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Opinión Editorial


¿Qué diría mi abuelo?


Publicación:20-05-2020
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Cómo me hubiese gustado escuchar el punto de vista de mi abuelo y lograr comprender, bajo su lupa empírica, las consecuencias del COVID-19

En ocasiones me pregunto qué pensaría mi abuelo Francisco, quien nació en 1911, de lo que está pasando en México con la Cuarta Transformación (4T) y en el mundo con el COVID-19.  Los fantasmas a los que se enfrentó a lo largo de su vida le dejaron indelebles cicatrices marcando con arrugas su rostro, pero igualmente forjaron su carácter y abonaron a sus valores y virtudes.

Los primeros 13 años de su existencia los vivió en plena Revolución Mexicana.  Quizás escuchó a mi bisabuelo Macario Guzmán hablar con sus hermanos de la situación del país; de los colgados, de los balazos y los 2 millones de muertos entre los 15 que poblaban la nación; seguramente experimentó mucho miedo.  Al acabar la revolución, la familia de mi abuelo tuvo que huir a EE.UU. al ser descubierta escondiendo en casa a un sacerdote.  Aconteció que, en 1926, el expresidente Plutarco Elías Calles, se propuso acabar con la fe católica amparado en la Constitución de 1917, que negaba la personalidad jurídica a la Iglesia, la privaba de poseer bienes raíces e impedía el culto fuera de los templos.  Entre sus ocurrencias estuvo el crear una iglesia católica mexicana alternativa que rompiera vínculos con el Vaticano, obligar a los sacerdotes a casarse e impedirles salir del templo con el hábito puesto. Dichas disposiciones dieron pie a la Guerra de los Cristeros (1926-1929), donde miles de monjas fueron violadas, sacerdotes ahorcados y fieles fusilados, feneciendo más de 250,000 fieles ante el grito de “Viva Cristo Rey”.  Posteriormente en 1934, siendo mi abuelo estudiante de odontología y un católico practicante, seguramente se angustió por la esotérica modificación al artículo tercero constitucional impulsada por Lázaro Cárdenas. Dicha enmienda promulgaba una “educación socialista, que combatiera el fanatismo y creara en los jóvenes un concepto exacto del universo”. Solo Dios sabe que pensó Cárdenas con la narrativa de “concepto exacto del universo”.
Justo cuando mi abuelo se aproximaba a su edad de jubilación, donde debió haber gozado del fruto de sus ahorros por su trabajo como odontólogo, vinieron las 4 devaluaciones concatenadas.  Y cito, entre los expresidentes Echeverría, López Portillo y De la Madrid, por negligencia o estulticia, provocaron que el peso mexicano se devaluara con respecto al dólar americano, de $12.50 a $2,290.00, haciendo añicos los anhelos de una jubilación decorosa para mi abuelo y sus coetáneos. Más aún, padeció igualmente la devaluación del peso mexicano a razón de 173%, consecuencia de los desaciertos del gobierno del expresidente Salinas y atestiguó la bancarrota de miles de empresas y su consecuente pérdida de más de 611,000 empleos formales.  Probablemente escuchó de alguno de los pocos amigos que aún vivían decir que dicho mandatario trató al país como piñata: lo llenó de dulces con el Tratado de Libre Comercio de Norteamérica, para después destrozarlo a palos con la devaluación.
En el contexto internacional la historia verdadera no fue muy distinta. Cuando mi abuelo tenía solo 3 años, estalló la Primera Guerra Mundial con sus 22 millones de muertes, concluyendo cuando él cumplía sus primeras 8 primaveras.  Para 1919, mientras el mundo firmaba un acuerdo de paz, llegó un enemigo diminuto de tipo H1N1, al que injustamente llamaron la Gripe Española, produciendo la defunción de 50 millones, el 3% de la población mundial, de la cual mi abuelo afortunadamente se salvó. Al cumplir sus 18 años y alcanzando la mayoría de edad, un mal manejo de las bolsas en EE.UU. provocó la primera crisis financiera mundial. La llamada Gran Depresión ensombreció al mundo durante los siguientes 10 abriles, ocasionando la muerte por inanición de más de 7 millones de personas y la caída del 25% del producto interno bruto mundial.  En 1939, a sus 28 años y en plena edad productiva, estalló la Segunda Guerra Mundial provocando 80 millones de muertos. Al término de dicha guerra, comenzó otro tipo de guerra, una Guerra Fría basada en ideales, que traería como consecuencia conflictos bélicos en Corea y Vietnam y millones de pérdidas humanas.
Cuando Don Francisco nació el producto interno bruto per cápita de México era inferior a los USD$200.00, morían más de 160 bebés por cada 1,000 y la expectativa de vida no alcanzaban los 50 años.  Cuando él partió a la Patria Definitiva tenía 93 años y un cúmulo de vivencias. Cómo me hubiese gustado escuchar el punto de vista de mi abuelo y lograr comprender, bajo su lupa empírica, las consecuencias del COVID-19 y de la llamada Cuarta Transformación Mexicana. Ahora pienso en el costo de oportunidad de no haberle preguntado cómo le hizo para sobrevivir a tantas crisis, para abatir a tantos gigantes y para salir avante de tantos avatares.



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