Banner Edicion Impresa

Cultural Más Cultural


El desperdicio humano

El desperdicio humano


Publicación:22-12-2024
++--

A los viejecitos, un tanto adelantados en la vejez, los despertó de su letargo en la penumbra, los golpecitos repetidos sobre la puerta principal

 

Noches antes de Navidad

Olga de León G.

La casa estaba totalmente en silencio y la penumbra reinaba en ella. Una pareja de ancianos, solos, la habitaba, desde hacía poco más de dos años. Eran unos ancianitos que no se veían como tales, sino hasta justamente hacía tres años. Tenían poco más de setenta y cinco. Una única nieta hermosa que vivía con sus papás, lo suficientemente lejos para no poderse ver todos los días, ni siquiera a través de la línea de la modernidad tecnológica. Y, un hijo, recién vuelto a su ciudad natal con el fin de acompañarlos, que habíase convertido en la salvación de sus esperanzas, alegría y felicidad para la ya próxima Nochebuena.

Esa noche, sin embargo, estaban ellos dos solos, pues el hijo había asistido a la reunión de fin de año de su trabajo; a la que no debía faltar, ya que era parte del cuidado de su trabajo, el que no podía darse el lujo de perder... Sus ancianos padres necesitaban de su apoyo en todos los sentidos y el económico no era la excepción.

La penumbra les gustaba a ellos, podían sonreír y reír, sin temor a que las arrugas sobresalieran en sus rostros y les recordaran la edad. Aquella noche: alguien tocó a la puerta principal. Eran más de las diez de la noche y no podía ser ninguno de sus hijos, pues ambos tenían llave de la casa. La mujer dudó si preguntar quién era, pues pensó que lo mejor sería guardar silencio y esperar a que quien fuera que hubiese tocado, se retirara ante la falta de respuesta.

Repentinamente, dentro y fuera de la casa se encendieron todas las luces y un fenómeno singular e inexplicable sucedió: en menos de sesenta segundos aparecieron adornos navideños colgando donde antes los colocaban, y sobre las mesitas, figuras navideñas y Nochebuenas naturales como a ella le gustaba tener, en barandales y diversos espacios. ¡Ah!, y en la esquina de la sala de doble altura, donde por años habían puesto su árbol navideño, un enorme pino natural empezó a vestirse de colores, rojo, dorado y plateado, y a lucir iluminado de la punta al piso, con foquitos de prende y apaga... Y, ¡con música navideña! 

La pareja de esposos empezó a girar sus cuerpos, hasta donde podían y cruzar miradas de sorpresa, viendo lo que estaba sucediendo. No hablaban, no podían, estaban estupefactos: pareciera que fuera la Nochebuena de hacía por lo menos veinte años atrás.

Al fin detuvieron sus miradas una frente a la del otro, su sorpresa fue mayúscula: sí, allí estaban, pero mucho menos viejos. Qué digo, se veían de mediana edad, como cuando sus hijos eran jóvenes de menos de veinte años. "¿Qué ha sucedido?", exclamaron al unísono.

"La Navidad este año es un regalo divino, no puede tratarse de otra cosa". Desde hacía ya por lo menos siete años, que en esa casa no había más luz y adornos decembrinos, que un mediano nacimiento colocado en una esquina, donde en otros tiempos colocaban el enorme pino natural y al pie de el mismo, el Nacimiento... A ella le fascinaba el olor a pino por esa época y la música ad hoc.

También le encantaba esconder los regalos, para que nadie los descubriera mientras cenaban, sino hasta el día siguiente, la mañana del veinticinco, en plena Navidad.

Quizás aturdidos por la gran sorpresa, e invadidos del regocijo olvidado por años, los viejitos se fueron quedando dormidos, cada uno en su propio sillón de descanso, con el televisor encendido, pero sin sonido. La luz que del aparato emanaba, era la única en toda la casa.

Una vocecita empezó a hablarles y referirles qué pasaba: hijos, parejas y nietecitos de puntitas recorrían los espacios dejando todo en su lugar y solo los adornos y luces lucían como hacía más de veinte años: los ancianitos tenían una plácida sonrisa dibujada en sus rostros, los grises y blancos cabellos seguían allí; pero, casi no tenían arrugas y cuando volvieron a abrir sus ojos, estaban iluminados por el amor y el cariño de siempre entre ellos y para con los suyos y cualquiera que fuera un amigo verdadero.

"La cena está lista, acérquense a la mesa". Hijos, parejas y alguien más, se habían encargado de vestir la mesa, colocar platos, cubiertos y servilletas, y llevar las viandas al comedor, colocando el pavo ahumado, el picadillo que se serviría como relleno y la pasta y ensalada de zanahoria con piña, nuez y pasitas blancas, al centro: los reyes de la cena eran ellos, los platillos que degustarían, como lo hacían año con año en Nochebuena.

A los viejecitos, un tanto adelantados en la vejez, los despertó de su letargo en la penumbra, los golpecitos repetidos sobre la puerta principal, ahora acompañados de una voz, que desde afuera dijo: "Olvidé la llave de la casa, mamita".

Cruel rompimiento

Carlos A. Ponzio de León

Querida Brenda: Escribo porque no voy a poder ir a comer contigo el sábado. Debo ser franco. Dejo nuestro noviazgo. De otra manera voy a terminar engañándote. Yo he estado casado dos veces y he llevado una vida sexual activa durante los últimos veinte años y esa parte del amor es necesaria para mí. Me gustas, pero esto es lo mejor para ambos. Siento mucho las consecuencias que esto pudiera tener y lo contradictorio que pudiera resultar, dadas tus expectativas religiosas. -Roberto.

Querido Roberto: Quiero que sepas que me gustas y me atraes mucho. Entiendo que para ti no ha sido fácil el que yo no pudiera satisfacer tus necesidades y quiero que sepas que de ninguna manera es un rechazo hacia ti. Me hubiera gustado atreverme a más en nuestra relación y corresponderte mejor; sin embargo, es un tema que no me es fácil, dadas nuestras distintas formas de pensar y tomando en cuenta que es algo sobre lo que, como bien mencionaste tú, ya tienes muchos años de experiencia. Para mí es totalmente nuevo. Lo poquito que se dio, nunca lo había experimentado. 

Para mí, es un asunto de congruencia con mis valores religiosos, que como católica que soy, la intimidad sexual es algo que solo puede darse dentro del matrimonio, no antes ni fuera de él. Otro impedimento desde el punto de vista es el tema de la existencia previa de un matrimonio eclesiástico, como me dijiste que tuviste con Patricia. Había querido preguntarte: si solo tenías el divorcio por el civil o, además, la iglesia había considerado nulo tu matrimonio eclesiástico. Sé que, aunque para ti sea igual, para mí no lo era, pues de no haber sido considerado nulo tu matrimonio con ella, desde el catolicismo no me estaría permitido continuar adelante, pues estaría faltando al vínculo matrimonial sagrado ante Dios, entre Patricia y tú. Sé que debí mencionarte esto antes de haber continuado adelante, pues tú siempre fuiste honesto conmigo y me lo dijiste casi desde el principio y te pido que me disculpes por no haber sabido expresarte esta preocupación que tenía, no quise invadir tu privacidad ni hacerte hablar de algo que te duele. También quise tener la oportunidad de conocerte, de saber si nuestra relación era posible, sin que transgrediera mi religión. No quiero incomodarte mencionando esto, pero varias veces pasó por mi mente cierta culpabilidad al preguntarme cómo se sentirá Patricia y cómo me sentiría si estuviera en su lugar.

Fuiste el primer novio que tuve y todo fue una experiencia completamente nueva para mí. Hay muchas cosas a lo largo de mi vida, que no alcanzo a contarte en una carta como esta, y que solo después de la convivencia a lo largo del tiempo hubiera sido posible que las supieras. Circunstancias que fueron muy difíciles y que me llevaron a llegar a esta edad sin haber tenido pareja. Sé que esperarías mucho más de lo que ahora puedo dar en este aspecto, y lo entiendo.

No es que espere ningún príncipe azul, como te dije, solo espero un ser humano como tú y yo, con virtudes y limitaciones, con logros y frustraciones, y que sepa convivir y amar. Respeto tu decisión y entiendo tus razones. Quiero que sepas que en este poquito tiempo me encariñé contigo y te quiero agradecer por los lindos momentos de convivencia a tu lado, me gusta tu compañía, tu plática, tu cultura y tus momentos de ternura. Me encantó cuando fuimos a la exposición de Remedios Varo, me encantó bailar contigo, tu carne asada... Lo que más admiro de ti, hasta donde pude conocerte, es tu valor para estar componiendo, buscando la forma de hacer lo que quieres. Que hayas decidido que, si la economía no te llena, nunca es tarde para decidir el camino que quieres tomar. Y se necesita mucho valor para asumir las consecuencias de esta decisión, y admiro que tú has tenido ese valor y creo y te deseo que logres llegar a donde quieres.

Admiro y te agradezco también que siempre me hablaste con honestidad. Cualquiera que sea tu camino, deseo de corazón que te lleve a la verdadera felicidad. Quiero ser tu amiga. Valoro tu amistad y si a ti te parece bien, estoy de acuerdo; me gustaría compartir aquellas cosas que podamos. En lo personal, como ya te dije, me gustaría conocerte más profundamente, si me lo permites y quieres abrirte. Las verdaderas amistades y las relaciones sólidas, sólo se dan así. Si en alguna ocasión quieres ir a un concierto, exposición, invitarme a tu taller o alguna de tus exposiciones, hacer otra carne asada, ir o venir a comer, contarme cómo te va, me parece bien. Tú me dices, cuando quieras. -Brenda.

 

 



« El Porvenir »