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Sabias Que Cultural


Así era ser ayudante de David Alfaro Siqueiros

Así era ser ayudante de David Alfaro Siqueiros


Publicación:18-06-2023
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Contó cómo fue trabajar para el muralista y cómo fue lidiar con el ego de Diego Rivera.

CIUDAD DE MÉXICO. – Bastaba tener 12 años para ser ayudante del muralista David Alfaro Siqueiros. A esa edad Jorge Piñó Sandoval , que después se convertiría en periodista y fundador de la Asociación Mexicana de Periodistas y del Club de Periodistas de México, contó cómo fue trabajar para el muralista y cómo fue lidiar con el ego de Diego Rivera.
Durante el periodo de tiempo en el que trabajó con Siqueiros –hasta vivió en su casa– le ayudó a pintar la decoración de los muros de la Escuela Nacional Preparatoria y a crear el periódico "El Machete".
"Yo tenía unas semanas de haber abandonado la primaria, doce años de edad, y me deslumbraban todos los amigos de mi maestro", escribió Piñó, quien conoció a José Clemente Orozco, Roberto Montenegro, Ramón Alba de la Canal y Diego Rivera.
"Después conocí a Diego: una mueca dolorosa en el rostro, un sí es o no es, unos ojos dolientes de carnero, una panza enorme y una pistola .45. En seguida me convencí de que no era Don Quijote... Tal vez Sancho Panza".
En ese texto, narra las tensiones que había entre Rivera con Siqueiros y los otros artistas.
Diego Rivera... comunista
16 de junio de 1932
194, en el mes de febrero. Trabajaba yo como ayudante de Siqueiros en la decoración de los muros de la Escuela Nacional Preparatoria. Se había formado el Sindicato de Pintores y Escultores, encabezados por Siqueiros. Hacían sesiones tormentosas y se empezó a hablar de acercar el arte al pueblo.
Un nombre había entrado varias veces por mis oídos: Diego Rivera. Me lo imaginaba alto, muy delgado y con una cara parecida a la de Don Quijote.
Yo tenía unas semanas de haber abandonado la primaria, con doce años, y me deslumbraban todos los amigos de mi maestro. Conocí a Fermín Revueltas, oloroso a tequila y trepado en un andamio hablando de revolución social. A un indito prieto y flaco, con ocho pelos en el mentón y con los ojos hinchados por la cal... las manos destrozadas: era Máximo Pacheco.
Un señor chaparro, un poco obeso y que caminaba contoneándose: era Xavier Guerrero... y otros, distintos de las demás gentes, vestidos muy raro, hablando de "estética", "formas abstractas", "volumen". También conocí a un señor alto y flaco, de pies muy grandes y que siempre vestía elegantemente: he sabido que se llama Roberto Montenegro y en un principio creí que era Diego Rivera... Después conocí a Diego: una mueca dolorosa en el rostro, un sí es o no es, unos ojos dolientes de carnero, una panza enorme y una pistola .45. En seguida me convencí de que no era Don Quijote... Tal vez Sancho Panza.
Palabras y educación nuevas
Vivía yo en casa de Siqueiros y en la noche llegaban sus amigos. Hablaban de Lenin, de la Revolución rusa, de un tal Picasso y con frecuencia se enojaban. Yo seguía a Siqueiros a todos lados y una vez empezaron a hablar de hacer un periódico. Surgió la palabra "machete" y Siqueiros dijo:
– ¿Qué le parece que le pongamos a nuestro periódico "El Machete"?
Y Diego, que siempre ha querido ser el primero:
– Eso ya lo había pensado yo.
Discutieron las formas del periódico junto con varios amigos y tuve otro panorama: la imprenta.
Formaban proyectos, escribían y escribían varios metros de cuartillas, grabados descomunales en madera. Pronto se destacaron los más activos: Xavier Guerrero y Siqueiros. Otras palabras entraron en mi cerebro: "una cosa original", "algo que comprendan las masas", "literaturas revolucionarias", "nuevas formas de expresión".
Yo pasé de mi categoría de ayudante de pintor a la de mensajero de los nuevos revolucionarios. Iba y venía a toda hora de una casa a otra, de donde vivía Siqueiros a la imprenta, de la imprenta a las cantinas a buscar a los miembros del sindicato. En poco tiempo conocí a otras gentes: a José Clemente Orozco, a Nacho Asúnsolo, que se desfiguraba el rostro empujándose con la lengua la dentadura postiza; a Ramón Alba de la Canal... pero pronto noté que se dividían por grupos y nuevas palabras: "tendencia radical", "reaccionarios" "pequeña burguesía"... y luego palabras extranjeras: nouveau riche, pompier, snob...
Y una noche, acompañando a Reyes Pérez, se encontró con un hombre:
– Yo soy comunista.
Busqué la palabra en un diccionario y no la encontré. No quise preguntar a nadie y una noche Diego me dio la definición, mientras charlaba con varios amigos:
– Un comunista –dijo– es un hombre muy inteligente. Usted no puede ser comunista, Revueltas.
Salió el periódico, algo enorme, impreso en quíntuplo, con la primera página en la cuarta, la segunda en la primera, la tercera en la segunda y la cuarta en la tercera. Estaba impreso a dos tintas: roja y negra. Llegué yo con un bulto enorme y una señora vestida de negro, que salía de la iglesia, me detuvo:
– ¿Qué es eso tan colorado, niño?
– El periódico de los pintores.
Me compró un ejemplar y se metió de nuevo a la iglesia. Yo gasté los diez centavos en dos barquillos de limón.
Cada día que pasaba me parecían más raros aquellos amigos: usaban enormes pistolas, salían –y me llevaban– después de las doce de la noche a fijar los periódicos en las calles, y después, si les sobraba engrudo, me lo embarraba en la cara.
Yo veía todo el trabajo que hacían Siqueiros, Guerrero, Orozco... y extraños felicitaban a Diego.
Transcurrieron unos cuantos meses, y de pronto me enteré que Diego era un bandido que retenía el sueldo a sus operarios, un oportunista, y fue expulsado. Esto sucedía siendo ya "El Machete" órgano del Partido Comunista.
Poco a poco mis compañeros se hacían más misteriosos. Transitaban por las calles cubriéndose la cara y no abandonaban las pistolas. Todo el dinero que ganaban Siqueiros y Guerrero lo ponían al servicio del partido. Llegó noviembre y se volvió a hablar de Revolución rusa. Mi prima escribió un discurso de ocho páginas a máquina para que lo pronunciase en una velada; vi mi nombre impreso en los programas y me sentía molesto que en la calle la gente no se diera cuenta de que yo iba a debutar como orador, pero se me olvidó el discurso y quedé muy mal.
Todos los días me encontraba a Diego; me hacía preguntas sobre mi salud y se burlaba de todo. Los pintores empezaron a odiarlo porque siempre que platicaban delante de él algún proyecto para ejecutarlo, a la mañana siguiente Diego, apropiándose la ideal, lo realizaba en los muros de Educación.


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