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Opinión Editorial


Un encuentro con el destino


Publicación:13-10-2021
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Se dice de Roosevelt, cual innato y creativo orador, que fue el creador del concepto de las “mañaneras” al pronunciar cada viernes sentidos discursos

En junio de 1936 el expresidente Franklin D Roosevelt pronunció un memorable discurso intitulado con el nombre de este artículo, “Rendevouz with destiny”. Su disertación, enmarcada por la gran depresión, fue el pináculo de una tendencia socialista distributiva y un nuevo pacto en la Unión Americana. Con la intención de reducir la miseria de su nación, el entonces mandatario invirtió millones de dólares en carreteras, escuelas, ferrocarriles y centrales eléctricas, financiando todo con un impuesto progresivo sobre la renta hasta del 75% para quienes ganaran más. Sin duda, la presión fiscal fue abrumadora pero la gravedad de la crisis apelaba a compromisos estoicos y el gobierno parcialmente compensó con inversiones productivas que repercutieron en una mayor competitividad de las empresas. De alguna forma, con la carga impositiva a la clase privilegiada, subsidió servicios elementales para la clase trabajadora, pero se alienó con la élite privilegiada quien lo tachó de comunista. 

Con ello en mente, Roosevelt siempre insistió en que él definitivamente no era socialista definiendo a dicha ideología como anatema de sus dos principios fundamentales, la preservación del capitalismo y de la democracia. El líder norteamericano estaba plenamente consciente de las amenazas reales del comunismo que por esas fechas acechaba a los países europeos. Más aún, entendía que socialismo era un comunismo tibio, un eufemismo surrealista adoctrinado por románticos idealistas al cuál habría que temer.

Por otro lado, el mandatario gringo argumentaba que la industrialización masiva y la tecnología habían empoderado a una pequeña, tirana y avariciosa élite, en detrimento de las grandes masas empobrecidas. Estaba convencido de que no se podían dejar atrás a los menos favorecidos, a quienes habían luchado hombro con hombro por la democracia y, como último recurso, veía al gobierno como interventor y mediador para reducir cuidadosamente dicha asimetría. Muy a su pesar, Roosevelt se vio obligado a transformar el propósito del gobierno norteamericano reivindicando la confianza en el sistema y generando bienestar colectivo. Naturalmente fue repetidamente tachado de socialista, pero las mismas se quitó dicha etiqueta definiéndose como defensor del capitalismo y la democracia.

Lo anterior viene a cuenta porque algunas veces el presidente de México ha dicho que él es un ferviente admirador de Roosevelt, clasificándolo como el mejor presidente de EUA. Para el timonel mexicano, el enfoque social y la habilidad para conectar con su pueblo del expresidente norteamericano son dignos de emular. Cierto, pero quizás habría que subrayar algunas imprecisiones antes de que el mexicano pueda verse en el espejo yanqui. 

Se dice de Roosevelt, cual innato y creativo orador, que fue el creador del concepto de las “mañaneras” al pronunciar cada viernes sentidos discursos y rematar con cautivadoras charlas semanales por la radio. Sin embargo, sus alentadores mensajes distaban mucho de la engañosa verborrea de Castro, la banal perorata de Chávez y las aburridas arengas de Maduro, cabalmente imitadas por el líder mexicano.

El estadounidense jamás se vio a sí mismo como un mesías, un libertador o un caudillo y no buscaba transformar idílicamente a su nación con preceptos fundamentalistas. Al contrario, con la fortaleza de las instituciones, buscó reparar, sanar y unir su afligido país. El ejemplar mandatario yanqui jamás espetó “quien no está conmigo, está contra mí”, sino que reconocía a los políticos que anteponían al bien común por encima de intereses partidistas.

Como premonición del destino norteamericano, Roosevelt sentenció que su bandera y su Constitución “representaban a la democracia, no a la tiranía, a la libertad, no a la subyugación … y eran contrarias a las dictaduras; de las masas y de los privilegiados por igual”. Dichos principios enarbolados y defendidos por EUA son la antítesis de la narrativa del líder cubano invitado a la ceremonia del grito de la independencia de México. Caray, ante esa contrariedad, quizás le venga bien al líder mexicano recordar que “no se puede amar a Dios y al dinero” y no es factible identificarse con Roosevelt y con Díaz-Canel por igual.

Siendo solidario con los 2.1 millones de mexicanos que se sumaron a los 8.7 que ya vivían en extrema pobreza y teniendo empatía con el 43.9% de los mexicanos que viven en pobreza, me viene en mente la siguiente frase de Roosevelt: “Los gobiernos y los presidentes se pueden equivocar, pero la justicia divina será menos severa con los yerros ocasionales de un gobierno que vive un espíritu de caridad, que las constantes omisiones de un gobierno congelado en la indiferencia del daño provocado”. Sin duda, la rendición de cuentas será distinta para los políticos verticales y sin doblez, que con los chuecos y corruptos. En fin, Roosevelt será recordado por haber gestado el mayor crecimiento anual en EUA, 18.9%, por haber iniciado la construcción del Canal de Panamá y por haber ganado el Premio Nobel de la Paz por su mediación en la guerra ruso-japonesa. Veremos qué juicio emite la historia al mexicano por el crecimiento en la pobreza y el record histórico de los cientos de miles de muertos.

Como colofón suscribo que tanto políticos como ciudadanos por igual, al vivir en una comunidad, todo aquello que hagamos o dejemos de hacer tendrá repercusiones en lo colectivo y absolutamente nadie debería actuar con un afán netamente individualista.



« Eugenio José Reyes Guzmán »