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El terror y la angustia
Publicación:11-08-2024
TEMA: #Agora
El amor es para mí la señal de vida sobre vida que nunca engaña, si acaso se confunde y palpita en corazones ingenuos o adolescentes
El ocaso de un amor
Olga de León G.
...como no hay otro igual; como ninguno pudo haber sobre la faz de la tierra. Todos, los que aman o han amado con pasión intensa, dirán lo mismo: "El nuestro es único, nadie lo siente como nosotros".
Y, tú me preguntas ahora: qué es el amor para ti. Y puedo responderte tantas cosas... En cambio, solo te digo: el amor no me define, yo lo defino a él, en tanto que es mi manera de amar:
En principio, jamás me he cuestionado, ¿por qué amo?, simplemente sucedió y no supe ni cómo ni cuándo sucedió. No amo por capricho, tampoco por necesidad... Amo sin condición ni medida; en todo caso, el otro impone qué tanto amor está dispuesto a recibir, por que el amor se regresa, nunca es amor lo que se da y no vuelve.
Para amar no necesito una razón, que el amor no se mentaliza, no en primera instancia, solo se siente, se palpa, se sufre o se disfruta y nos transporta a mundos mejores que este en el que estamos. El que ama flota, vuela, se pasea por lo alto, se tropieza con las nubes y, a veces llora con la lluvia o sonríe con las estrellas.
El sol es un cálido aliado del amor y los amantes, pero la luna es su mejor amigo, cómplice y confesor discreto, que no divulga lo que no debe conocerse. Las luciérnagas son lámparas de lujo para los amantes amorosos que caminan por senderos conocidos o ignotos, son como bombillas eternamente incandescentes y, sin embargo, funcionan en automático, sin motivo alguno se encienden o se apagan: se aparecen y se esconden cuando la noche es negra y obscura como las fauces del rencor de un amor que no supo amar de igual forma como a él lo amaron.
El amor es para mí la señal de vida sobre vida que nunca engaña, si acaso se confunde y palpita en corazones ingenuos o adolescentes, hasta que la luz del día de ponto lo apaga y nunca más se vuelve a encender: porque no era amor solo un espejismo que se miró en el río equivocado y esas aguas jamás han de volver a mojarlo de nuevo. Puede suceder, puede ser que el lanchero perdiera la brújula y no supiera qué hacer.
Amar es para mí, como recitar un poema al viento, sea pensando en el ser amado o solo declamándolo porque es bello, es sonoro, un embeleso en invierno o primavera... Qué importa si la poesía es el único arte a la altura de los ángeles y querubines, porque lleva en la letra su propia música: melancólica, nostálgica, alegre y festiva como una flauta dulce, o tétrica y gris como la muerte que la anuncia eterna y viva... aún en el sepulcro.
Mi amor es una coraza contra el miedo, me da fuerza y fortaleza, me hace lucir bella y joven ante los ojos de mi amado; aunque los años se me vinieron encima y la belleza me dejó ha mucho: en un rincón olvidada, en esa esquina a la que todos se niegan a acercarse, por temor a desaparecer un día entre sus intersecciones. Y reducirse a una arista apretada, como el final de una línea que se quiebra o se pierde.
Amar es la razón sublime de mi ser en esta tierra, en esta casa que cual castillo de arena o cristal, un día desaparecerá... Y, a pesar de los pesares, mi amor se quedará, en el recuerdo que sembré en mis hijos, en la memoria de los hombres que nunca se atrevieron a decirme: te quiero, por que temían el rechazo de una mujer que solo amó a un hombre y, en él, a todos aquellos ideales o sueños que nunca realicé por devoción y fidelidad a mi misma... Que, a final de cuentas, a quien más amé fue a la mujer que escribe poemas, historias, cuentos y fantasías sobre mil cosas y ninguna.
Amar es un acto físico, mental, moral y espiritual de entrega total y sin condición a un ser amado, o a la humanidad: receptáculo de nuestro amor, que no siempre resulta ser ni el ideal ni el mejor...
Mas el amor lo transforma en lo que la amada o el amado desea y ama: su ideal de hombre o mujer intangible e irreal: un ser onírico y poético que va camino del ocaso y, sin embargo, sabe que muere porque va dejando de moverse, como quien se resiste a morir.
La historia que te define
Carlos A. Ponzio de León
¿Me pides una historia que me defina? ¡Déjame contarte de Delaira! Ella era una bomba de alegría. Y para un espíritu melancólico como el mío, también era el motor que me convertía en un ser vivo actuante. Era mi dosis de vitaminas, la sonrisa calurosa en el invierno, el abrazo refrescante en el verano. Era un chupito de cóctel B-52: azúcar y alcohol que le permiten a uno olvidar las penas, caminar sin miedo por la vida, envalentonarse y tomar decisiones importantes y cruciales para nuestro crecimiento profesional y personal. La compañía perfecta que sana las resquebrajaduras del corazón. La seguridad de no estar solo, la certeza de que, por cualquier sendero que se vaya, irá uno acompañado. Una bomba de colores que explota en el cielo y desciende a tierra firme en forma de enormes semillas de confeti que siembran árboles coloridos para darnos sombra cuando se requiere; oxígeno limpio, una maraña de cables eléctricos y parlantes que nos alegran la vida.
Su voz era rumor de río, un megáfono que llegaba hasta el último rincón de la casa, que hurgaba en las ratoneras y ponía a bailar a los ratones. Frente al micrófono, la explosión era una atómica reacción que deslumbraba con canciones de despecho, con alegría amorosa, con saciedad de pájaros redoblantes entre las alas de los árboles. Vividora de ficciones de una vida deseosa de llevarse los aplausos de la noche. Capaz de confundir una letra de canción con poesía. Y era más que eso, porque cuando cantaba, también saltaba de un lado a otro, concentrada en hacer llegar su intensa energía de amorosa pasión a su pareja. La guerrera que tras el escudo de metal y sosteniendo una espada de plata en la otra mano, defendería su territorio: su amado caballero andante que confundía sombras con monstruos mitológicos.
Su cuerpo era el campo de batalla donde me batía a muerte. El espejo de la misericordia, el tenebroso atardecer de luna entre las piernas. Pétalo enterregado por la nieve. Preciosura de la sombra. Vapuleo poético mirando al futuro. No un castillo en el aire, ni en la arena, sino una enorme casa en la pradera. Mansión que termina en desfiladero, junto a muelles donde no hay barco que sea capaz de atracar, excepto el que lleva el nombre del amado. Los años convertidos en costumbres rurales: las flores crecen, el sol se embriaga por la noche para amanecer contento, asomado en la ventana. La luna silva mientras gira de contenta. Las estrellas no se opacan, brillan orgullosas brindando por el lecho donde los esposos se vuelcan uno sobre el otro.
¿Quién era yo? La inteligencia vuelta una caricia, la música convertida en mi tacto acariciando sobre su piel, el sonido que estremece la columna vertebral. El ansia de la posesión, el estruendo de poder que se arrebata a Dios por un segundo. El sueño largo de la mañana.
El ataque ante la mínima afrenta, sin vergüenza: no había un minuto que no pensara en ella. La mente bastarda capaz de degollar al enemigo, de arrancar los ojos de quien la mirara, capaz de cortar la lengua de quien intentara cortejarla. Estaba dispuesto a derribar un muro para salvarla de las bestias mitológicas. Mi amor mejor estudiado, dos millares de fotografías de su persona. Cada gesto, cada mirada, cada parpadear lo conocía como era: divino como la colisión entre galaxias. Principio y fin del universo. Mi amor total. La poeta que dormía entre mis brazos.
Éramos el manantial del paraíso, la deslumbrante noche roja, el cielo iluminado a las dos de la mañana, el batir de tambores al amarnos. La misericordia celestial sanando tiempos de vida pasada, llenos de sufrimientos. La promesa cumplida. El agradecimiento demostrado: con un candado cerrado ante la Iglesia. La justicia más que eterna. El amor nacido atravesando las puertas de San Pedro: copulación de hechizos. La bravura de dos imanes. La vacilación del cuerpo tembloroso, el ramo y la gloria conquistada. La tumba llena de fiesta. La boda mitológica. Los tacos que consume la realeza en un puesto de la calle a medianoche. Veneración sagrada. Agradecimiento infinito.
¿Y entonces? El llamado... el maldito llamado, el puto llamado a abandonarlo todo. También a ella. No un desliz, sino el fuego de trompeta. El rey tocando acordes, la noche consumiendo partituras, la alcoba con una puta, llamada música, que se me niega cuando quiere. La maldición del destino. La prueba de obediencia. La maldita primera prueba de obediencia. "No hay nada que tu Dios te quiete que no te devuelva y recompense de otras formas". Han pasado trece años y aún estás en deuda, Señor.
He ahí la historia que deseabas escuchar. Así y asá: ha sido dicho.
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