Opinión Editorial
Privarse de comer
Publicación:02-02-2022
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En el tema alimentario existe una verdadera paradoja donde muchos de los agricultores, que son el 50% de la población mundial, padecen desnutrición
Un dicho popular entre restauranteros afirma que la gente puede privarse de muchas cosas, menos de comer. Cierto, a diferencia de las tortugas que pueden durar 9 meses enterradas sin alimentarse, el ser humano solo pudiera sobrevivir cuarenta días. La verdad es que la duración de la abstinencia de alimentos es un tema secundario, lo medular es la cruda realidad que nos interpela de los 811 millones de personas malnutridas en el mundo.
Gracias a los medios de comunicación, la humanidad está cada vez más enterada, aunque me hubiese gustado más decir más consciente, del reto que representa mejorar las cadenas de suministro y reducir la desnutrición. De hecho, dentro de los 17 objetivos de desarrollo sustentable del Naciones Unidas, el segundo, llamado Hambre Cero, busca poner fin al hambre y lograr la seguridad alimentaria para el año 2030. Desafortunadamente, con el COVID-19, ese objetivo se ve cada día más distante, pero no solo es el virus.
En el tema alimentario existe una verdadera paradoja donde muchos de los agricultores, que son el 50% de la población mundial, padecen desnutrición. Es un lamentable hecho que los países cuyas economías dependen del campo son los más azorados por el fantasma de la desnutrición y la hambruna. Es una ironía que el 60% de quienes sufren de mala alimentación en el mundo son las familias de los campesinos, agricultores y pescadores. ¿Qué no se supone que deberían ser los mejor alimentados al tener acceso a alimentos frescos y nutritivos?
El tema es complejo y, como en muchos otros asuntos, tiene que ver con la avaricia humana. Por dar algunos datos, hay países cuya producción agraria consiste en monocultivos como algodón o café, mismos que satisfacen el apetito de los países importadores, pero no el de los productores. Hablando de países o continentes dependientes de la producción agrícola, la mayor desigualdad e injusticia se dibuja en África.
Qué incongruencia que el continente africano cuente con el 60% de la tierra arable del mundo y tenga hasta el 77% de la población de algunos países viviendo del campo, pero a la vez ostente la mayor pobreza y los índices de desnutrición más elevados. Como muestra tenemos al país más fértil del continente negro, la República del Congo que, teniendo el potencial de alimentar a sus 54 naciones, el 70% de su gente sufre de desnutrición. Es sin duda un contrasentido.
Continuando con esa idea, pero en el continente americano, en Bolivia una tercera parte de su territorio y 40% de su población se dedican al campo, pero una cuarta parte de los bolivianos sufre de mala alimentación. Aquí también hay una causa común cuyo origen parcialmente yace en los países ricos.
Se puede argumentar que EUA es el segundo mayor productor agroalimentario del mundo por haber sido bendecido con el territorio arable más extenso entre los países del orbe. Sin embargo, los USD$95 millardos en subsidios probablemente le den una ventaja de arranque. Esas subvenciones seguramente les permiten a los productores desarrollar o adquirir equipos y tecnología de punta dejando en desventaja a los países pobres. Esta superioridad inicial también se da entre los países ricos de Europa donde el subsidio de la Unión Europea (CAP) constituye un alto porcentaje de la utilidad de los agricultores. Como ejemplo, mientras que las vacas en África producen en promedio entre 1 y 5 litros de leche, en Europa su productividad oscila entre 25 y 30 litros. Con esa diferencia en rendimientos, a veces les es incluso más barato a los africanos importar leche europea.
La ventaja de los subsidios se ve claramente reflejada en que la Unión Europea donde, teniendo 6.47 veces menos tierra arable que los países asiáticos, exporta 8.14 veces más que China. Cierto, no todo son subvenciones directas, su singular productividad obedece a décadas de eficiencias en la transformación agrícola, algunas de ellas gracias a los estímulos económicos pasados. Pues bien, es obvio que los países pobres estarán siempre en desventaja al no poder estimular económicamente a sus campesinos.
La pregunta subyacente es si verdaderamente son estrictamente necesarios dichos estímulos para la competitividad de sus naciones. Naturalmente el campo y los campesinos siempre serán un asunto sensible para los países, como si se tratase de un tema de soberanía alimentaria o seguridad nacional. La verdad es que ni social ni económicamente no lo son tanto. En EUA, solo el 2% de su población vive de la agricultura y en Europa, dependiendo del país, oscila entre un 2 y un 12%. En cuanto la contribución de la producción agropecuaria a su Producto Interno Bruto, en EUA es tan solo del 0.9% y 1.3% para la Unión Europea. Con los datos anteriores, no sé si moralmente se justifiquen los subsidios.
Por otro lado, está la cuestión de que quien paga manda. Claro, los países europeos son los principales importadores del mundo y los norteamericanos los segundos, decidiendo qué productos comprar, a quién comprárselos y a qué precio. Por supuesto, se pudiera argumentar que los países pobres se benefician de lo productos agroalimentarios que les venden a los ricos. El punto es si los ricos pudieran pagar un precio más “justo”.
Como caso particular está China que, aunque no tiene el territorio arable de EUA, es el verdadero granero del mundo produciendo USD$978,483 millones, ocho veces más que Norteamérica, pero casi todo se consume nacionalmente.
Concluyo pensando que en esta casa común tenemos que velar unos por otros. Aunque el pesar ajeno no quite el sueño, espero en Dios que la bendición de nuestra lotería genética nos exhorte a sentir el dolor de quienes involuntariamente se privan de comer.
« Eugenio José Reyes Guzmán »