Sabias Que Cultural
Con textiles y fábrica familiar, preservan tradición ayuujk
Publicación:28-02-2023
TEMA: #Oaxaca
En Santa María Tlahuitoltepec, Sierra Norte de Oaxaca.
TLAHUITOLTEPEC, Oax.- En la casa de Paula Pérez Vázquez parece que todo siempre está naciendo. Su taller
de textiles tradicionales Ayuuk Ja'ay está en la cima de un cerro, desde donde se ven otras casas apiladas entre las nubes, en Santa María Tlahuitoltepec, Sierra Norte de Oaxaca.
En la fábrica familiar, entre la sala de costura y el cuarto donde hacen los telares con pedales de máquinas de madera, hay un camino de escaleras rodeado de flores al que se asciende por una ladera empinada.
Al llegar a la habitación están Víctor y Edgardo, dos hombres bajos y morenos que mueven aparatos hechos de madera de oyamel con la fuerza desmedida de sus brazos y sus piernas. Entonces puedes sentir la vibración, la cimbra frenética del suelo y te quedas inmóvil como si máquinas de vapor antiguas chocaran sus aletas contra el mar, como si ellos estuvieran remando sobre las montañas.
Telas creadas del encino
En medio de la tierra roja que rodea el taller Artesanía Textil ArteFer, los hijos de Paula caminan y andan inquietos. Han aprendido desde niños a hacer los rebozos, a encontrar los significados del sol que llevan los telares incrustados en los hilos. Siguen el trabajo de sus padres. Paula cree que ella y su esposo le están dejando a sus hijos una herencia, no sólo un bien material, sino un espacio de tradición y cultura muy antigua.
Cuando Paula toma la máquina de coser para crear figuras mitológicas en la tela seca, sus hijos la rodean. Xapaa Miranda, su hija mayor de 16 años, le acerca los hilos. Su nombre significa "flor de elote" en ayuujk, para que nunca le falte el maíz.
Xapaa Miranda por momentos ocupa el lugar de su madre frente a la máquina de bordado Brother, crea magueyes y soles con puntadas integradas en camisas de algodón.
Rodrigo, de 14 años, mueve los gabanes de lana, alisa los rebozos, los guarda en bolsas de plástico delicadamente. También quita los rastros de polvo del cristal de la mesa, lo hace como si resguardara un santuario en el que acumulan las camisas y las telas creadas con la fuerza del encino.
Un artista mecánico de hilos
Fernando Gutiérrez Vásquez lleva entre sus manos hilos de lana roja, que saca de recipientes grandes de peltre tallado. Tiene un cargo comunitario en el pueblo, por lo que alterna su vida como funcionario municipal en el sistema normativo indígena, con la faceta que lo ha definido los últimos 18 años: la creación de ropa tradicional.
Su pequeña fábrica familiar no es un negocio que le heredaran sus padres, como es el caso de otros que hay en la comunidad; surgió cuando aprendió muy joven el arte de hacer los tejidos y conoció a Paula, que era muy buena para descifrar los misterios de la costura.
Fernando diseñó las máquinas hiladoras de donde obtienen las fibras. Adaptó lo que vio en lugares lejanos, en libros sin nombre para hacer sus propios bastidores de hilado.
Madera. Tornillos. Ensambles. Ruedas hidráulicas. Fernando es el artista mecánico que cree que las hiladoras pueden ser máquinas del tiempo con lanzaderas de madera.
Siempre había tenido el sueño de un negocio propio, algo aparte de la siembra tradicional, o el comercio de productos del campo en los Valles Centrales.
Junto a Paula tuvo que iniciar una y otra vez el negocio desde 2004, pues al principio sus textiles no se vendían. Tuvieron complicaciones porque no sacaban las piezas. Pero todo empezó a cambiar cuando a la Sierra Mixe llegó la tecnología. Las personas en Oaxaca y en otros lugares de México y el mundo vieron su trabajo.
Hoy tiene un negocio en la sierra oaxaqueña que le da empleo a seis mujeres bordadoras y cinco hombres que manejan los telares mecánicos e importa la ropa a países de Europa y Estados Unidos.
Se adaptan a tiempos y demanda
El proceso del armado de las piezas textiles que realizan Paula y Fernando tuvo que adaptarse a los tiempos y la demanda. Fusionaron sus conocimientos comunitarios en el bordado y el hilo y lo mezclaron con colores orgánicos, un proceso natural que no tiene ingredientes sintéticos y da vida a los colores cercanos a la tierra.
"Innovamos en el tejido, antes todo era de lana, los rebozos, los gabanes. El de nosotros es de algodón y teñido natural", dice Paula. Sus palabras tienen gestos de orgullo. No es celosa con su método, ya que su taller de bordado sirve también de escuela para señoras y un joven a quienes les enseña a perfeccionar el teñido con técnica de reserva por amarres (jaspe/ikat). Paula quiere que lo que aprendan lo lleven a su casa y lo compartan con su familia.
"Sabemos hacer el tejido en telar de cintura, pero el tiempo de elaboración es muy largo, antes tardábamos mucho, por eso usamos el telar de pedal que nos permite sacar varias piezas".
Paula dice que no le gusta cuando los compradores le regatean las piezas, porque piensa que no valoran el trabajo.
Después de tener el color el hilo se lava, se le echa el tinte, se seca, se vuelve a lavar. Es un proceso de días que crea olores a humedad y hierba fuerte en la casa de Paula. Después enrollan el hilo y lo ponen en los telares hasta sacar hilos de malla a través de la fuerza. Tejen. Amarran. Emparejan las puntas, hasta que las fibras están listas para ser bordadas.
"Sacar un solo rebozo, un solo gabán o una camisa es trabajo de muchos días. Se prepara la tinta, según lo que vayamos a hacer, usamos palo de águila, añil, encino, cempasúchil y grana de cochinilla, de origen prehispánico". Cuando habla, por momentos parece que hace conjuros, porque eleva las manos y sonríe más porque está hablando de lo suyo: crear mundos dentro de las telas teñidas.
En la fábrica familiar, entre la sala de costura y el cuarto donde hacen los telares con pedales de máquinas de madera, hay un camino de escaleras rodeado de flores al que se asciende por una ladera empinada.
Al llegar a la habitación están Víctor y Edgardo, dos hombres bajos y morenos que mueven aparatos hechos de madera de oyamel con la fuerza desmedida de sus brazos y sus piernas. Entonces puedes sentir la vibración, la cimbra frenética del suelo y te quedas inmóvil como si máquinas de vapor antiguas chocaran sus aletas contra el mar, como si ellos estuvieran remando sobre las montañas.
Telas creadas del encino
En medio de la tierra roja que rodea el taller Artesanía Textil ArteFer, los hijos de Paula caminan y andan inquietos. Han aprendido desde niños a hacer los rebozos, a encontrar los significados del sol que llevan los telares incrustados en los hilos. Siguen el trabajo de sus padres. Paula cree que ella y su esposo le están dejando a sus hijos una herencia, no sólo un bien material, sino un espacio de tradición y cultura muy antigua.
Cuando Paula toma la máquina de coser para crear figuras mitológicas en la tela seca, sus hijos la rodean. Xapaa Miranda, su hija mayor de 16 años, le acerca los hilos. Su nombre significa "flor de elote" en ayuujk, para que nunca le falte el maíz.
Xapaa Miranda por momentos ocupa el lugar de su madre frente a la máquina de bordado Brother, crea magueyes y soles con puntadas integradas en camisas de algodón.
Rodrigo, de 14 años, mueve los gabanes de lana, alisa los rebozos, los guarda en bolsas de plástico delicadamente. También quita los rastros de polvo del cristal de la mesa, lo hace como si resguardara un santuario en el que acumulan las camisas y las telas creadas con la fuerza del encino.
Un artista mecánico de hilos
Fernando Gutiérrez Vásquez lleva entre sus manos hilos de lana roja, que saca de recipientes grandes de peltre tallado. Tiene un cargo comunitario en el pueblo, por lo que alterna su vida como funcionario municipal en el sistema normativo indígena, con la faceta que lo ha definido los últimos 18 años: la creación de ropa tradicional.
Su pequeña fábrica familiar no es un negocio que le heredaran sus padres, como es el caso de otros que hay en la comunidad; surgió cuando aprendió muy joven el arte de hacer los tejidos y conoció a Paula, que era muy buena para descifrar los misterios de la costura.
Fernando diseñó las máquinas hiladoras de donde obtienen las fibras. Adaptó lo que vio en lugares lejanos, en libros sin nombre para hacer sus propios bastidores de hilado.
Madera. Tornillos. Ensambles. Ruedas hidráulicas. Fernando es el artista mecánico que cree que las hiladoras pueden ser máquinas del tiempo con lanzaderas de madera.
Siempre había tenido el sueño de un negocio propio, algo aparte de la siembra tradicional, o el comercio de productos del campo en los Valles Centrales.
Junto a Paula tuvo que iniciar una y otra vez el negocio desde 2004, pues al principio sus textiles no se vendían. Tuvieron complicaciones porque no sacaban las piezas. Pero todo empezó a cambiar cuando a la Sierra Mixe llegó la tecnología. Las personas en Oaxaca y en otros lugares de México y el mundo vieron su trabajo.
Hoy tiene un negocio en la sierra oaxaqueña que le da empleo a seis mujeres bordadoras y cinco hombres que manejan los telares mecánicos e importa la ropa a países de Europa y Estados Unidos.
Se adaptan a tiempos y demanda
El proceso del armado de las piezas textiles que realizan Paula y Fernando tuvo que adaptarse a los tiempos y la demanda. Fusionaron sus conocimientos comunitarios en el bordado y el hilo y lo mezclaron con colores orgánicos, un proceso natural que no tiene ingredientes sintéticos y da vida a los colores cercanos a la tierra.
"Innovamos en el tejido, antes todo era de lana, los rebozos, los gabanes. El de nosotros es de algodón y teñido natural", dice Paula. Sus palabras tienen gestos de orgullo. No es celosa con su método, ya que su taller de bordado sirve también de escuela para señoras y un joven a quienes les enseña a perfeccionar el teñido con técnica de reserva por amarres (jaspe/ikat). Paula quiere que lo que aprendan lo lleven a su casa y lo compartan con su familia.
"Sabemos hacer el tejido en telar de cintura, pero el tiempo de elaboración es muy largo, antes tardábamos mucho, por eso usamos el telar de pedal que nos permite sacar varias piezas".
Paula dice que no le gusta cuando los compradores le regatean las piezas, porque piensa que no valoran el trabajo.
Después de tener el color el hilo se lava, se le echa el tinte, se seca, se vuelve a lavar. Es un proceso de días que crea olores a humedad y hierba fuerte en la casa de Paula. Después enrollan el hilo y lo ponen en los telares hasta sacar hilos de malla a través de la fuerza. Tejen. Amarran. Emparejan las puntas, hasta que las fibras están listas para ser bordadas.
"Sacar un solo rebozo, un solo gabán o una camisa es trabajo de muchos días. Se prepara la tinta, según lo que vayamos a hacer, usamos palo de águila, añil, encino, cempasúchil y grana de cochinilla, de origen prehispánico". Cuando habla, por momentos parece que hace conjuros, porque eleva las manos y sonríe más porque está hablando de lo suyo: crear mundos dentro de las telas teñidas.
« El Universal »
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