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La Gran Depresión

Publicación:30-03-2025
TEMA: #Agora
La tentación de Babel
Carlos A. Ponzio de León
La última vez que vistió esa falda azul para cenar con alguien, fue durante el último aniversario de bodas con su primer marido, cuando él aún vivía. Recientemente, hacía unos años, había tomado la decisión de vestirla para celebrar entre lágrimas su viejo aniversario. Ahora estaría celebrado veinte años de matrimonio si él viviera. Habían pasado seis años de su viudez y dos matrimonios más.
En secreto, cada 14 de julio, se metía al restaurante donde había cenado con él por última vez, llevando la falda de tela Batista. Ordenaba una col asada y pechuga de pollo rellena de queso. Lo que sobraba, lo llevaba a casa y allá, no hablaba sobre dónde había cenado, ni que lo había hecho sola. Decía que había tenido una reunión de trabajo.
En el restaurante lloraba un poco, aunque a veces, mucho más: a borbotones. Se daba tiempo y permiso para hacerlo. ¿La vida había sido injusta? No quería pensar en ello. Con su primer marido hubiese tenido la oportunidad de tener hijos, pero durante su segundo matrimonio, antes de pensar siquiera en un embarazo, le atacó un cáncer que la dejó estéril. ¿Qué se dice cuando todo se ha acabado? "Lo siento", quizás, porque ahora que habían transcurrido los años y las dificultades habían sido sorteadas, dando paso a una vida que se acercaba a la del privilegio, comprendía que su negativa a embarazarse en el primer matrimonio tal vez hubiera sido un error. ¿Realmente lo había sido? Seguramente no. Ella no había estado predestinada para ser madre.
"El tiempo siempre se ríe de todo". Estuvo de acuerdo con ello y volvió a afirmarlo cuando escuchó esa frase pronunciada por el cantante Raphael en la canción "Victoria", mientras sonaba en las bocinas del restaurante. Pensó que, al subir a su camioneta para regresar a casa, buscaría la canción en su teléfono celular para tocarla en el auto.
Le hacía gracia que luego de su segundo matrimonio, en los momentos finales de crisis que la llevaron al divorcio, tuvo que ir a terapia de pareja. Comprendió inmediatamente que iba a aquella psicoterapia, con la pareja de ese momento, para resolver problemas que había tenido con su primer marido y que no había podido resolver con aquél. "El tiempo se ríe de todo".
Nunca había sido una mujer interesada en el dinero, pero ahora era rica. Contaba con activos financieros distribuidos en bancos de Europa: treinta millones de euros que eran muchísimo dinero cuando se trasladaban a pesos mexicanos. La vida en aquel continente era cara... pero quizás, ya era tiempo de visitar algunos sitios especiales a los que no había podido viajar en su vida: Roma, Paris, Londres. Las ciudades que había soñado conocer con su primer marido, pero que se habían quedado solo en eso: un sueño.
"Antes de ti no hay antes", había tenido que cantarle a cada uno de sus sucesivos esposos, como Mijares cantaba en su canción "Bella".
"Tal vez nos veamos en el cielo", dijo en voz baja, mientras esperaba a que le trajeran la cuenta en el restaurante. Cuando llegó el papelillo desglosando el total, obtuvo su tarjeta de crédito y pagó la cuenta cerrada; le avisó al camarero que dejaría la propina en efectivo. Sacó un par de billetes y los colocó sobre la mesa. "Es tiempo de partir", dijo como si le hablara a alguien. Caminó por el pasillo hacia la puerta, sin querer voltear a ver las paredes, que siempre estaban decoradas como aquel último día de aniversario. "No se murió el amor", comenzó a escuchar en las bocinas del restaurante.
Subió a la camioneta y condujo despacio. Se acercó a la pluma del estacionamiento e ingresó el boleto que accionó el mecanismo que la levantó. Llegó al primer semáforo en rojo, se preguntó si alguna vez podría volver a usar su falda azul de tela Batista sin llorar, ya no como siempre lloraba cuando la vestía. ¿Era la falda? ¿O más bien la fecha, el recuerdo, los sueños interrumpidos? Remembranzas de las que no podía hablar con nadie. ¿Era momento de buscar a un terapeuta?
Tal vez sí.
Imaginó el olor a canela y pensó en prepararse un té al llegar a casa. Apagó el estéreo del auto. Suspiró. Condujo a sesenta kilómetros por hora hasta que arribó. Ahí estaba su tercer marido, esperándola en la mesa de la cocina. "¿Cómo te fue?", preguntó él. "Bien, gracias", respondió ella, escondiendo el rostro para no revelar las lágrimas que estaban a punto de rodar sobre sus mejillas...
Colegas, me manda decir Así y Asá: "Con enjundia y magnificencia, organizados, que cada chingazo que el panzón haya tirado, se lo de él mismo. Y le preparan una golpiza matona extra".
El tiempo no es eterno...
Olga de León G.
¿Qué vestigios de algún valor y provecho para las generaciones venideras, o las que ahora todavía son muy jóvenes, dejaremos en el camino los hombres y mujeres nacidos a mediados del siglo pasado y que seguimos respirando y pensando aún, en este primer cuarto del siglo XXI?, me pregunto. Y ante esta interrogante me encontraba cuando coincidió en mi correo, la prosa poética que me enviara el mayor de los varones de mis hermanos, desde Canadá.
Me cuenta que lo inspiró el amor, ya que en diciembre, de seguir con vida él y su esposa, festejarán el cincuenta aniversario de su matrimonio. Carlos y yo cumpliríamos cincuenta y tres: sí, la vida es un soplo, aunque la frase suene a "cliché".
Empiezo con el poema en prosa de mi hermano: sé que algunos lo disfrutarán, al igual que yo (pues existen en este mundo, ingenieros que saben decir bellamente lo que sienten y piensan).
Susurro: De Almas Gemelas.
Jesús de León González
¿Qué fuerza insondable guía este universo inmenso, donde las estrellas nacen, brillan y mueren, donde los océanos surgen y se evaporan en silencio, donde las montañas se erosionan hasta desvanecerse, y, a pesar de este perpetuo cataclismo cósmico, nuestras almas lograron encontrarse?
Tiempos incontables han entrelazado sus hilos, paisajes enteros borrados por los pinceles del tiempo. Frágiles somos, apenas un parpadeo fugaz en el lienzo eterno del cosmos infinito. Tú, una chispa que ilumina la penumbra; yo, un susurro perdido llevado por el viento.
Tantas eras transcurridas, tanto espacio que se ha creado, tantas vidas nacidas y desvanecidas, y, sin embargo, en la vastedad insondable del cosmos, nuestros caminos convergieron en el instante perfecto. Ese día reconocí mi reflejo en tus profundos ojos cafés. ¡Qué breves son nuestras vidas, sin duda, ante la eternidad que nos rodea!
¿Cómo no venerar esta maravilla frágil y efímera? Un instante compartido en la inmensidad del tiempo. Es un enigma que trasciende toda razón: el milagro de amarte, aquí y ahora, en esta diminuta franja de espacio, tiempo y luz, como si el universo entero conspirara desde siempre para hacernos coincidir.
Y cuando seamos polvo en los ecos del tiempo, cuando todo regrese al silencio primordial, quedará la huella de nuestro encuentro, pues nuestra historia continuará. Hijos y nietos, como un faro eterno, guardarán la luz de nuestro encuentro y crearán nuevas historias, tejiendo con sus vidas un vestigio brillante, un fulgor inmortal que atraviese generaciones y perdure por siempre en el tiempo (JLG).
Continúa: "El tiempo no es eterno..."
Olga de León G.
A pesar de que el tiempo que he vivido es bastante para la cuenta de un humano, y de que quizás me queda por vivir, a lo sumo la quinta parte de un siglo - ¡y eso, con mucha suerte y salud! -aún así, siento que mi vida apenas si comienza. Por lo tanto y lo dicho al inicio: me queda poco tiempo. Debo vivirlo intensamente y con la inteligencia, los sentimientos y emociones necesarios para disfrutarlo lo más humanamente posible... Sin prisa, sin correr; a mi paso de esta edad en la que ya me encuentro: la que es un mérito disfrutar: con relativa salud y mucho entusiasmo.
Tengo al tiempo por el peor de los tiranos que en esta vida he conocido, y no obstante no me enfada ni su carácter efímero ni su terquedad en recordarme que no me olvide de él. Pienso que nacemos del amor -al menos, una gran parte de los humanos- y vivimos en su busca, como compañía para recorrer el mundo. El amor en todas sus formas, siendo amor, vale la pena vivirlo. Cuando nuestros seres queridos parten de nuestro lado para ir al otro mundo, ese en el que solo habitan las almas y los espíritus, sabemos que tenemos guardianes que cuidan de nosotros sin pedir nada a cambio, a lo sumo un pensamiento sincero, un recuerdo amable en la memoria, y un suspiro en las noches de insomnio o los días lluviosos que nos traen recuerdos inolvidables con ellos aquí, a nuestro lado, aunque ya nadie los vea, solo nuestros ojos amorosos para los que el tiempo no cuenta.
Cierro este texto, con algo que se parece a la poesía, sea yo, o no lo sea, poeta. Aclaración hecha, pues es un gran atrevimiento autonombrarse tal.
Cierro mis ojos
Olga de León G.
Cierro los ojos cuando pienso en ti.
Los cierro cuando despierta te sueño
y cuando no te veo en el espejo;
pero sé, que tú me estás viendo.
Los cierro ante el infortunio sufrido.
Los abro a la gloria de mirarte,
aunque sea solo mi fantasía.
Y tu tenaz empeño por decirme
-con musical sordina-: "Aún te quiero..."
Como quien escuchó mi llanto,
una noche vestida de silencio.
Cierro y abro mis ojos pensando,
una y otra vez, en nada más que tú.
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