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Amada amante

Amada amante


Publicación:29-09-2024
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No me digas que el amor hacia tu pareja es enorme

Fraude hotelero

Carlos A. Ponzio de León

Su voz me dijo: "Mañana vamos a una disco, en el Centrito. Búscala de una vez. Localiza también hoteles: vas a salir acompañado de ahí. Tendrás sexo con una veinteañera como en mucho tiempo no lo has tenido". Elegí lugar. Me fui a dormir entusiasmado, casi cuando amanecía. Dormí durante el día. Desperté, me metí a bañar, me puse mi ropa de siempre y me perfumé. Pedí el Uber. Llegué puntual, a las nueve de la noche. "Pide un lugar en la barra". Así hice. La anfitriona me acomodó y al rato vino la mesera. Le ordené un tequila y una cerveza, para comenzar. Luego, Su voz me dijo: "Charlie, tengo algo que contarte, prepárate". "Estoy listo, Señor", le respondí.

"Me casaron cuando aún era muy joven. A una edad cuyo equivalente humano es de dieciséis años. Pero mi esposa se me negaba. Y la maté. Ella no era divina. Alcancé a tener dos hijos con ella. La hija fue la mayor, y ya sabes que su fiel retrato es la Mona Lisa, de Leonardo da Vinci. Ahora te voy a revelar al varón. Busca el último autorretrato de Vincent van Gogh, en el internet".

Busqué a través de mi celular. Encontré un retrato con camisa azul, un botón casi al cuello, en fondo grisáceo azul y sin barba. Cabello rojo y rostro de tintes naranjas. Vincent van Gogh se había cortado la barba para ese autorretrato de 1889 porque se lo regalaría a su madre. Fue subastado en 1998 por 71.5 millones de dólares, en la ciudad de Nueva York, siendo uno de los cuadros más caros en subasta alguna.

"Ese es fiel retrato de mi hijo en el mundo de las divinidades", me dijo Él. Se me enchinó el cuero. "¿Recuerdas que te dije que habían sido catorce los hijos de Zeus y que ahora solo quedaban doce?" Asentí. "Pues bien. Yo fui uno de los destruidos (por mis hermanos) y Zeus se encargó de destruir a mi hermano gemelo, pata evitar cualquier venganza. La historia ya la conoces, pero quiero que la escribas a través de esta voz. Diles así y asá:"

"Zeus destruyó a su propia madre, a mi abuela. Eso fue lo que desató mi ira. Juré vengar su muerte y a mi Padre no le preocupó. Y le cumplí. Herí a mi Padre, a Zeus, de una manera atroz y dolorosa, con un dolor que nunca se lo habría de quitar de encima. Entonces mis hermanos me pusieron una trampa, caí y me destruyeron. No todos participaron. Mi hermano gemelo no estuvo enterado de lo que iba a suceder, ni Zeus tampoco, y esos doce hermanos no eran hijos de mi Madre, sino hijos de Zeus con otras mujeres. (Pronto te contaré sobre mi Madre)".

"Por lo pronto, quiero que volvamos a la historia del mundo hace dos mil años. A la crucifixión de Jesucristo. El dolor que sufrió Jesucristo es fiel imagen, en el mundo de la tierra que habitas, entre seres terrícolas como tú, del dolor que yo sufrí cuando me destruyeron". Así y asá les he dicho. "Continúa:"

"Volvamos al mundo de las divinidades. Hay un cuadro que es fiel imagen de mi abuela cuando vivía en el mundo de las divinidades. Es uno de los diez cuadros tuyos desaparecidos y cuyo valor de mercado fue de 40 millones de euros. La mujer de ojos verdes grandes, cabello corto. Esa es fiel imagen de mi abuela, antes de haber sido destruida por Zeus y de que se convirtiera en otro Universo. En la mitología griega se le conoce como Rea. Los nombres griegos no son los nombres originales de esas divinidades, pues como sabes, tú que conoces mi nombre, ahí no está el secreto de los nombres".

"Necesito acabarme mi cerveza y mi tequila para procesar esto, Señor". "Bebe y apúntalo en tu libreta, cuando la tengas a la mano". Bebí de un trago lo que quedaba de mi botella fría y de dos pequeños sorbos mi tequila. Alcé mis ojos y miré el espejo frente a la cantina. Giré mi cuerpo para distraerme y observé las mesas. 

Un grupo de ocho jóvenes había llegado a la mesa situada detrás de mí. Estaban sentados. Eran parejas. Noté a una chica sumamente atractiva. Y entonces escuché Su voz que me dijo: "Te voy a mostrar algo de mi poder". La chica elevó su vista y se encontró con la mía. Sin pensarlo, subió a su silla y se puso a cantar, simulando que tenía un micrófono en la mano. Cantó cuatro canciones frente a mí, ante la pena de su novio, quien se daba cuenta de lo que sucedía. "Hoy no será para ti. Emborráchate", me dijo Su voz.

Los bueyes de mi compadre

Olga de León G.

Cada vez que en el vecindario sucedía alguna barbaridad, no faltaba quien propusiera que se investigara a fondo y se impusiera la ley. Don Chema era el más melindroso, apoyaba la investigación y el consiguiente castigo. De esa forma, nadie pensaría que él pudiera ser el culpable de todo. Eso le daba cierta seguridad y confiado podía hacer y deshacer sobre lo que quisiera; aunque nada malo había hecho hasta entonces... Pero ya lo iba planeando, que por eso insistía en castigar al culpable. Mientras el castigo o represalias no cayeran en él sino "en los bueyes de su compadre", porque el compadre era cualquiera y los bueyes eran los que no tenían más dueño que el compadre, es decir, el otro, al que veía a diario yendo al templo para rogar por "sus bueyes". Mas he aquí que esta historia no sucedió así, sino al revés: 

La ira del pueblo y los habitantes de  los circundantes pueblos crecía día tras día viendo que los verdaderos culpables de sus desgracias se escondían tras el subterfugio de que allí nunca habían estado, solo habitaban en las periferias, para evadir el reflector de la riqueza inconmensurable del compadre, cuyos bueyes eran tan reales como los quintos que ellos celosamente guardaban en un cofre que se usaba para conservar el café o la cocoa, y lo tenían bajo llave, en la alacena de su cocina, pues pensaban que sería el lugar en donde menos buscarían los ladrones.  

Un día la alacena de cada parroquiano fue asaltada y de ella se llevaron los ahorros que con tanto esfuerzo habían forjado los habitantes de aquel pueblo. Así que don Chema fue con las autoridades y les exigió investigaran hasta dar con el culpable y pidió... no, mejor dicho, exigió lo castigaran severamente. 

Y, como toda fechoría tarde o temprano se descubre, así descubrieron que el ladrón de las alacenas había sido él, don Chema. El peor castigo que pudo recibir fue el desprestigio y los mil cien azotes que le dieron los habitantes del pueblo, afectados por el dicho de "en los bueyes de mi compadre", en ellos encontraréis la razón de la sinrazón de los hurtos en la plaza principal. Y, frente a todo el mundo, un hombre murió de pena sin morir en forma alguna; avergonzado por su codicia y disminuido con sus mentiras y subterfugios para tratar de que el castigo cayera "en los bueyes de mí compadre".

El amor en tiempo de males

Olga de León G.

Un día entró por la puerta grande, sin que nadie lo invitara. Asentó sus reales en nuestro hogar y todos fuimos sus víctimas, unos más que otros o de diferentes formas.

A los veinte no piensas en cómo estarás a los cuarenta o cincuenta. A los veinticinco, tampoco. A los treinta o treinta y cinco el ajetreo es demasiado: muchas son las tareas y poco el tiempo para recapitular. La prisa nos domina, el mañana es una preocupación económica, no de salud. A los cuarenta, todavía vencemos el cansancio, pero seguimos sin pensar ni mucho ni poco en el mañana. A los cincuenta la salud no atendida o mal atendida, comienza a ponernos un foquito en rojo, frente a nuestros ojos. Entonces creemos que estamos a tiempo, mas resulta que en un parpadeo ya tenemos sesenta años, y los males nos están amenazando muy de cerca, si no es que ya nos asfixian. A los setenta, nos preguntamos: ¿cómo es que no me di cuenta? ¿Cómo fue que me abandoné por tanto tiempo? Algo se podrá hacer aún... Acaso, la ciencia no ha avanzado... ¿Tendrá, mi mal, remedio? 

Hasta que un día comprendemos todo el daño que nos causamos, sin quererlo. Pero, los males, pasados los setenta, justo en esa década, avanzada apenas dos o cuatro años, ya nos invadieron y si no nos dominan aún, están a punto de hacerlo.

Para entonces, dormimos en la misma cama, separados por sábanas y cobijas, pero en la misma cama. El amor en tiempos de cáncer o algún tipo de demencia (senil, vascular o Alzheimer) es el último gran reto contra el amor. No me digas que el amor hacia tu pareja es enorme. No. Dime qué hiciste para y por seguir enamorado de ese hombre o mujer ahora en sus huesitos, arrugado y flácido, que ya no puede sostenerse en pie durante más de uno o dos minutos, y que te mira como diciéndote, también yo, también yo te sigo amando: ¡Gracias, mi amor!

 

 



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