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Opinión Editorial


Paradojas de las redes


Publicación:22-05-2021
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En sus redes sociales muchos políticos, analistas y periodistas acaban volviéndose esclavos de sus propios personajes digitales

En 2009 muchos periodistas en Estados Unidos empezaron a sugerir que Twitter debía ganar el Premio Nobel de la Paz por su rol en los movimientos sociales de ese año. Unos meses antes, habían surgido protestas sociales en Moldavia e Irán, que habían sido bautizadas como la "revolución twittera". En occidente, esta narrativa causó revuelo, los próceres de las redes sociales adoptaron esta narrativa para idealizar estas nuevas plataformas digitales. "Sin Twitter, la gente de Irán no se hubiera sentido empoderada y confiada para luchar por su libertad y la democracia", escribió un analista estadounidense. La realidad dista mucho de esta narrativa..

El caso de Irán es ilustrativo de la farsa, los miles de twits que emocionaron a los "expertos" occidentales estaban en inglés y venían de EU e Inglaterra. Si algo hizo Twitter en Irán fue complicar el movimiento social al esparcir información falsa y alarmista. Esta ilusa idealización de las redes sociales y la tecnología no es exclusiva de Twitter. La narrativa del "empoderamiento social" se ha convertido en una de las mejores herramientas de marketing de estas plataformas y de la tecnología en general. En 2015, Tim Cook, director ejecutivo de Apple, afirmó que "empoderan a gente en todo el mundo….gente que es testigo de injusticia y la quiere exponer, y ahora puede porque tienen una cámara en su bolsillo todo el tiempo".

Sin embargo, un extraordinario artículo de Barret Swanson revela la realidad: los jóvenes no están politizados, al revés, están obsesionados con convertirse en influencers, y para ello replican la banalidad del mainstream sin ningún filtro de pensamiento crítico. El problema, según Swanson, es el de una generación que no se conoce a sí misma más allá de las redes, pues ha tenido que construirse como un producto digital y ha borrado las líneas entre su verdadera identidad y las de su personaje.

En sus redes sociales muchos políticos, analistas y periodistas acaban volviéndose esclavos de sus propios personajes digitales. Hay beneficios económicos y una alimentación constante al ego, que genera sentido de importancia a través de la inmediatez, el contacto directo con el público, y la construcción de ecosistemas digitales que simulan la realidad y con ello la trascendencia. Hoy en día es casi imposible ser una figura pública sin redes sociales, pero no hay que confundirse, las redes no trabajan por nosotros, nosotros estamos trabajando para ellas.

Las grandes corporaciones dijeron que construían un mundo mejor, cuando en realidad lo que hacían era construirnos a todos en productos. Su objetivo no era social sino económico, no buscaban justicia sino estirar los límites del capitalismo. Los usuarios-productos somos ahora su principal mecanismo de ingresos. Sin embargo, el costo social es más grande del que percibimos; al montar el debate público en las redes sociales los hemos limitado a un espacio donde la emoción rige sobre el pensamiento. En las redes sociales tenemos que ser productos perfectos, congruentes, vendibles. En las redes sociales no hay tiempo para pensar, analizar, recapacitar. Si no te subiste al tren, lo único que queda es la irrelevancia. La urgencia constante es un aliado de la emocionalidad, no del intelecto.

El estado deplorable de la gobernanza y política en el mundo es una consecuencia directa del mundo que las redes han tejido. Un mundo construido para las emociones, no para el pensamiento, un mundo pensado en el mercado no en la sociedad, un mundo para el entretenimiento no para la cultura. La solución no es dejar de usar las redes, éstas se han vuelto parte intrínseca de nuestra cotidianidad. Se trata de moldearlas a lo que somos y no que ellas no moldeen a lo que desean que seamos. El rol del Estado debe ser limitarlas (sin censurarlas) cuando quieran excederse, el rol de los usuarios debe ser pensarlas críticamente y el rol de todos debe ser construir espacios en los que también podamos vivir al margen de ellas y de su existencia.



« Emilio Lezama »