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La dinamita estalló

La dinamita estalló


Publicación:28-04-2024
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La caída libre en el vacío de una pluma y una bala de cañón: la carrera limpia hasta la meta

De justicia humana

Carlos A. Ponzio de León

Comenzó a sonar una canción de música salsa. Sobre la pista de baile había una pareja solitaria: un viejo en los sesenta, ebrio y sombrerudo, abrazando a una prostituta en minifalda, top blanco de tirantes, muslos anchos y morenos, que se movía sobre tacones altos y rojos. Una joven se acercó a sentarse a nuestra mesa. Parecía cualquier cosa, excepto una prostituta. Nos dijo que no lo era; probablemente decía la verdad. Yo me encontraba acompañado por un viejo amigo: uno de esos que se conservan a los veintiséis años, de los tiempos universitarios, de cuando en grupo nos desvelábamos en los cafés de París, platicando toda la noche para terminar desayunando quiche en algún hotel barato, a las siete de la mañana.

Esta vez, no amanecimos en algún restaurante del centro de la ciudad, sino que yo, aún de madrugada, haría esperar al amigo en la mesa del tugurio mientras realizaba una parada gratuita de media hora en un cuartucho del segundo piso, con un amor de medianoche encima de mis piernas, montando la llanura del despojo y de la gloria, enloquecida bravura de pechos llenos y labios de vampiro que morderían mi cuello: dejándome una marca, provocando posteriormente notorio búmeran en la cavidad toráxica, la noche siguiente: noche buena del último año del milenio.

Mi amigo y yo concluimos el paseo de juerga horas más tarde, desayunando a las nueve de la mañana en Le Restaurant Du Palais Royale, cerca de un parque, sobre Galerie de Valois, muy cerca del Museo del Louvre. Deliciosos huevos pasados por agua, pan de grano, jugo de naranja y al final: café. Luego, mi amigo me llevó a casa de mis padres.

Dormí unas horas y por la tarde me levanté para bañarme y estar listo: había conocido a una chica en Londres, por ICQ, (una vieja aplicación de mensajería). "Cúcu": se escuchaba el sonidito cuando llegaba un mensaje y su logo de una flor comenzaba a parpadear. Chateamos y nos tomamos un café al día siguiente. Hicimos el amor una vez y ambos regresamos enamorados a nuestra ciudad natal. ¡Coincidencia, Paris!

Así es que ella vendría a pasar la Noche Buena a casa de mis padres. Los conocería, junto con los tíos que estaban invitados a la fiesta. Cuando escuché su auto estacionarse, salí a recibirla. No sé en qué estaba pensando; como si mis infidelidades no me hubieran costado ya, para entonces, varias separaciones. Me bajé el cuello de tortuga de mi suéter y le enseñé el chupetón de la noche anterior. Fue grande e inmediato el shock para ella. Poco a poco arribó la decepción. Dijo que no se quedaría; entraría a la casa a saludar unos momentos y se iría. Tenía invitación para ir a cenar a una fiesta, con su exnovio. En fin; yo traía un chip en la cabeza para jamás mentir. Encima de la ley humana se puede estar; pero por encima de la Ley de Dios, ni mis quasi-redondos. Conozco el precio que debe pagarse para estarlo: quien sepa de una ganga, aquí estoy, soy todo oídos. Solo estemos seguros de que estamos hablando de que el contrato se firma con La Divinidad. Es de tontos, o necios, creer que uno tiene derecho a más de lo que ya se ha recibido.

No tuve el valor para explicar a mis padres la razón por la cual mi chica había decidido no quedarse a cenar. Le insistieron; pero ella se excusó. Transcurrió la noche y siguieron llegando tíos a la casa. Tengo bien grabada en la memoria: la fotografía en blanco y negro que una prima me tomó sentado en un sillón. En mi rostro se veía la tristeza de un niño que abre un regalo sorpresa de su padre y al desenvolverlo, se encuentra con una víbora. Al menos estaba pagando la factura inmediatamente (¡cosa extraña!). Había sido infiel, pero no le había añadido más costo a la pérdida, ya bastante dolorosa.

Ni siquiera pensaba en que contaba con dos semanas más en Paris para visitar amigos, recorrer museos... lugares para la tempestad. En Londres me esperaba la ciudad, un departamento de soltero en la Escuela de Economía, una tienda de vinos a la vuelta del edificio, bares por toda la ciudad y un mundo enorme por descubrir de novedades sobre la vida. Pero en nada de ello pensaba. Solo sentía el dolor del golpe infligido.

A la mañana siguiente, tenía mensaje de ella.

Proponía darnos otra oportunidad, para empezar desde cero. Mi emoción fue tan grande como la de la tortuga que logra arrebatar el triunfo a la liebre. La caída libre en el vacío de una pluma y una bala de cañón: la carrera limpia hasta la meta.

Entre la discreción y la salud mental

Olga de León G.

Pienso que la educación recibida en casa desde la cuna: besos, abrazos, caricias y muestras de afecto y cariño hasta la formación escolar y académica, tanto como la herencia genética y otros asuntos relacionados con nuestro origen, determinan en gran medida el carácter y la conducta que desarrollaremos con la edad, ante el contacto con las adversidades tanto como con los hechos más favorables y gratos a nuestra psique y personalidad, desde los diferentes entornos en los que vivimos.

La seguridad que nos da sabernos hijos bien amados y protegidos por nuestros padres hace las veces de una capa mágica que impide, o permite -en caso de no tenerla- que no sintamos envidias, no deseemos lo que no tenemos y estemos satisfechos con lo que somos y poseemos. Así lo creo, lo siento y lo pienso.

Soy el producto de una mezcla de amor, educación escolar (bien dirigida y encausada) y algo de inteligencia personal para saber discriminar el bien del mal, lo recto de lo incorrecto y las buenas influencias de las que no lo son tanto, o de plano son malas. Aquí juega un papel primordial la objetividad, la verdad, y la negación absoluta ante lo que puede lastimarme no solo a mí sino a cualquier otro ser humano. No soy el centro del universo ni la verdad me asiste en todo.

Como padre o madre, debo tener bien definido y claro que no puedo darme el lujo de simular o disimular ni verdades ni mentiras, ni emociones que puedan manipular los sentimientos de mis hijos ni de mi pareja; ni de los parientes o amigos. Bueno, ese es mi modesto sentir y pensamiento. Prefiero enfrentar un reclamo injusto que cometer injusticia en cualquier caso o asunto que me involucre.

Pero, no quisiera salirme del motivo inicial de esta reflexión, ¿qué nos lleva a actuar de una u otra forma en la vida? Y, un planteamiento que dejé implícito: ¿por qué hijos de mismos padres, suelen ser y actuar tan diferente? Por qué razón o razones, uno o más miembros de la familia, durante toda su vida, desde muy pequeños, tienen la idea fija de que a ellos no los quieren ni tratan igual que a su hermano o hermanos mayores; que ellos no fueron los favoritos, que siempre estuvieron en segundo plano, que todo lo mejor fue para fulano(a) o zutano(a)... Y ese pensamiento y sentimiento insano lo estuvieron alimentando por años, hasta que ya adultos se vuelve un búmeran que los golpea en donde más duele, corazón o cabeza; o ambos, si la terquedad es mayúscula.   

En una familia de seis hijos, por lo general esos fenómenos se presentan entre los dos del centro. Tanto los dos mayores, como los dos menores, suelen ser más seguros de sí mismos y, por lo mismo, nunca los atacan los celos ni las envidias respecto de sus otros hermanos.

Pero, ¿qué sucede con las familias que solo tuvieron dos hijos, una fémina y otro varón? El recelo puede ser mayúsculo y eterno; tristemente para los padres, quienes los aman por igual, pero uno y otro reaccionan diferentes: es una piedra en el zapato que no logran quitársela, por más que se esfuercen en hacerlo.

Y, me rindo ante cualquier intento más de los que cientos de padres han hecho. No hay peor errancia, que la que quien la comete todos los días, no quiere verla. Ya son mayores, suelen decir los padres desesperados, si ellos no ven la verdad de las cosas con la objetividad del caso, ni modo; tarde o temprano, la vida se las restregará en su cara... Y, quizá ya sea demasiado tarde, para enmendar errores: Los padres podrán haber muerto, ¡sin ser bien correspondidos!

Doy gracias a la vida, a mis hijos maravillosos, a mis padres adorables, a mis queridos hermanos y a mi pareja (siempre objetiva y fiel a la verdad, como buen abogado) de contribuir en este renglón del comportamiento y las ideas, con lo mejor de sí mismos, cada uno. No sé si Dios y la Naturaleza, y alguno más también, sean actores determinantes en estos asuntos de la vida diaria, de los que hoy me quise ocupar un poco a partir de mis modestos conocimientos y pequeñas experiencias. Algunos dirán que solo Dios habló en silencio por ellos y por mí: ¡vale! No lo negaré.

Para concluir, mi no cuento de hoy, va un poco de prosa en verso en un microcuento y, quizás también: ¡no cuento sino poema!

"Con Dios en mi corazón y pensamiento"

Déjame creer en mis sueños

Déjame soñar despierto

Déjame que me ría un poco

En estos tiempos aciagos,

que la vida me regala

para que no viva en vano

ni me crea las mentiras

de ayer, mañana o pasado:

solo las de hoy, porque si no:

me muero de saberme una

y la misma, repetida

mil veces... al infinito.

Con Dios en mí, y yo en Él.

Un cuento no siempre es cuento.

A veces es una mentira:

¡Simulacro de verdad!

 



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