

Ya puesto su cuerpecito todo en el piso de la cocina, salió de allí a toda prisa recitando como si fuera una manda: "Elefantito, elefantito, ¿dónde andas amigo mío? Hazte visible y presente pronto, que el mundo nos necesita. Y su voz viajó a la velocidad del viento, y en menos que canta un gallo (el gallito de los vecinos del lado izquierdo de la casa), el elefantito escuchó el clamor de su amiguita y en marcha se puso, con rumbo al norte, para llegar lo más rápido posible a donde su amiga estaba. 

Voy de prisa, pero no corriendo que me puedo tropezar, y entonces, retraso la llegada al país de los cuentos y fantasía de la hormiguita colorada, pensaba el elefantito mientras seguía a paso calmo, pero seguro.

Estando ya entre las líneas de la historia de hoy, el elefantito se dirigió a su amiga, con estas palabras: "¿Qué sucede hormiguita? ¿Por qué tan estresada?". "El mundo anda muy mal, ya no puedo arreglar todo yo sola... Figúrate que algunas hijas reniegan de su madre y la tienen por una enemiga, cuando debían considerarla su mejor amiga".

Y sí, la desconfianza y el rencor estaban ganando adeptos entre los jóvenes. Dicen los dichos de siempre, que la distancia no hace mella, cuando el amor es verdadero... Yo empiezo a dudar de tales dichos. Que el amor es verdadero entre madres e hijos, no tengo duda... pero, la distancia y los cambios de intereses, sí hacen mella. ¡Es muy triste el panorama, elefantito!

Allá, en la casa de donde la hormiguita había salido, una madre se debatía sobre cómo decir las cosas, de suerte que no la mal entendieran. De nada servía su interior debate para decir sin ofender, lo que necesitaba decir, o preguntar: sería mal entendida y juzgada con parcialidad malsana, como si nunca la hubiesen conocido...

Y, el esposo, el padre enfermo nada decía, pues no quería ahondar más en las diferencias, a pesar de estar del lado de su esposa... Venir a ver a un enfermo, requiere mucho desprendimiento del yo, despojarse de todo egoísmo, y acercarse a él por él mismo -ponderando lo que se puede hacer y lo que no- sin creer que seremos el Salvador que ha traído una dicha que él, que no tendría sin nuestra participación. Porque una cosa es: sentirnos bien por hacer algo bueno para él a hacer solo lo que le dé un poquito de alegría, sin creernos los Salvadores de su encierro o sus dolores.

Nunca creas, elefantito, que visitar al enfermo y darle momentitos de felicidad, es algo que haces por él, pues en realidad, más lo haces por ti, para sentirte bien contigo mismo, por las dádivas hechas, que por él.

Mas, hay algo que debo agregar para alivianar las tristezas y dibujar las cosas en su verdadera dimensión: con colores alegres y brillantes y no solo grises y oscuros:

La dicha de tener cerca a la única nieta que se tiene y hemos conocido en vida, afortunadamente, ¡es una maravilla! Mayor, cuando la pequeña ha dado muestras de una gran nobleza de corazón y sentimientos, tal, que las despedidas de cada día se prolongan en besos y abrazos que ella regala a los abuelos. Más aún, ayer le puso un tinte único a su partida: ¡No quería irse!

Elefantito, perdona mi imprudencia, al hacerte venir, con nuestra mutua amiga, solo para derramar alguna lágrima en tus orejitas.

El fantasma americano

Carlos A. Ponzio de León

La tarea que nos dejó la maestra es muy simple: describir nuestras impresiones como mujeres migrantes en los Estados Unidos. No hay mucho qué pensar, siendo mujer nacida en Medio Oriente, con tantas diferencias de por medio. Yo fui educada por mi madre para no buscar placer durante el acto sexual, para no moverme cuando mi esposo estuviera en ello, debía dejar que él satisficiese sus necesidades y yo sería solo su instrumento. Las cosas cambiaron solo un poco en este país: no porque aquí se tuvieran las mismas costumbres, sino porque yo estaba totalmente educada de una manera y eso es difícil de cambiar cuando se es adulto. 

Emigré sola y tuve que sostenerme trabajando. Los hombres que conocí se desesperaban con mi manera de hacer el amor: "Pareces un palo de escoba", me dijo uno alguna vez. "No sé si estás aquí, conmigo", me dijo otro. En fin, fue un largo camino hasta que, a los cuarenta años, tuve mi primer orgasmo. Ni siquiera sabía que fueran posibles para una mujer.

Los penes son muy grandes en este país. Por lo menos eso es la norma en las películas que he visto. Para las mujeres que están acostumbradas a esos tamaños, deben hacerles cosquillas los de otras partes del mundo. He escuchado todo tipo de historias. Y ahora que me he abierto a la experiencia y tomo un taller de sexología, me dicen que hay varios tipos de orgasmos femeninos. Yo no he podido disfrutar de todos. Debe ser absorbente experimentarlos. No sé si se requieran varias parejas para lograrlo.

El mayor infortunio es no poder compartir todos estos conocimientos con mi familia, la que vive en mi país natal. Allá, la situación no la vemos como una en la que las mujeres vivamos bajo un yugo, de manera desfavorable en comparación con los hombres. Las cosas son como son, allá, porque siempre han sido así. Nada cambiará, nunca, me parece. Pero una vez que se han experimentado otras formas de vida, es difícil volver a las viejas costumbres. Es difícil hablar con los hombres de mi país sobre estos temas. No lo entienden; como tampoco las mujeres lo comprenden.

Se ven las cosas de manera distinta en un país como este. No se vuelve a ser la misma persona de antes. Hay más tolerancia aquí y definitivamente se puede observar lo que sucede en el resto del mundo desde una plataforma más alta: sin sentirme superior y sin perder mi identidad; ni haciendo perder su identidad a los demás. Supongo que eso es la tolerancia

Este país está desecho por la tolerancia, en muchos otros sentidos. El sueño americano es una ilusión que nadie vive. Una forma de proteger privilegios; así como en mi país hay otras formas de defenderlos: a pedradas, por ejemplo. Aquí, en cambio, la economía es el risco que nadie resiste. Pienso que la libertad adquiere peligros cuando se cruza cierto umbral. Y cuando se está tan solo como se suele estar en este país, un período de tristeza es suficiente para cruzar la línea de riesgo. Eso creo; esos son mis temores, lo reconozco. Y se los inculco a mi hija. Ya ella tendrá tiempo y vivencias que le permitirán aprender.

¿Qué he aprendido en este país? Que nada es seguro. Que la economía es cruel. Que la maldad no acaba al venir aquí. Todos estos conceptos adquieren nuevas identidades, otras formas distintas a las que visiblemente tienen en el mundo subdesarrollado. Pero aquí se subliman las cosas positivas. Aunque a veces pienso que todo es un engaño de Dios.

He podido pasar mucho tiempo en silencio. Sentada en la sala de mi casa, en soledad, esperando a que mi hija termine su tarea escolar o despierta durante toda la noche, llorando, recordando a mi familia en mi país. Tengo muchas formas para distraerme, pero ninguna me llama la atención, o más bien, no resultan atractivas, porque no entiendo bien el idioma, no lo suficiente como para reír con los programas de comedia de la televisión. Y si voy al cine, igual, no entiendo ni la mitad de la película.

He encontrado que hay gente que va a la mezquita, sinagoga o a la iglesia, pero sigue pensando que existen los fantasmas. No están convencidos de lo que dice la religión. El otro día comencé a observarme en un espejo. Simplemente me senté frente a él en una silla. De pronto miraba a un lado y luego al otro. Me pregunté: ¿Qué hace que, de pronto, gire mi cabeza hacia un lado y luego hacia otro? ¿Qué estoy mirando? ¿Qué significa que gire mi cabeza de un lado y hacia otro? ¿Acaso hay fantasmas que controlan mis movimientos?

 

 



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